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Javier Silvestre

Se celebraba ayer en Teruel una nueva concentración de la Revuelta de la España vaciada. 20 personas en la plaza de la Catedral. ¡Veinte! Es para reflexionar. Y mucho.

Recuerdo aquella primera gran manifestación en Madrid, en 2019, en la que me encontré con tantos amigos y conocidos que habían venido hasta el paseo del Prado para gritar que hay muchos otros territorios que también existimos. 100.000 personas salimos a la calle aquel día. Ayer, en Teruel fueron apenas 20.

Algunos me dirán que no es comparable una cosa con la otra, pero por supuesto que lo es. Un movimiento que generaba ilusión a miles de ciudadanos y que estaba llamado a ser la bisagra real para poder evitar los peajes nacionalistas en el Congreso… y que ha quedado reducido a su mínima expresión.

Está claro que no todo iba a ser llegar a las instituciones y darle la vuelta a la política española. Pero algo se ha hecho rematadamente mal para que en cuatro años hayamos pasado de colapsar el corazón de Madrid a tener que poner carritos de bebé, pancartas y recortables XXL para ocupar algo más de cinco metros de acera.

Quizás sea la falta de autocrítica lo que está destruyendo este movimiento ciudadano. La nueva política, al final, se contagia de la vieja. Y la gente, cuando vota con ilusión, se desencanta con rapidez al ver que los nuevos son igual de ineficaces que los de siempre. Así que, otra vez más, nos hallamos ahora en manos de un puñado de diputados independentistas que van a decidir sobre nuestro futuro. También el de los turolenses.

Las guerras sucias de los nacionalistas catalanes contra todos los territorios que no sean el suyo no son novedad alguna. En la época Pujol era más discreto el juego para evitar que Aragón pudiese prosperar y convertirse en vía de paso para conectarnos con Francia. Con la llegada del PSC se enviaban supuestos informes de Renfe para evitar que los trenes de mercancías circulasen entre Zaragoza y Valencia para que el puerto valenciano no pusiese en peligro al de Barcelona y Tarragona. Pero con los independentistas, ya nadie se esconde.

Ciudadanos de primera y de segunda ante la Justicia. Que la deuda que han generado nuestros vecinos la paguemos entre todos. Y encima, como oses a cuestionar semejante bajada de pantalones eres un fascista antidemócrata. Quizás si los responsables de las agrupaciones de la España vaciada no fuesen tan equidistantes y cobardes, conseguirían recuperar parte del empuje social que han perdido.

Pero, ¿para qué vamos a meternos en jardines diciendo verdades incómodas si podemos salir a la plaza de la Catedral con cuatro cartones en defensa de nuestros pueblos? “Quiero mi hogar en este lugar”, era el eslógan de la concentración de ayer. Después, lectura de un manifiesto donde se denuncia la falta de vivienda en la España rural y se apunta a que la despoblación está causada por la falta de servicios y de oportunidades laborales en los pequeños municipios. Grandes conclusiones, sí señor.

Quizás sería más efectista ir a morder a los que nos Gobiernan y exigir que, para empezar, tanto la España vaciada como la que está llena a reventar, seamos iguales ante la Ley. O que cada uno pague sus deudas. O que los vecinos dejen de ponernos la zancadilla. Pero, ¡ay! Mejor no molestar a nadie y seguir dando discursos cargados de topicazos y con cero soluciones.

En cuatro años no se hacen milagros, eso está claro. Pero qué mal lo han hecho algunos (y qué poco han asumido su parte de culpa) para pasar de llenar el centro de Madrid a dejar la plaza de la Catedral con apenas 20 personas.

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