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Fernández Clemente, fotografiado en julio para la entrevista que publicará proximamente 'Turolenses'. Javier Alquézar Penón

En deuda

La revista 'Turolenses' publicará en las próximas semanas una entrevista inédita con Eloy Fernández Clemente
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Por Toni Losantos

Ahora que me toca explicar en clase aquella “tercera vida” de la fama que consagró Jorge Manrique, siento como una orfandad tras el fallecimiento de Eloy Fernández Clemente, al que me unirá ya sin remedio una deuda impagable. Transitó a finales de los sesenta por las aulas y los pasillos de una ciudad que yo contemplo cada día; también por estas páginas –que se llamaban de otra manera, como el instituto– y por esta provincia, a la que nunca dejó de lado. Para hablar de eso y de tantas cosas mantuvimos con él una entrevista –acaso la última concedida– que próximamente publicará Turolenses.

En sus respuestas –inesperadamente póstumas– habla mucho de Teruel. Aquí germinó, por ejemplo, aquel proyecto que unos años después sería Andalán, una revista que ha tardado diez lustros en recibir el reconocimiento merecido; y hacia aquí volvió sus ojos una y otra vez, como cuando descubrió la silenciada figura de Víctor Pruneda, o cuando devolvió la dignidad al coronel Rey d’Harcourt. Claro que eso se lo agradecí después, ya que no empecé a tratar a Eloy hasta mediados los noventa, primero por mi admiración y su generosidad; después, por algunas concordancias vitales que no vienen ahora al caso.

Igual que en la última entrevista, lo recuerdo siempre con un ánimo tenaz, desprendido y exigente. Teruel le debe a Eloy la sensible presencia en la Gran Enciclopedia de Aragón, que nos llevó a algunos de cabeza durante unas cuantas semanas; y el eco de muchas cosas de aquí –libros y otras propuestas culturales– en la distante capital autonómica. Embajador infatigable del Diario de Teruel en Zaragoza, hace quince años me prologó una recopilación de artículos donde dijo de esta ciudad: “aún es abarcable con los ojos humanos, con su belleza y sus miserias”. Pero en sus voluminosas memorias, donde también regresa largamente a Teruel, la mirada de Eloy busca más la belleza que la miseria. Tratándose de Teruel solía predominar el apego, incluso la devoción. Son demasiadas pruebas como para entretenernos en ellas.

El pasado junio, antes de que, como cada verano, partiera de vacaciones hacia Galicia, Eloy nos recibió en su casa de Zaragoza: por fin había aceptado la entrevista para Turolenses. Era el sabio inquieto de siempre, el teórico y el hombre de acción, el profesor de infinita memoria y el ciudadano pendiente desde siempre de Teruel, quizá más pendiente que nunca.

La entrevista aparecerá en próximas fechas. Son unas pocas páginas extraídas de más de tres horas de un encuentro que no sabíamos que sería el último, pero que, visto ahora, desprende un aroma de valioso legado. Repasamos esa tarde una vida plena de empeños –personales, universitarios, políticos–, pero hablamos también de esta provincia dispersa, de los sobresaltos de la actualidad, de su incomprendida, unamuniana pasión por la cultura lusitana, de los apabullantes reconocimientos recién recibidos –había un orgullo trémulo en sus palabras–, de los riesgos de la cultura subvencionada y de la inquietante polarización del mundo. En la entrevista queda manifiesto su compromiso indesmayable, y a él me agarro releyéndola ahora. Confío en que el futuro lector reconocerá en las palabras de Eloy al sabio dinámico, paladín de Teruel.

Tenía previsto visitarlo en agosto en su retiro gallego, saludarlo de nuevo en su biblioteca portuguesa, en la segunda planta de la casa de Cariño, ampliar allí la entrevista con el Cantábrico al fondo. Ya no fue posible. Pero al fin queda el eco de Eloy en las futuras páginas de Turolenses.

El poeta castellano, tras la muerte de su padre, termina las Coplas con estos versos: “que aunque la vida murió / nos dejó harto consuelo / su memoria”. Versos de los que no logro desprenderme y que rondarán estos días por las aulas del viejo Ibáñez Martín de Eloy Fernández Clemente, camino de la eternidad.

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