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Aldecoa rellena  un vacío histórico sobre la represión franquista a la mujer Aldecoa rellena  un vacío histórico sobre la represión franquista a la mujer
Antonia Lisbona Celma (La Codoñera, 1914-Fourques, 2012) ocupa la portada de la obra de Serafín Aldecoa. Prames

Aldecoa rellena un vacío histórico sobre la represión franquista a la mujer

El historiador turolense presentará el libro mañana miércoles en el Museo de Teruel
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Tras su puesta de largo el pasado miércoles en la FNAC de Zaragoza, mañana, 29 de noviembre, el historiador turolense Serafín Aldecoa comparecerá en el Museo Provincial de Teruel (19 horas) para presentar su última obra publicada por Prames, Mujeres turolenses sometidas a consejos de guerra (1936-1945).

La investigación que ha dado como resultado este libro rellena un vacío histórico que existía sobre la represión femenina durante y tras la guerra civil, ya que “se ha escrito bastante sobre la represión a los varones, y de las mujeres se había hablado solo someramente”. En esa obra no solo se pormenorizan los 984 casos de mujeres que fueron sometidas a consejo de guerra durante el periodo estudiado, sino que además se analizan las causas que los motivaron, las condenas y también algunas especifidades que se dieron en el caso de la represión femenina.

El estudio ha sido tan exhaustivo como ha sido posible, aunque Aldecoa no descarta “que en algunos casos se perdiera la documentación, o hubiera mujeres que fueran sometidas a consejo de guerra en Zaragoza y después no se actualizaran los archivos”.

Sí que existían hasta ahora relaciones de las mujeres que había sido fusiladas durante los primeros meses de la guerra, y en ese sentido cita casos como el de Cella, donde pasaron por el paredón trece mujeres, y otros relacionados en Eva y los infiernos, donde Antonio Peiró enumera 594 asesinadas por los rebeldes y 187 por los republicanos, aunque el propio historiador zaragozano advierte que son datos probablemente incompletos por falta de documentación.

La obra de Aldecoa se circunscribe a las mujeres vecinas de algún pueblo de la provincia de Teruel que fueron sometidas a consejo de guerra. Lo que caracteriza a un consejo de guerra es ser un proceso judicial sumarísimo cuyos tribunales, “ilegales a todas luces” como recuerda el historiador, estaban integrados por militares que aplicaban una legislación represiva y sin garantías que había sido promulgada por otros militares en el momento de declarar la guerra a la República.

De las cerca de 1.000 estudiadas por el historiador, un 75% fueron condenadas, treinta de ellas a pena de muerte -de las que se ejecutaron cinco, siendo las otras conmutadas por penas de 30 años-, y el resto sufrieron penas de cárcel de 6 meses en adelante. El otro 25% resultaron absueltas, “aunque durante el proceso pasaron varios meses en cárceles, normalmente lejos de su familia, y cuando acabó su proceso no solían tener un futuro esperanzador”, apunta Aldecoa.

Acusaciones arbitrarias

Las acusaciones oficiales eran un mero formalismo que siempre se observaba, aunque lo que de veras llevaba a una mujer ante un consejo de guerra podía ser de lo más variado. Desde llevarse ropa de la iglesia, ser familiar de alguien de un comité revolucionario, haber estado en una manifestación, haber votado al Frente Popular, haber colaborado o convivido con milicianos anarquistas... Insultar a determinadas personas o instituciones, prácticas consideradas libertarias -desnudismo o amor libre- e incluso viejas rencillas personales también llevaron a más de una mujer ante un consejo de guerra.

Sin embargo la acusación formal solía ser “de robo, de asalto o de algo en concreto. Cuando a un teniente le llegaban rumores, hacía que la Guardia Civil recabara información entre los vecinos y al final el jefe de la Falange local, el cura y el alcalde eran quienes emitían la acusación formal”, explica Aldecoa. Una de las conclusiones del trabajo afirma que la gran mayoría de acusaciones eran vagas, muy generales y en muchos casos falsas, apoyadas en testimonios de terceros de dudosa veracidad.

Aunque el perfil de las encausadas fue mayoritariamente el de una mujer joven políticamente movilizada, especialmente entre las Juventudes Libertarias, hay casos de mujeres juzgadas hasta los 74 años, “y algún caso, muy pocos, de menores de edad”.

Y aunque la mayor parte de los consejos de guerra femeninos tienen lugar inmediatamente antes y después del final de la guerra, también hay casos en 1943 o 1944, que corresponden sobre todo a mujeres que escaparon de su detención en un primer momento, pero después regresaron a su pueblo. “Hay informes terribles, que hablan de mujeres que regresan sin dinero, con dos o tres hijos, famélicas y desarrapadas”.

Las zonas con mayores número de mujeres sometidas a consejo de guerra fueron las Cuencas Mineras, especialmente Blesa, Muniesa y Utrillas, así como el Bajo Aragón histórico, como Calanda, Alcañiz o Valderrobres. También destacan poderosamente las localidades de Sarrión y Alfambra, lo que lleva a concluir a Serafín Aldecoa que la llegada de columnas de milicianos de Cataluña y Levante provocaron un gran número de consejos de guerra tras la contienda.

“Esas columnas estuvieron varios meses hasta que entraron en combate, y eso hizo que muchas mujeres plancharan la ropa de los milicianos, preparasen la comida o incluso se iniciasen relaciones sentimentales o vistiesen su ropa. Y muchas de esas mujeres después fueron acusadas de colaborar con el enemigo”.

Misoginia y paternalismo

A la luz de los datos, Aldecoa opina que el régimen fue, en general, más “suave” en las condenas aplicadas a mujeres -un 20% del total, según calcula el historiador- que a los hombres, lo que probablemente se deba a que las mujeres tuvieron menor participación política o sindical que sus compañeros varones, lo cual se penaba en mucha mayor medida. En cualquier caso, el historiador detecta “ciertos aires o rasgos misóginos y sexistas contra las mujeres, fruto de la mentalidad ultraconservadores y retrógrada de los autores de las acusaciones”.

También se observa una reiteración de formulismos y terminología en las causas, de forma que “da la sensación de que existía un manual de instrucciones con expresiones tipo para ser usadas por las autoridades franquistas”.

La obra de Serafín Aldecoa también analiza el hecho de que estas mujeres turolenses sufrieron una represión mucho más dura que en el resto de Aragón. La cárcel de Teruel no podía albergar mujeres, ya que buena parte de ella estaba destruida, y aunque se habilitó una en Capuchinos, la mayor parte de las mujeres tuvieron que cumplir condena o permanecer detenidas durante semanas mientras se hacía “el simulacro de juicio” en Zaragoza o incluso en la provincia de Huesca. “Las condiciones en las cárceles femeninas eran penosas, y si además tenías que irte lejos de tu familia ni siquiera podían llevarte comida. No volvían a ver a los suyos hasta que terminaban la condena”.

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