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Miguel Rivera

En el aspecto profesional, mi último año ha sido diferente a todos los precedentes. Sin la carga de tiempo que requiere la dedicación a un equipo profesional, he podido emplear mi tiempo para múltiples y diversas cosas, entre las cuales, la principal ha sido seguir en proceso de formación y reciclaje. He realizado viajes que me han permitido aprender mucho, pero también he aprendido a través diverso contenido audiovisual y he leído muchísimo. La oferta es infinita. Queda a elección propia qué ver, qué consumir, a dónde viajar o a quién escuchar porque no da tiempo a todo, incluso estando en paro y teniendo, a priori, todo el tiempo del mundo. Es algo comparable a la alimentación: puedes elegir alimentarte todos los días de comida basura, pero seguramente sea una elección más inteligente hacer una dieta equilibrada y saludable.

Hoy quiero contarles una experiencia personal reciente. Hace unos días realicé un viaje de aprendizaje. Tuve la suerte de que uno de los mejores equipos de Europa, el Jastrzębski Wegiel polaco y más en concreto su entrenador, Marcelo Méndez, me abriesen las puertas de su casa y de su pabellón de entrenamiento durante una semana.

Para los menos puestos en esto del voleibol, la liga polaca junto con la italiana es, hoy en día, la más potente del mundo. Son las que mueven más presupuesto, las que tienen más seguimiento y, por tanto, las que tienen a los mejores jugadores del panorama internacional. Sin ir más lejos, en el equipo del que les hablo había tres campeones olímpicos en Tokio, aparte de algunos jugadores de la selección polaca y otros varios internacionales con sus respectivos países. Como comprenderán, para mi supuso una semana de auténtico lujo, una experiencia inolvidable, llena de aprendizajes a cada paso. Pude verlos trabajar día tras día, disfruté de dos partidos del más alto nivel…

Sin embargo, hoy no quiero detenerme en explicarles cómo viven el vóley en Polonia, sino hablarles sobre mis anfitriones.. En la columna que escribí para este Diario el miércoles 11 de enero, titulada “Lo que aprendí del 22”, les decía que en 2022 aprendí, entre otras cosas, que “ostentar un cargo más alto no te hace más importante, ni mejor persona”, y este viaje me ha servido para constatar el otro lado de la misma moneda: hay gente extraordinaria a la que el éxito, la fama o el dinero no le vuelven arrogante o prepotente, sino que son capaces de mantener los pies en el suelo, ser gente normal y, sobre todo, ser empáticos y generosos, y ayudar al que está al lado.

Para alguien del prestigio internacional de Marcelo Méndez, a quien yo no conocía hasta hacía cuatro meses, con las preocupaciones que acarrea un cargo como el suyo, sujeto a problemas y presiones diarios, tanto en su club como en su selección, el hecho de que llegue un entrenador como yo y le abran las puertas del modo en el que lo hicieron conmigo, no hace sino dejar a las claras que la buena gente también llega muy arriba, lo cual me congratula especialmente.

Hoy, miércoles, mis nuevos amigos juegan el partido de ida de las semifinales de la Champions. Es un reto de una magnitud importante, pues el club no ha alcanzado nunca en su historia la final. Y si lo consiguen, algo que deseo desde lo más profundo, yo me alegraré tremendamente. No ya porque les esté tan agradecido, sino porque la buena gente se merece que las cosas les salgan bien.