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Raúl Maicas, director y fundador de Turia: Raúl Maicas, director y fundador de Turia:
Maícas fundó la revista en 1983 con 21 años, y cuatro décadas más tarde sigue al frente del proyecto. Miguel Ángel Artigas

Raúl Maicas, director y fundador de Turia: "Creo que el futuro de la revista está en el fructífero mestizaje entre la edición en papel y la digital"

Asegura que la publicación es el ejemplo de que es posible hacer cultura universal desde la España interior
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Raúl Carlos Maícas fundó la revista Turia hace ahora cuarenta años y la dirige desde su número inaugural,  primero junto a Ana María Navales y en solitario desde su fallecimiento, en 2009. Su tesón y su fe en un proyecto que nació muy lejos de los centros culturales españoles como Madrid o Barcelona, ambicioso como pocos se han creado en Teruel, han mantenido con vida un proyecto basado en  la excelencia y en la calidad, que ha sabido sopesar la ingente producción literaria de casi medio siglo para separar el grano de la paja y no depender de modas pasajeras, y por cuyas páginas han pasado los nombres más destacados de las letras en castellano.

-El 4 de noviembre de 1983, hace ahora cuarenta años y unos pocos días, se presentó oficialmente el número 0 de Turia. ¿Tiene fresco el recuerdo de lo que sucedió aquel día?
-Hay una fotografía de aquella primera presentación que, vista hoy, provoca un torrente de emociones y nostalgias. Aparecen en ella personas que aprecié y que ya no están con nosotros, como la escritora zaragozana Ana María Navales y el entonces Alcalde de Teruel, Ricardo Eced. Aquel evento lo celebramos en el salón de actos del Ayuntamiento y, aunque ese número 0 era breve en paginación, constituía ya toda una declaración de intenciones de lo que uno quería llevar a cabo: cultura universal desde la España interior. Así lo entendió el Ministerio de Cultura y, además de hacer una aportación económica, envió al acto a Luis Suñén, prestigioso crítico literario de El País, y que ejercía entonces como asesor de Javier Solana.

Nunca olvidaré aquellos inicios y que el Ayuntamiento fuera quien hizo posible que la revista se pusiera en marcha. No resultó fácil, porque había no pocas dudas sobre la viabilidad de mi iniciativa, pero siempre agradecí al escultor Pablo Serrano que lograra convencer a la Corporación de la necesidad de apoyar a un joven agitador cultural turolense de 21 años que quería editar en nuestra ciudad una publicación de difusión nacional.

Fue una bendita locura y el equipo de personas que me acompañaron y avalaron en ese arranque también son dignos de recuerdo. Porque, junto a la presencia y labor fundamentales de los ya citados, en ese Consejo Asesor estaban el escritor y periodista Federico Jiménez Losantos y el arqueólogo y profesor universitario Francisco Burillo.

Luego, gracias a Gonzalo Borrás e Isidoro Esteban, la revista se integró en el Instituto de Estudios Turolenses de la Diputación Provincial de Teruel y, desde 1985, tenemos ya una cobertura administrativa y legal estable para nuestro trabajo.

-¿Qué le motivó a emprender el proyecto de Turia? ¿Hasta dónde pensó que podría llegar en aquellos finales de 1983?
-La lectura y la escritura son, desde la infancia, actividades que me han acompañado siempre. Puede decirse que forman parte natural de mi personalidad. Recuerdo que en el colegio era uno de los que solía hacer habitualmente las redacciones y los murales para presentar a los concursos. Desde pequeño leí tebeos, periódicos, revistas y, por supuesto, todo tipo libros. A los quince años ya escribía en el antiguo DIARIO DE TERUEL, entonces Lucha; luego llegaron las colaboraciones en Andalán, en El día, en Heraldo de Aragón... Formé parte del colectivo de estudiantes y profesores universitarios que integraban la Tertulia Literaria de Teruel, que editó una revista llamada Logas y, por tanto, puede decirse que poner en marcha una revista cultural como Turia fue una iniciativa lógica para alguien con mis inquietudes. Era la mejor forma de dar cauce a una pasión por leer y escribir y hacer cómplices de esa aventura a todos aquellos que, libremente, compartieran esta adicción a la letra impresa. De ahí que decidiera, a diferencia de otros jóvenes universitarios que se van y ya no regresan, quedarme en Teruel y contribuir desde el ámbito de la cultura a regenerar y mejorar el panorama que había.

