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Dependencia total Dependencia total

Dependencia total

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Javier Silvestre

Todo ocurría de repente, sin darme cuenta. Nos habíamos ido a dormir por la noche juntos, como siempre. Pero el lunes todo había cambiado sin previo aviso. El fin de semana había sido correcto y sin problemas destacados -más allá de los típicos que se dan por el roce diario y el aburrimiento de un domingo pre invernal-. Recuerdo haberme enfadado un par de veces con él, pero también haberle soltado un par de piropazos cuando me había enseñado lo bien que había hecho las fotos de la noche anterior.

Hace cuatro años que estamos juntos y que entró en mi vida. Y aunque al principio todo me resultó muy complicado, acabé cediendo y adaptándome a su forma de funcionar. Él también a la mía, claro está. No negaría que había cosas que me gustaban más del que había dejado atrás antes de conocerle... pero el cambio tampoco estaba mal y me aferraba a las cosas buenas que le iba descubriendo cada día que estábamos juntos. No tardó mucho en mostrarme cosas maravillosas que ni sabía que existían.

Lo conocí en septiembre de 2017 gracias a un amigo, que me dijo: “No lo dudes… a por él. ¡Es tu oportunidad!” Y me tiré de cabeza, como todo lo que hago en mi vida. Sin embargo, esta semana he estado a punto de decir ‘basta’ y poner fin a cuatro años de convivencia. No por mí, sino por él. Es él el que me ha fallado sin previo aviso y el que me ha hecho darme cuenta de que todo, absolutamente todo en mi vida, depende de él.

Les cuento. Como cada mañana suele hacer, este lunes me comenzaba a susurrar al oído que me levantase y yo le pedía “cinco minutos más” de un manotazo involuntario. Cuando consiguió que me pusiese en pie fuimos juntos a la cocina. Mientras yo preparaba el café estaba extrañamente callado y en silencio. No era lo habitual ya que a las ocho de la mañana ya suele estar dando guerra sin parar.

No le hice demasiado caso, mea culpa. Me senté en el escritorio para ponerme a trabajar. Extrañado de que no dijese nada le miré con cara de pocos amigos, pero no noté que le pasase nada a simple vista. Hasta que intenté abrir el Whatsapp en el ordenador y no había manera de que recibiese los mensajes. De estos temas tecnológicos caseros siempre se encarga él así que no dudé en pedirle explicaciones sin demasiado tacto, cierto es. Fue ahí cuando noté que no estaba bien y que de verdad le ocurría algo.

Sin previo aviso había entrado en bucle. Es como si me lo hubieran cambiado por otro. Me estaba fallando sin saber por qué y cuando más lo necesitaba. Me enfadé muchísimo y admito que estuve a punto de salir de casa y mandarlo todo al carajo. Pero me serené e intenté buscar soluciones.

Hablé con amigos, con mi familia e incluso con algún experto. La mayoría me dijeron que es normal, que llevábamos cuatro años juntos y que ese tiempo era demasiado. Que me olvidase de él y buscase otro nuevo que no me diese tantos problemas. Y confieso que estuve tentado de hacerlo. No porque no lo quiera ya, sino porque en ese momento no me podía fallar de la forma que lo estaba haciendo… Así, sin avisar, un lunes y a traición. Sin embargo, me pudo el corazón y decidí luchar por él. Le propuse empezar de cero. Un borrón y cuenta nueva.

Sabía que iba a ser un verdadero infierno volver a comenzar y reconfigurar, uno a uno, los cimientos de nuestra relación. Fue la del lunes una noche larga, pero en la que volvimos a establecer los pilares de nuestra convivencia hasta bien entrada la noche. Es cierto que hoy, seis días después, cada vez que abordamos juntos algo me toca enseñarle de nuevo quién soy yo y para qué lo necesito. Le tengo que dar las claves de mi vida para todo. Pero seguimos construyendo de nuevo un tándem que espero que dure un par de años más. Aunque esta crisis me ha hecho darme cuenta de que algo ha cambiado en su interior que me hace verlo de forma diferente. Y eso sí, me ha demostrado que tengo una relación de dependencia total con él: con mi teléfono móvil.

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