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Miguel Rivera

Llevo un par de semanas faltando a nuestra cita semanal, amigos lectores. No ha sido por vacaciones, les aseguro, y espero que sepan disculparme. Una vez terminado el Campeonato de Europa con nuestra selección, volvemos a nuestro punto de encuentro en estas páginas.

Durante los últimos días ha sido noticia un grupo de Whatsapp de unos estudiantes de magisterio de la Universidad de La Rioja, en el que se vertían comentarios machistas de pésimo gusto (valga la redundancia) sobre sus compañeras de universidad.

Los comentarios, absolutamente reprobables y realmente repugnantes, trascendieron a los medios de comunicación, se entiende que filtrados por alguno de los ciento noventa y nueve (¡199!) miembros del grupo, y los alumnos han sido expedientados por su Universidad.

Sin embargo, a mí me genera dudas la sanción sobre los alumnos. Y no porque piense que los comentarios están bien, sino porque son comentarios hechos por personas individuales, sin ningún tipo de representación, en el ámbito de su privacidad. De hecho, creo que revelar una conversación privada, aunque sea entre doscientas personas, es casi tan reprobable como los propios comentarios vertidos en la misma.

Cuando se dice que es más importante educar que penalizar o sancionar, este caso es un clarísimo ejemplo de ello.

Creo que todos los hombres, o una inmensa mayoría, nos hemos visto envueltos, en mayor o menor medida, en situaciones similares a la que se ha dado en ese grupo de Whatsapp.

Muchos grupos tienen (o tenemos) una forma de relacionarnos socialmente bastante tóxica y poco respetuosa hacia las mujeres. Estos comentarios, u otros parecidos, los hemos escuchado (o emitido, admitámoslo) todos, y ahí es donde se debe incidir. En lugar de hacer oídos sordos, quizá la solución es expresar descontento o desacuerdo para con el que comienza una conversación de este tipo.

Para eso, el primer paso necesario es darse cuenta de que eso está mal. Muchas veces tendemos a quitarle hierro, a no darle importancia, pero seguramente no tendríamos la misma conversación si nuestra madre, mujer, hermana o hija estuvieran presentes.

Ese es el mejor indicativo de que esa broma quizá no sea tal, sino un comentario sin ningún tipo de gracia, hiriente o directamente ofensivo. Estos micromachismos, tan presentes en el día a día, deben ser erradicados desde la educación, y no de forma punitiva, sino de un modo constructivo.

Porque legislar qué se puede y qué no se puede decir en una conversación que se tiene en el ámbito privado es muy peligroso, y abre la puerta a épocas mucho más oscuras.

Son, sin lugar a dudas, mensajes machistas y bochornosos, pero no sé si punibles. Por eso, yo tengo mis reservas sobre la regulación de una conversación privada y desde luego pienso que no se debe criminalizar a esos estudiantes.

Con lo que no las tengo es con la educación en valores, en la igualdad y en contra del machismo.

Y de ahí no me bajo.

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