Panorama

-¿Cómo era ese panorama? ¿Invitaba a la iniciativa cultural, a la creación de nuevos referentes?
-Uno de los rasgos fundamentales de mi personalidad es la constancia. El tesón que pongo en todo aquello que creo merece la pena. En aquellas causas, proyectos o iniciativas por las que conviene luchar y sacrificarse. También soy una persona inconformista, crítica, que gusta de sentirse libre e independiente de obediencias debidas, de tutelas caciquiles, de doctrinas totalitarias y de rutinas sin fundamento. Y en el Teruel de los años 70 del siglo XX había demasiadas inercias que nos lastraban, demasiado conformismo, demasiada precariedad creativa y educativa. Soy de los que creen, y modestamente he intentado contribuir a ello, tanto desde mi labor periodística en las instituciones como al frente de la revista Turia, que la democracia le ha sentado muy bien a Teruel. A nivel profesional, siempre suelo recordar que una de las primeras notas de prensa que elaboré en la Diputación Provincial de Teruel hacía referencia a que se instalaba el agua corriente domiciliada en una serie de núcleos de población. Me parece un dato muy revelador, porque estamos hablando del año 1984. No olvidemos que, durante generaciones, Teruel siempre fue punto de partida de emigrantes. Frente a ese panorama, es justo subrayar que la democracia ha transformado para bien y en positivo a este territorio, a sus pueblos y gentes. Eso es indiscutible para todos los que quieran verlo. Es obvio que queda aún mucho camino por recorrer pero es que veníamos de un atraso brutal, de unas carencias increíbles a nivel de infraestructuras y equipamientos.

-¿Por qué eligió el nombre de Turia?
-No es nada casual. Reúne la reivindicación y el homenaje. Turia quiere dar testimonio de reconocimiento a una publicación cultural turolense, la Revista del Turia, que constituyó una de las más señeras muestras de la notable actividad cultural y ciudadana que vivió Teruel en las últimas décadas del siglo XIX. Retomar ese dinamismo regeneracionista, servir de cauce a los nuevos autores e investigadores aragoneses, ejercer de puente cultural entre Aragón y otros territorios, fueron algunos de los propósitos prioritarios que guiaron la aparición de Turia y que continúan alentando su trabajo actual.

-Más allá de esa referencia, ¿tomó como modelo alguna revista del ramo, algún modelo preexistente?
-Hablar de revistas culturales y literarias en España es imposible sin citar a la legendaria e influyente Revista de Occidente, fundada en 1923 por José Ortega y Gasset y que continúa editándose por la Fundación Ortega-Marañón. De hecho, el elogio que más he agradecido es que algunos hayan definido a Turia como la Revista de Occidente de Aragón. Por otra parte, como lector compulsivo de las buenas revistas que trajo la democracia, tengo que citar algunas que guardo como un tesoro en mi biblioteca: cabeceras ya desaparecidas como Camp de l’arpa, o que se mantienen como Quimera. Entre las que ya no se editan desde hace años, pero que me dejaron huella, hay que referirse a El Paseante, que fundó y dirigió mi admirado Jacobo Siruela, o El Europeo, de Borja Casani. Y también quiero recordar a la breve pero inolvidable Diwan.

Respecto a Turia, siempre hemos sido un proyecto cultural atento a lo universal pero nunca hemos descuidado nuestras raíces, nuestro lugar de origen y hemos fomentado la lectura de aquellos autores de calidad con los que compartimos paisanaje o investigado y divulgado temas y personajes que no merecían seguir en el limbo. Somos un modelo de revista que, en aquellos años ochenta del siglo pasado representaba, y de manera ejemplar, Los Cuadernos del Norte, una publicación periódica que impulsó ese gran comunicador que fue Juan Cueto desde Asturias y que, desgraciadamente, sólo duró unos años o Barcarola, en Albacete, que todavía sobrevive.

Milagro

Hablando de todas esas revistas de referencia, hay que destacar que es un milagro que Turia continue hoy, cuarenta años después. Máxime porque las revistas culturales en España son, habitualmente, empresas frágiles y de vida breve. Quizá el firme empeño de quienes la promovemos y la complicidad de muchas personas y entidades en un proyecto que se define abierto e integrador hayan sido los motivos fundamentales para conseguir esta insólita longevidad.  Aun así, hoy como ayer la revista requiere de un esfuerzo permanente para asegurar su viabilidad económica. Una revista cultural en España nunca será un negocio. En nuestro caso, además, el objetivo no es tener muchos sino buenos lectores. Siempre he preferido la calidad a la cantidad. La fama es un termómetro poco fiable y depende del vaivén de las modas. Soy también de los convencidos de que un creador no es más recomendable simplemente por el hecho, azaroso o provocado, de que venda más en un momento determinado. Prefiero que nos disfruten  pocos pero buenos lectores a liderar ventas, o que éstas nos autofinancien. El nivel de exigencia, de calidad literaria, nunca debe de someterse a la dictadura que supone la búsqueda de la mera rentabilidad económica. Detesto a quienes elaboran libros como si fabricaran salchichas o plegándose a las estrategias de marketing de los grandes grupos editoriales. Hay demasiados títulos clónicos y prescindibles que impiden, en no pocas ocasiones, que el lector común descubra auténticas joyas literarias.   

