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Julio Llamazares, escritor: “No entiendo que haya gente que se oponga al Museo de la Batalla de Teruel, debería llevar años abierto” Julio Llamazares, escritor: “No entiendo que haya gente que se oponga al Museo de la Batalla de Teruel, debería llevar años abierto”
El escritor leonés Julio Llamazares en la antigua estación de Caminreal, donde su padre pisó por primera vez la provincia de Teruel durante la Guerra Civil . JEOSM

Julio Llamazares, escritor: “No entiendo que haya gente que se oponga al Museo de la Batalla de Teruel, debería llevar años abierto”

El autor de ‘La lluvia amarilla’ rinde homenaje en su último libro a todas las víctimas de la Guerra Civil, tanto los que ganaron como los que perdieron
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Alfaguara acaba de publicar el último libro de Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955), El viaje de mi padre, y el autor quiso que Teruel acogiera la primera presentación, que tuvo lugar este viernes. El motivo es que este libro de viajes recrea el periplo de su padre, Nemesio Alonso, que le llevó de La Mata de la Bérbula (León) a Castellón durante la Guerra Civil. Pero para Llamazares Teruel está en el corazón del libro y de la memoria de todos los que sufrieron los avatares de la Guerra Civil. Como se recrea en el libro, Nemesio y su compañero Saturnino nunca pudieron olvidar el infierno helado en el que se convirtió la provincia en el invierno de 1937 a 1938. El paisaje de Caudé, Rubielos de la Cérida o Caminreal conserva sus huellas, y Julio Llamazares reclama que no se dejen borrar, aunque solo sea por no volver a caminar por semejante calvario.

-El jueves, antes de la presentación de libro en el Museo, aprovechó para regresar a los lugares de la guerra por los que su padre anduvo por Teruel, aunque usted ya los conocía bien.

-Yo he venido muchas veces a Teruel, aunque no tantas como me gustaría. Escribí sobre Teruel un capítulo de Las rosas de piedra donde viajaba por las catedrales españolas, donde sin pretenderlo coincidí con la celebración de Santa Emerenciana, y donde en plena misa un policía me pidió la documentación. Más allá de la anécdota y de otros viajes que he hecho a Teruel, para escribir El viaje de mi padre ya recorrí esos lugares. Las eras de Caminreal donde estuvieron acampados los soldados, tras un viaje en vagones de ganado desde Valladolid primero y desde Calatayud después, en dos ferrocarriles que ya no existen. Y por Rubielos de la Cérida, Celadas, Cerro Gordo... esos paisajes terribles y a la vez hermosísimos de Teruel que fueron el epicentro del viaje de mi padre. Por eso tenía la decisión personal de que la primera presentación del libro fuera en Teruel.

-¿Qué recuerda de la primera vez que pisó ese terreno? ¿Conectó con la memoria de su padre?

-En aquella ocasión quise que el viaje coincidiera con la época del año en la que estuvo mi padre. Pero él estuvo en Caminreal en pleno invierno con -20º, mientras que cuando yo fue estábamos a 15º. El otro viaje lo hice en junio, desde Zaragoza, adonde los llevaron tras la toma de Teruel para descansar un mes, hasta Castellón. Mi padre vio el mar por primera vez en el Grao de Castellón. Cuando caminas solo por esos parajes tienes la sensación de seguir escuchando el eco de los bombardeos y los disparos, porque el paisaje absorbe las historias que suceden en ellos, y lo siguen reflejando a poca intuición o sensibilidad que tengas. Los paisajes de Teruel me hablaron bastante claramente.

-¿Cómo se organiza su libro, en lo formal?¿Es un diario?

-Esto es un libro de viajes, no es un ensayo sobre la guerra o un libro de investigación. Cuando escribí Río Olvido sobre el río de la montaña leonesa donde me bañaba de niño, mi primer libro de viajes, la frase con la que empezaba era “el paisaje es memoria”. Seguramente entonces lo escribí sin pensarla mucho, pero a lo largo de mi vida y tras viajar mucho me he dado cuenta de que es una verdad profunda. El paisaje sostiene la memoria de las personas que lo habitan o de quienes pasan por él.

