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'Los niños y Buñuel', por Montserrat Martínez González, rofesora de Universidad jubilada y exvicerrectora del Campus Universitario de Teruel 'Los niños y Buñuel', por Montserrat Martínez González, rofesora de Universidad jubilada y exvicerrectora del Campus Universitario de Teruel
UNA PELÍCULA DE 1950. ‘Los olvidados’, de Luis Buñuel, se estrenó el 9 de diciembre del año 1950 en México. ​​ Escrita y dirigida por Luis Buñuel, obtuvo el premio al mejor director en el Festival de Cannes, en Francia. Es una de las cintas más recordadas

'Los niños y Buñuel', por Montserrat Martínez González, rofesora de Universidad jubilada y exvicerrectora del Campus Universitario de Teruel

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Por Montserrat Martínez González

El cine ha sido un elemento importante en mi vida. Mi primer contacto con él se concreta en aquellas películas de Cifesa, que el cura  proyectaba  para la gente del pequeño pueblo donde me crié. Mosén José era más expeditivo que el de Cinema Paradiso y  ni siquiera mandaba cortar las escenas que él consideraba “indecentes”, pues le bastaba con poner la mano delante del foco de una máquina  simple y pequeña. Luego, vinieron las tardes del los domingos turolenses de los años sesenta, en el gallinero de las dos y pico pesetas del cine Marín, junto al recuerdo de las películas del Victoria, la Salle y  el salón Franciscano.

Cuando llegué a la Universidad, mantuve muchas conversaciones con un sereno del barrio donde vivía, natural de Calanda, quién me hablaba de que en su pueblo “había nacido un artista muy famoso”. Al principio pensé que fuera un actor, pero rápidamente identifiqué a Luis Buñuel, por las informaciones que me daba del personaje. Yo presumía de saber cosas sobre Buñuel, puesto que tuve una hermana que me llevaba bastantes años y que vivió en París. Cuando venía de vacaciones, me embelesaba con ella, por las películas que me contaba y los conciertos de música clásica a los que asistía.

El primer año de universitaria en Valencia, me aficioné muy pronto a los cine-clubs, entonces vigilados muy de cerca por la censura de los “cuidadores” públicos. Así, fue en el del Colegio de Farmacéuticos, de la calle Conde de Montornés, donde vi por primera vez la película Nazarín, en un pase golfo y clandestino de medianoche. Salimos las tres personas de Teruel muy impresionadas. Si fue por la propia historia que se narraba y el efecto final con los tambores de Calanda, que también tuvieron su parte, aún nos impactó más  por la sensación de haber burlado las prohibiciones de la autoridad competente. Parecía que, de ahí, íbamos a pasar a la clandestinidad. Así entré en contacto directo con el cine de Luis Buñuel.

A partir de entonces, todo fue rodado. Volví a ver Nazarín con una actitud más madura y muchos viajes que hice a Madrid para visitar a la familia coincidían con alguna película de Buñuel. Tengo en el recuerdo la anécdota de un taxista que me acercó a un cine de la Gran Vía madrileña para ver El discreto encanto de la burguesía. Al bajarme y pagarle el servicio, fijándose en la gran cola que había para entrar, me dijo muy seguro “no sé por qué va tanta gente a ver esta película, si a todos Buñuel  los va a poner verdes”. De estudiantes, nos interesábamos por Buñuel, no solo por eso del paisanaje, sino por su obra y el paso por la reconocida e histórica Residencia de Estudiantes. Nos iba el surrealismo pero, como alumnos que íbamos a cursar en la especialidad la rama de Historia, al momento veíamos el trasfondo de lo que quería decirnos Buñuel, tras el lenguaje y la narrativa que había escogido.

Pero mi relación con el gran calandino no se acabó ahí. Cuando me tocó la responsabilidad de dirigir el Instituto de Estudios Turolenses, todo el equipo defendió la continuidad de la Colección Buñuel, de guiones inéditos, editados por la Institución, Era ésta una de las joyas  de nuestra producción bibliográfica. Y cuando se creó el Centro Buñuel de Calanda, algunos temieron porque los calandinos le pidieran al Presidente de la Diputación Provincial, de la que depende el Instituto, la transferencia de la Colección Buñuel.

