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Las inquietas Las inquietas
José Manuel Ubé. Artista dedicado al collage y arte digital. De formación autodidacta, el surrealismo corre por sus venas. Desde 1989, ha realizado numerosas exposiciones individuales y colectivas.

Por Angélica Morales *

Lo habían intentado todo, disciplina, tareas en el jardín, cursos de solfeo, equitación... sin embargo nada podía detener a las gemelas, las señoritas N y K, a las que su madre había bautizado como "Las inquietas".

Eran dueñas de una figura grácil, una melena oscura y lacia que caía firme sobre sus hombros y un cutis tan pálido que parecía que alguien, al nacer, les había robado la sangre.

Sus manos siempre estaban en movimiento, haciendo picadillo la espalda del aire, acabando con la paciencia de todos aquellos que estuvieran a su alrededor.

No permanecían en calma ni siquiera en el sueño. Recientemente, el médico de la familia había emitido su diagnóstico: "las niñas son sonámbulas", dijo el doctor Z atusándose el bigote con gravedad.

Aun así, y a pesar de estar dormidas, las gemelas perpetraban sus travesuras de noche, soliviantando el ánimo de los criados y sumiendo a su pobre madre en un estado de nervios continuo.

No habían encontrado el modo de poder domarlas."Debes tener paciencia, querida", solía decir Lord T a su esposa. "Cuando crezcan serán una señoritas formales y encantadoras".

Lord T era un noble rentista que ocupaba su tiempo estudiando el arte de la fotografía. Le gustaba hacer retratos, pero por más que había intentado que las gemelas posaran para él, todas las imágenes que había logrado rescatar de ellas estaban movidas.

“Inquietas”, repetía para sí, como esas fotografías secretas que guardaba con llave en la caja fuerte de su despacho. Allí descansaban los retratos de su hermana y sus padres muertos. Su última estancia dentro de la luz. Las fotos de los muertos pretendían capturar el momento en el que el alma escapa del cuerpo, esa transición etérea entre lo divino y lo terrenal que tanto fascinaba a Lord T. Había mirado muchas veces esas fotografías buscando ese leve temblor, ese movimiento del espíritu sobre el papel, pero no había encontrado nada; solo a su padre muerto con su traje de domingo sentado a la mesa, mientras su madre lo sujetaba por detrás para que no se cayera y despachurrara la fruta de los platos. Con su hermana fue más sencillo, cuando murió tenía quince años y el peso de una pluma. Él mismo arregló sus tirabuzones y sopló dentro de su boca, como si con ese gesto le pudiera mandar una señal a su alma para que emergiera en busca de la luz. Pero tampoco ella se mostró inquieta.

Ahora iba a enviar a sus hijas a estudiar a Londres, a casa de su tía G. Ella se encargaría de enderezar sus conductas. Tía G era una mujer severa que no toleraba las travesuras. Le había prometido a Lord T devolver a sus hijas completamente mansas.

"En un año serán como dos corderitos, querido, confía en mí”, le escribió.

El tren partía de madrugada. No se escuchaba nada excepto el relincho de los caballos al llegar a la estación y las risas de las gemelas que sin poderlo remediar ya habían ideado una nueva trampa. Esta consistía en atar un hilo en la escalerilla del carro para que su padre, Lord T, al intentar apearse cayese con gran estrépito. Ni que decir tiene que la empresa fue todo un éxito.

Cuando el jefe de estación alzó el banderín rojo y hizo uso de su silbato para dar la orden de salida, desde la ventanilla Lord T besó a sus hijas en la frente y les dijo adiós.

Poco imaginaba el hombre que sería la última vez que las vería con vida. Unas horas más tarde y debido a un fallo en las agujas de las traviesas, el tren descarriló precipitándose por un acantilado.

No pudieron recuperar sus cuerpos.

Con el paso del tiempo fue creciendo una leyenda que decía que cada madrugada, cuando el cielo abría su vientre y el sol incidía sobre las rocas del acantilado, podía verse a las gemelas flotar sobre la espuma del agua, cogidas de la mano, completamente quietas, como si esperasen el disparo de una de una cámara fotográfica o la reprimenda de Dios.


* Escritora. Ha recibido numerosos premios internacionales de poesía, destacando el V Premio Internacional De Poesía Gabriel Celaya con el poemario Mi padre cuenta monedas. En narrativa, acaba de publicar con gran éxito su novela La casa de los hilos rotos editada por Ediciones Destino (Planeta) Recientemente galardonada en la Feria del Libro de Huesca con el Premio al Mejor Libro Altoaragonés del año

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