Así que este es un libro de viajes, escrito en primera persona, donde yo cuento mi viaje del presente con los ecos del pasado, donde además cito muchos de los libros que he ido leyendo de Alfonso Casas, de David Alegre o de los historiadores clásicos. En el fondo siempre están los testimonios de los historiadores y la memoria personal de mi padre y de Saturnino, su gran compañero con el que pudo hablar después de que mi padre muriera en 1996.

-Su padre le transmitió el relato a retazos, pero usted mismo ha dicho que debería de haberle escuchado con más atención. ¿Cómo rellena los huecos que hay entre las teselas de su testimonio?

-Cuando ellos faltan siempre nos arrepentimos de no haber escuchado más a nuestros padres y abuelos. Cuando eres joven piensas que la única vida interesante es la tuya y la de tus amigos. Como este no es un libro de historia sino de literatura, relleno esos huecos con testimonios de personas que me he ido encontrando por el camino; con la mujer marroquí de un pastor de Singra, que no sabe nada de la guerra y que te hace pensar en las tropas de moros de la guerra, quién sabe si antepasados suyos..., o en lo que recuerda José Luis, que ahora cultiva la tierra y tiene ovejas... También con las lecturas que he ido haciendo y también con todo lo que me ha ido diciendo el propio paisaje, que no es poco.

-Una de las dedicatorias del libro es “a todos los perdedores de la guerra civil, de uno y otro bando”. ¿Su padre se sintió ganador de la guerra alguna vez?

-No. El resumen del libro es que las guerras las pierden todos, excepto unos pocos que se benefician de ellas. Mi padre luchó en el bando vencedor porque estaba en zona franquista y le movilizaron, pero nunca se sintió ganador de nada. Además tuvo dos hermanos en cada bando, en algunos casos por ideología y en otros por circunstancias. Uno de ellos, republicano, murió y nunca apareció, estará en alguna cuneta. Otro acabó en la cárcel y en Argentina, exiliado. La familia de mi padre estuvo partida, aunque después siempre se llevaron muy bien entre ellos. Y años después del final de la guerra mi padre, cuando se reencontró con Ramiro -el exiliado-, supo que ambos habían estado en Teruel durante la batalla, uno en cada bando.

Como todos los combatientes mi padre fue y se sintió un perdedor de la guerra, y portó una herida de por vida. El término que mejor les describe es el título de las memorias de Martí Camprubí, un soldado republicano: Antihéroes de segunda fila. La mayor parte de quienes participaron en la guerra fueron antihéroes que nunca pasaron a la historia y que bastante hicieron con salvar la vida.

-La fotografía de portada es muy potente, pero no es de su padre.

-Es del fotógrafo Agustí Centelles, a quien la Generalitat envió a cubrir la Batalla de Teruel y el frente de Aragón, y cuya vida es absolutamente novelesca. Esa foto está tomada en la entrada de Teruel y resume bien el espíritu del libro, porque yo sigo los pasos de dos soldados franquistas, mi padre y Saturnino, pero el de la fotografía es republicano. Todos eran el mismo soldado, arrastrados por el tsunami de la guerra. Unos abuelos de Celadas me contaron que tras regresar al pueblo cuando el frente se alejó tenían que quitar los cadáveres de los campos para cultivarlos y de los caminos para pasar con el carro. Celadas estaba sembrado de cuerpos sin vida, la mayoría de jóvenes entre 18 y 20 años. Esa foto es un homenaje a los jóvenes que perdieron la vida y un alegato contra la guerra.

-Ahora uno pasea por Celadas o Singra y es imposible imaginar que allí pueda tener lugar semejante carnicería. Seguramente en 1931 o 1933 pensaban lo mismo...

