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La tierra escrita: Teruel en la obra de Antonio Castro y José Luis Melero, Premios de las Letras Aragonesas La tierra escrita: Teruel en la obra de Antonio Castro y José Luis Melero, Premios de las Letras Aragonesas
Antón Castro y José Luis Melero

La tierra escrita: Teruel en la obra de Antonio Castro y José Luis Melero, Premios de las Letras Aragonesas

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En un país donde algunas provincias parecen necesitar ser nombradas cada día para no desvanecerse del mapa, la literatura ha conseguido que Teruel no solo permanezca, sino que respire con fuerza propia. Gracias a dos voces aragonesas imprescindibles —Antón Castro y José Luis Melero—, recientemente reconocidos con el Premio de las Letras Aragonesas, esta tierra de belleza discreta y tenaz ha encontrado un lugar perdurable en la memoria colectiva a través del poder de la palabra.

Ambos autores han hecho de Teruel mucho más que un simple territorio: lo han convertido en un espacio emocional, simbólico y literario. La han transformado en un paisaje interior, íntimo y perdurable. “Teruel es una patria del alma”, escribió Antón Castro; y José Luis Melero lo ratifica desde la trinchera amable de sus libros, con una erudición cálida y rigurosa: bibliotecas olvidadas, escritores rescatados, recuerdos mínimos que preservan la voz de una tierra que se niega a ser silenciada por el olvido.

Castro: entre el mapa y el mito

Antón Castro (A Coruña, 1959), afincado en Aragón desde hace décadas, ha construido una obra en la que la crónica, la poesía y la ficción conviven con naturalidad. Premio Nacional de Periodismo Cultural —entre otros muchos reconocimientos— ha escrito sobre Teruel con la mirada del viajero atento, del narrador que observa con respeto y cuenta con ternura.

Durante años, Antón Castro recorrió la provincia de Teruel como periodista y también por amor: a su mujer y a una tierra que empezaba a descubrir con asombro y devoción. Lugares como Alcañiz, Urrea de Gaén, Iglesuela, Ejulve, Cantavieja o Camarena de la Sierra fueron algunos de los destinos de ese deambular nómada, siempre con un cuaderno en la mano y una mirada atenta. De aquellos años nacieron sus primeros libros de relatos: Los pasajeros del estío (1990) y El testamento de amor de Patricio Julve (1995), en los que comarcas como el Matarraña, el Maestrazgo o Gúdar-Javalambre no solo sirven como escenarios, sino que adquieren el peso y la presencia de verdaderos personajes.

De ese nomadismo profesional y vital debido a la profesión de la madre —médico— surgió también una herencia íntima y literaria: sus hijos, Aloma y Daniel, crecieron entre paisajes, libros y relatos, mamaron el territorio y heredaron la mirada curiosa de su padre. Ambos han seguido, de algún modo, sus pasos en el mundo de la escritura. Daniel, en particular, lo ha hecho con voz propia y un tono irreverente, como demuestra en su desopilante parodia Un hipster en la España vacía, inspirada y ambientada en pueblos turolenses recorridos en su infancia.

A estos territorios iniciales se sumarían después otras comarcas como la del Jiloca o la Sierra de Albarracín, que nutren obras como Los seres imposibles (1998). También su poesía tiene a Teruel como protagonista constante —y cabe esperar la próxima publicación de El centinela de las estaciones, un poemario inédito hasta la fecha, enteramente dedicado a esta provincia—. Su vínculo con Teruel se extiende igualmente al ámbito divulgativo, con numerosas colaboraciones en libros colectivos sobre sus paisajes, historia y cultura, personajes ilustres —Aragoneses ilustres, ilustrados e iluminados— o seres imaginarios —Bestiario aragonés—.

La prosa de Castro, tan lírica como auténtica, y en ocasiones cercana a lo legendario, transita entre lo realista, lo tremendo y lo fantástico. Pueblos como Alcañiz, Albarracín, Calamocha, Cantavieja, Rubielos o Allepuz aparecen con frecuencia en sus relatos, crónicas y poemas, habitados por personajes locales, leyendas ancestrales y paisajes nevados que revelan el alma íntima de la provincia.

Melero: el lector que no olvida

José Luis Melero (Zaragoza, 1956), bibliófilo, erudito y narrador de lo marginal, ha hecho de la lectura una forma de militancia cultural. En sus obras —Leer para contarlo, La vida de los libros, entre otras—, Teruel aparece constantemente, ya sea a través de escritores casi anónimos, bibliotecas olvidadas o anécdotas que reconstruyen la vida cultural de Aragón con una precisión afectiva.

Desde 2009, Melero ha ido dando forma a un proyecto literario único, fruto de toda una vida lectora de bibliófilo irredento y patológico —su biblioteca cuenta con casi cuarenta mil volúmenes—. Lo inauguró con La vida de los libros y ha alcanzado ya siete volúmenes con el reciente Bibliotecas y extravíos, todos publicados por Xordica Editorial y bellamente ilustrados con las portadas alegóricas de Jorge Gay. En ellos se recogen los artículos que Melero publica cada semana en el suplemento cultural Artes & Letras del Heraldo de Aragón. Cada texto es un ejercicio de rescate, de documentación y de ternura hacia lo que otros desconocen, ya no miran o han olvidado.

Melero no solo recuerda: reconstruye y protege. Y en ese gesto, Teruel y sus pueblos ocupan un lugar esencial. No es casualidad que tantos de sus textos contengan referencias a bibliotecas rurales, lectores silenciosos, autores de provincia y momentos en los que la literatura se entrelaza con la vida sencilla

Una ética común

Castro y Melero escriben desde una misma ética: el respeto por lo humilde, la defensa de una cultura que no busca el escaparate, la pasión por lo genuino. En sus obras hay campanas oxidadas, cafés con memoria, libros sin títulos, lectores anónimos. Hay un Aragón profundo, áspero y bello, que se niega a desaparecer. Y en ese Aragón, Teruel late como un corazón discreto pero firme.

Mientras los debates sobre infraestructuras y despoblación siguen ocupando titulares, ellos han elegido otro camino: el de la permanencia literaria. Han hecho de Teruel no solo un escenario, sino un personaje. Una tierra que se escribe, se recuerda y se honra.

Este texto quiere ser un reconocimiento sincero a dos autores que han sabido mirar donde otros no veían. A Antón Castro, el gallego más aragonés del mundo por sensibilidad y compromiso, y a José Luis Melero, aragonesista hasta la médula, incansable defensor de la cultura que nace lejos del centro. También es un homenaje a quienes han tenido el acierto de concederles el Premio de las Letras Aragonesas, celebrando así su trayectoria y su mirada profunda. Todo un acierto.

Y, por supuesto, es un homenaje a Teruel, que sigue existiendo porque se nombra, se escribe y se recuerda. Y en buena parte es gracias a ellos. Mientras haya quienes la conviertan en literatura, Teruel no desaparecerá del mapa. Al contrario: seguirá latiendo en cada página.

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