LOS OLVIDADOS. “Me fijé especialmente en  los personajes juveniles: Jaibo, Pedro, la niña, el Ojitos y los adultos como Pelón el ciego, el cojo de ambas piernas. También me fijé en las gallinas simbólicas de la película”

El sobrino de Buñuel, Pedro Christian García-Buñuel, actuaba ante nosotros como representante de la familia. La muerte de esta persona significó, además de otras complicaciones, la interrupción de la continuidad de la colección. Precisamente, uno de los volúmenes de la misma, editado en 2007, Buñuel 1950. Los Olvidados: guión y documentos, importante obra de investigación hemerográfica, realizada por la profesora Carmen Peña Ardid, entonces miembro del Consejo Científico de la Institución, y por el ilustrador Víctor Lahuerta Guillén, obtuvo en 2008  el Premio Muñoz Suay, de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, a la mejor investigación sobre temas relacionados con el cine, en el año citado.

En relación con la película Los olvidados, me fijé especialmente en  los personajes juveniles: Jaibo, Pedro, la niña, el Ojitos y los adultos como Pelón el ciego, el cojo de ambas piernas. También me fijé en las gallinas simbólicas de la película. Todos ellos, exponentes de la marginación, de la pobreza y desamor que lleva a esta especie de “corte de los milagros” a la delincuencia y a la violencia. Este repertorio de desasistidos sociales, abocados a la miseria, me sirvieron para trabajar aspectos sociales de la película con los estudiantes de la asignatura Didáctica del medio social y cultural, al volver a mi Facultad turolense para mi último tramo de vida activa.

Pero lo mejor que les voy a contar aquí es la relación que los niños pueden tener con Buñuel, en su formación escolar. Cuando estaba en plena madurez de mi vida profesional, en el edificio derribado de la desaparecida Escuela Universitaria de Magisterio, la popular Chocolatera, teníamos un aula que era una cámara de Gessell, llamada popularmente “el espejo de Judas”. Se trataba de una habitación adaptada para observar a personas. Los niños de 6 a 8 años, con los que realizábamos las actividades, alumnos del Colegio Anejas, nombre que delataba la adscripción del colegio a la antigua Escuela Universitaria, trabajaban en la citada aula, bien con un estudiante que hacía la clase práctica o conmigo. Los otros alumnos, estudiantes de Magisterio, observaban en otra aula contigua, a través del citado espejo. Siempre recordaré cuando les pasamos algunos fotogramas seleccionados sobre las películas de Buñuel. Así, las ovejas que pasaban por el salón burgués de la película El ángel exterminador y también el oso trepador por las cortinas. Montábamos una conversación que la dirigíamos por  territorios surrealistas. La capacidad creativa de los chavales, para dar explicaciones de lo que veían desde una óptica fuera de lo normal y de todo sentido común, era extraordinaria. Cuando los alumnos tenían más edad, orientábamos el asunto, asimismo, hacia interpretaciones sobre la realidad social y ambiental de los personajes. En este sentido, la película Los olvidados, con su elenco de jóvenes expulsados de una sociedad mínimamente armoniosa y lanzados a la miseria y la violencia de una sociedad urbana, son ejemplos aprovechables para los objetivos que podamos trabajar en diferentes ámbitos. Desde la geografía de la pobreza; la vida de los desclasados en medios urbanos; las consecuencias del desarraigo y otras causas que conducen a la delincuencia y falta de metas de los jóvenes. En fin, nos ofrece muchas alternativas para la formación en valores, por ejemplo.