-El periodista Íñigo Domínguez escribió en El País una columna durante la pandemia que titulaba: “Éramos felices y no lo sabíamos”. Nos pasamos la vida pensando que la felicidad es algo extraordinario y grandioso, y en realidad la felicidad consiste en poder salir a la calle, viajar, estar con tus amigos, decir lo que piensas, escuchar a los demás... Solo nos damos cuenta de lo que realmente tiene valor cuando de repente lo perdemos. Como nos pasó en el apagón que hubo a finales de abril. Por eso hay que empeñarse en no olvidar lo que supone una guerra civil. Hoy en día se está utilizando con demasiada alegría el término “guerracivilista”. Pero si empezamos a jugar con fuego verbal podemos pasar al fuego físico, y antes de darnos cuenta vernos metidos en un incendio imposible de controlar.

-Después de muchos años, parece que va desatascándose el viejo proyecto del Museo de la Guerra Civil en Teruel. Ya tiene edificio y fecha prevista de apertura, en 2028. ¿Le parece apropiado un espacio como ese en Teruel?

-Ese museo debería llevar muchos años inaugurado ya. Por suerte o por desgracia, Teruel es mundialmente conocida por la Guerra Civil. Ya no solo por respeto a la historia y su divulgación, sino incluso desde una perspectiva puramente pragmática y económica, un museo sobre la batalla de Teruel sería como Dinópolis, un gran polo de atracción. A Teruel llegan cada día personas de todo el mundo como yo, que buscan las huellas de la guerra, y de momento no las encuentran reflejadas más allá del paisaje y de los restos. Por eso no entiendo que haya gente que se resista a la apertura de un Museo de la Batalla de Teruel, cualquier ciudad alemana lo habría hecho hace muchos años. Además sería una forma de cerrar esa herida, de acabar con el tabú. Mucha gente lo pasó fatal aquí, pero ignorando las heridas no se restablece la salud. Las heridas se curan cerrándolas, convirtiendo la tragedia en historia y explicando a las generaciones venideras qué pasó y cómo pasó, sin ánimo de ideologización en ningún sentido.

-Aunque Sergio del Molino fue quien popularizó el término ‘España Vacía’, usted es el padre de la denuncia literaria contra la despoblación, en especial a partir de La lluvia amarilla. ¿Es usted optimista? Valdrá de algo que ahora el asunto esté en la agenda política de Madrid, o seguirá habiendo más vegamianes y más anielles?

-Es cierto que la despoblación está en la agenda política, pero estar en ella no significa gran cosa. Yo soy pesimista por dos motivos. El primero es que los grandes movimientos sociológicos y demográficos son como los movimientos tectónicos, lentos pero muy difíciles de parar. La tendencia a concentrarse en grandes núcleos de población es general y no solo en España sino en todo el mundo, aunque aquí se vio favorecida por el desarrollismo económico del franquismo, que concentró la industria en cuatro o cinco polos de desarrollo que aumentaron la desigualdad entre las zonas que crecen y las que decrecen.

Además hay una profunda insolidaridad entre los territorios. Pese al mensaje político, los partidos que aspiran a gobernar vuelcan todos sus esfuerzos en las regiones que dan más votos. En las zonas con más población hay más votos, por lo tanto hay más inversión, que atrae más población, más votos y más inversión, en una pescadilla que se muerde la cola. Corregir esa deriva implicaría unas enormes inversiones económicas en sentido contrario, como cuando los aviones ponen los motores al revés para aterrizar. Una de las razones que el Estado de las Autonomías esgrimió en su momento es que perseguía equilibrar el desarrollo regional. Y los datos dicen claramente que desde que se crearon las Comunidades Autónomas las zonas más ricas y pobladas son todavía más ricas y pobladas, y que la diferencia con el resto es mayor. La agenda política y los políticos podrán decir lo que quieran, pero los hechos son los que son. Cuando se instala una nueva industria se pone en Zaragoza o en Sevilla, no en Albarracín o en Zamora. Y así estamos como estamos.

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