-¿Podría Turia dejar de editarse algún día en papel, para volcarse en su edición digital? ¿O significaría eso el principio del fin?
-Soy de los convencidos de que la edición en papel sobrevivirá, si bien resulta obvio que todas las publicaciones, sean de la naturaleza que sean, tenemos ya más lectores digitales que en papel. Desde hace diez años, en Turia conviven ambos formatos. Dimos un paso adelante digital para promocionar y mantener nuestra edición en papel. Actualmente tenemos 12.600 seguidores diarios en Facebook y en la web se contabilizan 7.000 lectores mensuales.

Respecto a la versión en papel, la tirada se mantiene estable desde hace años en 1.200 ejemplares. Y es un síntoma positivo confirmar que unos cuantos números están  agotados. Por ejemplo, del primer número de este 2023, que contenía un espectacular monográfico sobre Buñuel y la literatura, ya no tenemos ejemplares en el almacén del Instituto de Estudios Turolenses. Son buenas cifras para una publicación como la nuestra, que se ha fijado siempre como objetivo ofrecer buenas lecturas a buenos lectores. Pero la edición digital requiere un permanente reciclaje y modernización en su diseño y en la oferta de contenidos para mantener su atractivo. Y ya toca. Es uno de los retos que vamos a plantear a la nueva dirección del IET. Máxime teniendo en cuenta que somos la publicación que lidera de forma significativa la audiencia, las suscripciones y las ventas de todo su fondo editorial.

La obra propia

-Usted también ha tenido ocasión de publicar su propia obra. Son, hasta ahora, tres volúmenes de diarios: ‘Días sin huella’, ‘La marea del tiempo’ y ‘La nieve sobre el agua’. ¿Tiene prevista la publicación de algún volumen más? ¿Nunca ha publicado narrativa de ficción propiamente dicha? ¿Por qué?
-Dice Luis Landero que todos tenemos nuestro escaparate y nuestra trastienda. Por tanto, y desde esa perspectiva, Turia sería fruto de mi compromiso público con la creatividad y la acción cultural, y escribir un diario es mi pasión secreta. Es un género que me gusta como lector y en el que me encuentro muy cómodo. Tampoco mi vida laboral y personal me permitiría otras dedicaciones más intensas y prolongadas como las que requiere la novela.

Mis diarios son una especie de calendario sin fechas. Cada uno de mis textos diarísticos tiene vida propia, puede ser leído sin tener en cuenta al resto. Se adaptan bien a esta vida estresante que llevamos casi todos, permiten dedicar a la lectura unos pocos minutos o un tiempo más largo. Son, como diría Carmen Martín Gaite, un cuaderno de todo. Llevar un diario, o leer los que escriben otros, es ideal para esta época de vértigo vital, de precariedad, que padecemos a todos los niveles.

Sobre la liturgia y los motivos de llevar un diario he reflexionado mucho. En La marea del tiempo ya expliqué que los diaristas trabajamos desde la escritura para cambiar las cosas, o cuando menos, para que nuestra salud artística e intelectual no naufrague en la ciénaga de la realidad, de la sumisión o en el nihilismo más improductivo. Además, nadie mejor que el escritor de diarios para contarnos cómo se ve y cómo nos ve. Porque, frente a la temeridad de guardar silencio o zambullirse sólo en la narración de mundos imaginarios del ayer o del futuro, nada mejor que la escritura del diario para explicar la vida y trascenderla.

Ojalá pronto encuentre la salud necesaria para continuar con la publicación de más volúmenes de mis diarios. Ya están escritos varios: La mano sobre los ojos, La primera patria y Un alma atada al reloj. La mía es una labor en marcha, que no descansa porque es placentera y sanadora. Permite volcar, negro sobre blanco, los quebrantos y los vaivenes de la vida propia y dar nuestra versión sobre lo que sucede alrededor, que no es poco. Son tiempos convulsos y el escritor de diarios que soy no renuncia al reto de contarlos a mi manera. Además, hay algún editor y unos cuantos lectores cómplices que los aguardan. Y saberlo me anima a continuar escribiendo. Por otra parte, y como confesé en las páginas de La nieve sobre el agua, “no me gustan los aguafiestas a sueldo, ni los cabreos perpetuos, ni las verdades a medias, ni nos melodramas, ni causar molestias gratuitas. Sólo soy un cronista desdibujado e independiente que intenta seguir a flote”.

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