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Miguel Rivera

Tranquilos, amigos lectores, no corran a buscar un traductor de euskera, que el único que leerán en la columna de hoy está en el titular. Dejemos esas polémicas para otros.

El último fin de semana se ha hecho viral la imagen de un aficionado del Athletic de Bilbao en las gradas del estadio de Anoeta, rodeado por centenares de aficionados de la Real Sociedad, celebrando uno de los tres goles de su equipo y disfrutando mientras los locales goleaban a su eterno rival. El aficionado, lejos de verse alterado o importunado por sus rivales deportivos, simplemente se quedó en medio de la fiesta, apoyando a su equipo en la derrota.

Esto, que debería ser lo normal, por desgracia no lo es. Hemos visto imágenes lamentables últimamente en otros grandes estadios, en las que aficionados del equipo visitante eran obligados a abandonar el estadio por ir enfundados en los colores del equipo de sus amores, las últimas que me vienen a la cabeza, en el Camp Nou al final de la temporada pasada, o la semana pasada, en los aledaños del Metropolitano, donde aficionados atléticos increparon e intimidaron a una niña y sus familiares por ir ataviados con equipaciones del eterno rival.

En eso, los derbis vascos van con años de ventaja respecto al resto. Es habitual ver imágenes de buen rollo y compadreo entre integrantes de aficiones rivales, evitando, por lo general, imágenes que se ven de forma bochornosa en otros derbis. Posteriormente, he leído que en el enfrentamiento entre Alavés y Osasuna, el mismo fin de semana, también reinó la cordialidad entre aficiones, como debería ser la norma, aunque no haya tenido tanta repercusión.

Los americanos, en esto, tienen perfectamente claro que, en el deporte, más allá de las pasiones que despierta, no hay cabida para la violencia en las gradas. Es habitual ver los estadios de la NFL o de la NBA abarrotados de aficionados de ambos equipos, no solo del local, codo con codo, y disfrutando de un espectáculo, que es lo que es en realidad el deporte profesional. No me cabe en la cabeza que dos personas vayan a un concierto y acaben insultándose porque uno prefiere la interpretación que hicieron los instrumentos de cuerda y el otro la de los de viento. Es muy normal ver imágenes de las gradas en partidos que enfrentan a equipos de máxima rivalidad (Packers-Bears en la NFL o Celtics-Lakers en la NBA, por ejemplo) abrazados juntos durante la interpretación del himno nacional antes de cada partido. El deporte debería unir mucho más que enfrentar y, además, los americanos entienden perfectamente que esas imágenes violentas van en contra del espectáculo y, por tanto, del negocio. Y eso no permiten que se estropee.

Como bien tituló el diario Marca cuando saltó por primera vez esta polémica, es una situación que nos saca los colores, puesto que es una vergüenza para nuestro deporte y para nuestra sociedad no ser lo suficientemente civilizados como para respetar a alguien, simplemente porque anima a otro equipo y aceptarlo a nuestro lado.

Por desgracia, lo que hemos visto este fin de semana en Anoeta, que es una excepción, debería ser la regla. Oso ondo, Euskadi (muy bien, Euskadi).

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