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Yo fui ‘adoctrinat’ Yo fui ‘adoctrinat’

Yo fui ‘adoctrinat’

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Javier Silvestre

Para saber hasta qué punto la educación puede adoctrinar a nuestros hijos sólo hay que viajar a la comunidad vecina, en la que el modelo de integración lingüística catalán ha sido -y sigue siendo aún con mayor descaro en los últimos años- la excusa para moldear conciencias a favor del nacionalismo. Lo digo porque lo he vivido en primera persona y por familiares que viven en Cataluña. Y quien lo niegue, niega la realidad.

Recuerdo cómo fue la primera clase de Història del periodisme a Catalunya en mi facultad de Barcelona: un auténtico disparate. Por ejemplo, yo venía de haber aprendido que España surgió tras la unión de dos reinos, el de Castilla y la Corona de Aragón. Pues resulta que llevaban años adoctrinándome en Teruel porque la Historia no era así. Lo de España como nación era algo “discutible” ya que el trozo de tierra común en el que vivíamos era “un conjunto de nacionalidades” aglutinadas bajo el concepto de “Estado español”. Por supuesto, nada de Corona de Aragón (aunque tengan un precioso edificio en el barrio Gótico que es el archivo de dicha corona) , sino Regne catalano-aragonès. Y prohibido referirse a España como “país”; país era Catalunya (sin eñe, faltaría más). 

Levanté la mano los primeros días de clase intentando saber por qué la Historia que me estaban enseñando en Barcelona tenía poco (o nada) que ver con lo que me habían enseñado en Teruel. La respuesta fue que en Aragón, pobrets de nosaltres, me estaban enseñando mal las cosas. Que la realidad es la que me contaban ellos. Y esa realidad es la que había que plasmar en los exámenes para poder aprobar. De hecho, fue una de las asignaturas que suspendí en junio. Examinarme escribiendo en castellano y con las referencias históricas que traía de fuera de Cataluña no fue una buena idea.

Así que opté por ser práctico en septiembre e hice el exámen en un catalán bastante rudimentario ya no llevaba ni un año viviendo en Barcelona. Vertí ahí toda la doctrina que se me había inculcado en clase. Y... Aprovat! Cinco pelado, pero aprobado. El modus operandi que debía poner en marcha para sacarme la carrera estaba claro. Con los años, tanto en la facultad como trabajando en los medios catalanes, mi forma de ver su Catalunya, su Espanya y su mundo fue moldeando mi cerebro. 

Llegué a un punto en que yo trataba de ser más catalán que los propios catalanes. El intento de integración pasaba por ser superlativo. Para ello había que hablar, pensar y sentir en catalán. Mirar por encima del hombro a los mesetarios del Estat espanyol, sentirse los auténticos europeos de toda la Península y grabar a fuego que los únicos trabajadores eramos nosotros y quizás, un poquito también, los vascos (aunque a ellos Espanya no les robaba tanto porque los impuestos se recaudan allí directamente). Este mantra, repetido hasta la saciedad,  era otra forma de adoctrinamiento. 

Cualquier noticia de calado internacional se interpretaba siempre primero y cssi únicamente desde el prisma catalán. Era el president de la Generalitat de turno el que abría los Telenotícies opinando sobre los atentados del 11S en Estados Unidos o haciendo una importantísima declaración institucional que parecía afectar a toda la geopolítica mundial. Yo formaba parte de esa bola de nieve que se llevaba por delante cualquier visión objetiva de lo que ocurría más allá del Ebre, los Pirineus o la mal llamada y anexionada unilateralmente Franja de Ponent. 

Reconozco que hubo un momento en que algo me abofeteó la cara. Una suma de ir cumpliendo años, cuestionar lo que estaba haciendo profesionalmente y el replicar constante que hacían mis padres desde Teruel de todos los dogmas que yo repetía como un loro y que no sólo había interiorizado sino que había hecho míos. Mudarme a Madrid fue el salto definitivo hacia otra forma de entender las cosas. Recuerdo el choque al ver una ciudad llena de banderas de España donde Cataluña pintaba más bien poco. ¡Qué bofetón de realidad! Recuerdo cómo los clichés que habían cincelado mi mente durante más de una década se fueron puliendo... pero a golpes. Ni los mesetarios eran tan malos, ni los catalanes tan buenos. La Historia era otra y no la que me habían contado desde que llegué a la facultad.

Ahora me alegro de haberme ido. De haber tenido la oportunidad de conocer esta otra realidad y poder elegir con qué versión de la Historia me quedo. Resulta paradójico que en un mundo globalizado, donde tenemos capacidad de recibir información casi ilimitada, sea cuando más interés tengan algunos en adoctrinarnos desde pequeños… Intentan que la realidad no les estropee una buena manipulación. 

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