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Lobos y corderos Lobos y corderos

Lobos y corderos

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Javier Silvestre

A todos nos extrañó (y nos aterró a partes iguales) la ahora falsa historia del joven de Malasaña que irrumpía en las redacciones este lunes como un tsunami. Comentamos lo raro de la agresión, los expertos en sucesos nos decían que todo parecía apuntar a un ajuste de cuentas entre bandas latinas, que había que esperar y ser cautos. Pero nadie hizo caso. La bola de nieve había echado a rodar ladera abajo y se lo iba a llevar todo por delante. O surfeabas subido en la ola o te ahogaban.

La dictadura de las redes hizo su trabajo y los políticos, más preocupados por ser influencers y acumular likes que por resolver cómo pagaremos la factura de la luz, comenzaron la enésima guerra sucia para sacar rédito de un hecho tan preocupante como innegable: que hay un repunte de los ataques homófobos en nuestro país.

Sin embargo, el debate político no giró sobre quién era (y es) capaz de semejantes atrocidades. O abordar qué perfiles sociales, económicos, educativos o culturales tienen aquellos que pegan a alguien por el simple hecho de ser diferente. Pasamos, en dos días, de vanagloriarnos por ser el país más tolerante y gay friendly del mundo (según una encuesta de Funcas)… a ser un lugar comparable a Afganistán donde los homosexuales viven con miedo a salir a la calle. Si encima lo hacen en Madrid, ni les cuento…

El epicentro del mal para los que nos gobiernan eran “los discursos de odio”. Y estos discursos tienen un único origen: la oposición de derechas. Y punto final. Ese es todo el problema que nos convierte en un país homófobo. En este discurso se apuntala, además, el mantra de que los buenos homosexuales no pueden ser de derechas. Y mucho menos de Vox. El buen gay tiene que ser de izquierdas porque no serlo, simplemente, no tiene sentido. Porque nadie como la izquierda garantiza la libertad y los equipara al resto de la sociedad.

La misma libertad que se toman algunos individuos de esa autodenominada izquierda inclusiva que rocía con orines a los representantes de Ciudadanos en el Orgullo, que niega que la primera ley que equipara a las parejas de hecho la redactó el PP o que critica que Vox fuera la única formación política que se interesó por el chaval que había sido agredido en Toledo por ser homosexual. El hecho de ser gay no te convierte en votante progresista automáticamente. Pero es mejor hacer creer que existe un colectivo homogéneo, sin fisuras y que planta cara a la supuesta intolerancia de la derecha. Y meter a todos en ese mismo saco.

Se apropian de la identidad de todo un colectivo y de su ideología. Y lo más pernicioso: dictan cómo ser un buen miembro de dicho colectivo. El buen gay o el mal maricón. Salirte de la norma impuesta es, según te dicen, ir en contra de lo que eres.

Pero, ¿qué somos antes...? ¿Homosexuales o ciudadanos? ¿Mujeres o feministas? Todo se reduce a apropiarse ideológicamente de estos colectivos, haciéndoles sentirse inferiores y en peligro, para infundir la necesidad de una libertad que en realidad ya tienen.

Las agresiones homófobas, desgraciadamente, existen. La violencia machista es una lacra. El racismo sigue estando presente en nuestra sociedad. Pero dejad de colectivizar a los ciudadanos como si fuéramos simples churras y merinas... porque todos sabemos ya que sois lobos disfrazados de corderos .

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