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Miguel Rivera

Como bien saben, la Copa del Mundo de fútbol empezó este domingo en Catar. La última polémica, de un ya de por si controvertido Mundial, ha surgido a raíz de los brazaletes con la bandera arcoíris que querían lucir los capitanes de algunas selecciones europeas (Alemania, Países Bajos, Bélgica, Suiza, Dinamarca, Inglaterra y Gales), como muestra de apoyo al colectivo LGTBI, reprimido y condenado en Catar, y que la FIFA ha prohibido bajo la amenaza de una multa a las federaciones y jugadores que lo portasen y una sanción (una tarjeta amarilla al inicio del partido). Dichas federaciones y sus respectivos capitanes han renunciado a llevarlo.

La historia recuerda, si bien lejanamente, a otras reivindicaciones que han tenido al deporte como escaparate y altavoz. La más recordada quizá sea la de John Carlos y Tommie Smith en los Juegos Olímpicos de 1968, puño negro en alto, tras ganar oro y bronce en los 200 m lisos, en apoyo a los derechos civiles de los negros en Estados Unidos.

Otra, y una de las más sonadas en los últimos tiempos fue la de Colin Kaepernick, quarterback de los San Francisco 49ers de la NFL que, en 2016 comenzó a arrodillarse durante la interpretación del himno nacional como muestra de apoyo al movimiento Black Lives Matter, que protestaba por las muertes de afroamericanos a manos de la policía en Estados Unidos. Esto le llevó indirectamente a ser expulsado de la liga, a perder su contrato y, por tanto, su medio de vida. Kaepernick era una estrella, un jugador capaz de llevar a la SuperBowl a su equipo en su segundo año (2012), algo casi sin precedentes, y con un futuro prometedor. Sin embargo, su equipo lo despidió al final de la temporada 2016, escudado en los malos resultados de la temporada. Ningún otro equipo lo firmó. En la NFL, el mayor mercado deportivo del mundo, los propietarios quieren hacer negocio, no que los jugadores o entrenadores se posicionen públicamente.

Colin, un niño mestizo adoptado por una familia blanca y que creció en un barrio de California donde los afroamericanos son apenas un 5%, pretendió agitar conciencias aun a costa de sacrificar su sueño de infancia: triunfar en la NFL.

En el documental que lleva el mismo título que esta columna y que les recomiendo encarecidamente, el propio Kaepernick dice que: “Hay mucha gente que no quiere posicionarse, ya que esto traerá muchas consecuencias. Tienen miedo de perder su trabajo o sus contratos de patrocinio. Yo no podría mirarme en el espejo si me quedo simplemente mirando lo que pasa.” La marca que lo patrocinaba se mantuvo a su lado, e incluso en 2018 sacó una campaña con su cara y el lema “Cree en algo, incluso si eso significa sacrificarlo todo”.

Pienso que en la situación vivida estos días está todo mal: la FIFA vetando el uso del brazalete, amparada en su propio reglamento, donde se prohíbe el posicionamiento político de todos los participantes en sus competiciones, y los jugadores y federaciones retractándose de su planteamiento inicial. Si crees en algo es hasta sus últimas consecuencias y, desde luego, una tarjeta amarilla y una multa no parecen grandes castigos por manifestarse sobre algo que uno piensa que es justo y en el marco incomparable de una Copa del Mundo, ante millones de espectadores de todo el mundo y en un país que no respeta los derechos humanos. Porque la integridad y la empatía suponen eso: entender que, si hay alguien oprimido, tú también lo estás, aunque no pertenezcas a ese colectivo.

“La igualdad se gana, no se regala”. La frase no es mía, sino de Lilian Thuram, campeón del mundo con Francia en 1998 y que se ha convertido, tras retirarse, en un activista contra el racismo. No se me ocurre mejor cierre para esta reflexión que hoy comparto con ustedes.