El Rodeno: el gran tesoro natural de Teruel, un paisaje modelado por la erosión y el pinar resinero
Areniscas milenarias, fauna, flora y vestigios humanos conviven en un enclave único y emblemático de la Sierra de AlbarracínEn Aragón, la naturaleza no solo se contempla: se vive y se cuenta. La Red Natural de Aragón reúne 18 espacios protegidos que reflejan la riqueza y diversidad de paisajes de la comunidad. Entre ellos, en el corazón de la provincia de Teruel, se encuentra uno de los parajes más singulares y representativos. Entre las sierras de Albarracín, Gea de Albarracín y Bezas se extiende uno de los enclaves más emblemáticos del paisaje turolense: el Paisaje Protegido de los Pinares de Rodeno. Su nombre evoca al árbol que domina estas tierras, el pino rodeno o pino resinero, pero el verdadero protagonista es el conjunto de formas, colores y vida que aquí se entrelazan desde hace millones de años. Este espacio, declarado Paisaje Protegido en 1995, fue el primer territorio natural reconocido bajo esta figura en la provincia de Teruel, aunque su valor se reconocía ya desde finales del siglo XIX. Doce años más tarde, en 2007, el Gobierno de Aragón amplió sus límites a petición de los ayuntamientos de la zona hasta alcanzar las 6.829 hectáreas actuales, incorporando así nuevos espacios de alto valor ecológico como la Laguna de Bezas, el humedal más extenso de la Sierra de Albarracín.
El inconfundible rojo del Rodeno nace de las areniscas del Buntsandstein, formadas hace más de 200 millones de años. La erosión del viento, la lluvia y los cambios de temperatura ha modelado cavidades y huecos, como taffoni, alveolos o gnammas, mientras los anillos de Liesegang pintan la roca con curiosos patrones.
Barrancos, hoces y callejones se entrelazan en un relieve que combina lo abrupto con lo sereno, y hacia el oeste las areniscas dan paso a calizas, mesetas y valles donde el bosque mediterráneo toma el relevo, creando un equilibrio único entre piedra y vida.
El pino resinero
El pino rodeno es el alma del paisaje: un árbol tenaz que hunde sus raíces en la roca y, con el tiempo, la transforma en suelo fértil. Su resistencia no solo ha modelado el terreno, también la historia local. Durante décadas, la resinación fue fuente de vida para las familias, y aún quedan huellas de aquel oficio en chozas de resineros, troncos marcados y viejas macetas de barro. A su sombra prospera una vegetación mediterránea: jaras, romeros, lavandas y brezos perfuman el aire, mientras en los barrancos crecen álamos, sauces y acebos. En las zonas calizas, el pino rodeno da paso al pino negral, al silvestre y a las sabinas, formando un mosaico vegetal lleno de contrastes. El Rodeno también late con vida animal: jabalíes, ciervos, corzos, zorros y gatos monteses recorren los pinares, aves como el búho real, el águila calzada o el halcón peregrino patrullan el cielo.
Un oasis escondido
En medio de este paisaje seco y rocoso, la Laguna de Bezas surge como un pequeño oasis de vida. Con apenas cuatro hectáreas, sus aguas acogen aves acuáticas y migratorias como la focha común, el zampullín chico o el ánade azulón, y ofrecen un punto de hidratación esencial para la fauna y el ganado de los alrededores. En determinadas épocas, el Polygonum amphibium, una planta acuática, tiñe la laguna de rojo, un guiño al color de las areniscas que la rodean.
Conservar para disfrutar
Pero el Rodeno no es solo naturaleza: es también historia viva. En sus abrigos y cavidades se conservan pinturas rupestres levantinas, declaradas Patrimonio Mundial por la Unesco. Figuras humanas esquematizadas, escenas de caza y grabados autónomos muestran cómo vivieron aquellos que dejaron su huella en la roca. Entre los conjuntos más destacados se encuentran: El Rodeno de Albarracín, Las Tajadas de Bezas, Ligros y Pajarejo, y Prado de Tormón. Además, se han hallado yacimientos celtíberos, islámicos y medievales, como la Masía de la Rábita, que evidencian la presencia continua del ser humano en estas tierras. La relación del hombre con el Rodeno ha sido histórica, desde la recolección de resina hasta la agricultura, la ganadería y, en otros tiempos, la minería.
La declaración del Paisaje Protegido ha permitido conservar este entorno único, protegiendo sabinas, carrascas y especies autóctonas como encinas y rebollos, y regulando actividades humanas para minimizar su impacto. El Centro de Interpretación de Dornaque, en una antigua casa forestal, acerca a visitantes y escolares al valor natural e histórico del Rodeno a través de exposiciones, talleres y paseos guiados. Recorrer sus pinares despierta todos los sentidos: el rojo de las rocas, el viento entre los pinos, los aromas del bosque mediterráneo y la sensación de caminar entre millones de años de historia. Un lugar donde naturaleza e historia se entrelazan, un corazón rojo que sigue latiendo en la sierra de Teruel, vivo y digno de protección.
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