Una vez, les planteamos a niños de siete años una historia sobre un señor que era de un pueblo de Teruel, que le gustaba hacer películas y que teníamos que ayudarle para una que se iba a titular Un perro andaluz, ya que éramos los guionistas y que podían poner cosas que, aunque no “pegaban” o casaban con la realidad, nosotros les buscaríamos una interpretación. Así pasábamos al tema de Luis Buñuel. Solamente nos centramos en el título de la película. No nos interesaba el argumento real de la misma, en  la que el perro debió de marcharse de excursión, pues no aparece. Nos interesaba trabajar el título. Las preguntas llegaron como un torrente: Aparecieron perros con cuernos, perros disfrazados de ovejas, perros que vivían en la playa, perros que ellos mismos tenían de mascotas. Les preguntamos en qué se podía notar si un perro era andaluz o aragonés (pregunta muy a la altura del tema surrealista). También qué era esa expresión  “es más raro que un perro verde” y  todas las clases y colores que tenían los perros que conocían. El trabajo lo continuó la maestra, en su aula, ya que algunos niños llevaron fotos de sus mascotas y una colega nuestra, profesora de Matemáticas en la Escuela Universitaria de Magisterio, llevó al aula de las Anejas a su perra para que la vieran. Nos inventamos con ellos una historieta, también en clave surrealista. No dijimos nada del fotograma famoso del ojo – pensamos del problema que se podía crear cuando fueran a sus respectivas casas, contando la escena- Fue una práctica extraordinaria.

Dejamos de utilizar el “espejo de Judas” citado por un problema también surrealista. Resulta que los alumnos de Magisterio fumaban en las clases, en aquel entonces. Lo hacían durante la observación y, en una de ellas, un niño empezó a mirar con la nariz pegada en el cristal, porque de los cigarrillos encendidos veían los pequeños como puntos rojos que se movían. No lo sabíamos, pero este chaval se salió del aula, empezó a mirar por todos los cuartos contiguos y nos encontró en medio de la observación. La exclamación que dijo fue “!os he pillado a todos!”, Ese grupo ya no subió de las Anejas para realizar una práctica más: habían descubierto el truco y  de ellos ya no podíamos esperar un trabajo con la espontaneidad imprescindible.

Un día, cuando ya estaba con un pie fuera de la Universidad, a las puertas de mi jubilación, acudí al Centro Buñuel Calanda, con unos amigos, antiguos alumnos, que habían venido a visitarme con sus dos hijos de cuatro y seis años y unos amiguitos del pueblo cercano, donde pasaban el verano. La visita fue algo extraordinario. El interés por lo que vieron y manipularon fue altísimo. Ya empezaron con el carricoche que había en el vestíbulo, junto a la escalera, perteneciente a la familia Buñuel. Fotografías, trozos de películas, todo fue para ellos un auténtico parque de atracciones. Aproveché para, posteriormente, mientras tomaban unos helados de premio, preguntarles qué es lo que más les había gustado de la visita. Todos, sin haberse puesto de acuerdo, me dijeron ¡Los váteres que sirven de sillas, en los que nos hemos sentado!

La respuesta que me dieron me condujo al recuerdo de una experiencia, leída en la prensa, que se hizo en el Museo Reina Sofía, llevando a niños pequeños, concretamente de segundo curso de Educación Infantil, a visitar diferentes salas y cuadros del mismo. Después de múltiples actividades, risas y comentarios, la educadora que dirigió las sesiones, les preguntó qué era lo que más les había gustado de todo. Respondieron a coro que el ascensor exterior al edificio, porque se lo habían pasado pipa, subiendo y bajando y mirando a la gente pequeñita en la plaza.

Como conclusión, tengo que decir que a los niños pequeños y de los primeros cursos de Primaria podemos aproximarlos al mundo del cine surrealista y al universo de Buñuel, pues todavía están a salvo de estereotipos y lugares comunes. Y lo decimos con conocimiento de causa pues, un día, mientras los niños de los cursos primeros de Primaria realizaban dibujos de caballos de todas las formas y colores, la experiencia que tuvimos con los de cuarto y quinto fue que todos dibujaron el caballo llamado Furia, de moda en los dibujos animados que proyectaban en la televisión por aquel entonces.

Finalmente, en cuanto a los niños más mayores o jóvenes,  además de captar el lenguaje visual y el ritmo de las películas, podemos disfrutar con ellos buscando todo lo que subyace acerca de las realidades sociales y culturales que Buñuel nos transmite. Su cine puede mostrarles la denuncia y alegato contra el rostro menos agradable de la sociedad en la que los estamos introduciendo.

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