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No entendió nada No entendió nada
Imagen de Freepik

Miguel Rivera

“Si alguien incumple las normas de tráfico de forma general y reiterada son los ciclistas. ¡Un escándalo! Solo hay que ponerse en el viaducto viejo. ¿Habrá que señalar (por enésima vez) que una bicicleta es un vehículo? Solamente nos falta que se pongan de víctimas”. Así respondía un usuario de redes sociales en el perfil del Club Ciclista Turolense, cuando compartieron mi artículo titulado El metro y medio de nuestras vidas, publicado aquí mismo el miércoles 7 de diciembre. En dicho artículo, les contaba el episodio en el que fui atropellado en mi bicicleta por un conductor tras un descuido de este, y cómo Davide Rebellin, exciclista profesional, no tuvo tanta suerte y encontró la muerte tras otro atropello unos días antes.

Dicha respuesta no es más que un ejemplo de la línea de opinión que se manifiesta cada vez que se publica la noticia de un atropello a un ciclista y en contra de las reiteradas peticiones de los diversos colectivos ciclistas para incrementar la seguridad sobre las dos ruedas en carretera.

En el artículo, mi intención era fomentar la empatía entre conductores y ciclistas, personas todos, entendiendo que en el caso de una colisión la peor parte va siempre en la misma dirección. Tampoco pretendía eximir de culpa a los ciclistas, quienes en algunas ocasiones cometemos imprudencias en carretera, algo que, desde luego, no justifica un atropello, como si ese fuese el castigo. Y es que el tan manido argumento (“algo habrá hecho”) ya cansa y enfada, cuando se trata de justificar una muerte, si es que se puede hacer algo así.

Porque seguro que usted, querido lector conductor, nunca ha sobrepasado los límites de velocidad, urbanos ni interurbanos. Les recuerdo que en la práctica totalidad de las vías de nuestra ciudad la velocidad está limitada a 30 km/h.

Tampoco usted, lector peatón, ha cruzado una vía con el semáforo en rojo o por fuera del paso de cebra para acortar un trayecto porque “total, no viene nadie”.

Ni siquiera usted, lector conductor, ha leído o contestado un mensaje mientras maneja el auto, ni respondido jamás una llamada sin manos libres. Menos aún habrá usted acelerado ante un semáforo en ámbar, ante el cual todos los conductores reducimos la marcha y nos detenemos, como indica claramente el Código de Circulación.

Tampoco es usted uno de esos usuarios de patinete o bicicleta que circula por las aceras, cuando el reglamento le obliga a circular por la calzada.

Ni es usted tampoco un conductor de camión adelantando a un grupo de ciclistas sin respetar la distancia de seguridad. Esos ciclistas tampoco circulan nunca en fila de más de dos unidades en paralelo.

Por supuesto usted, conductor, detiene su vehículo completamente en todos los STOP, respeta siempre la distancia de seguridad con el vehículo que le precede, sin atosigarle haciendo lucir insistentemente su intermitente o con una ráfaga de luces.

También debe usted saber, amigo peatón, que circular a pie por la vía pública y en estado de ebriedad o bajo los efectos de sustancias estupefacientes puede suponer una falta por imprudencia, castigada con multa, si lo hace solo o sin ser acompañado por algún adulto sobrio o si se ve implicado en un accidente o atropello.

Con todos estos ejemplos no pretendo enfrentar a los distintos usuarios de la vía pública, sino hacer ver que ninguno somos ni tan malo ni tan bueno. Simplemente todos debemos utilizar la vía pública con responsabilidad, pero además con un mínimo exigible de empatía hacia el prójimo, quizá más débil, quien en muchos casos paga con lo más preciado una imprudencia propia o ajena.

Basta con ponerse al final del viaducto y observar todas las infracciones que se cometen en una mañana. Independientemente del vehículo.