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Javier Lizaga

Estoy en ese momento en que ya no sé si he perdido o he ganao salud con esto del running. Y por si todavía estoy a tiempo quería advertirles. El primer problema llega con el horario. Ahora nos ha dado por madrugar, por decirlo de alguna manera. Porque, si te has ido de fiesta, es hasta temprano para acostarte. Nos levantamos tan pronto que solo ves a gente sacando el perro y delincuentes, sin posibilidad de distingo. He de confesar que lo he probado todo, en tema horarios, digo. Antes salía de noche (a correr, de lo otro ni hablamos) y vuelves con un subidón que parece que vengas de casa de Rafael Amargo.

El siguiente tema es el equipamiento. Un básico: zapatillas de colorines (las negras son de informático), pantalón corto (a ras) y camiseta empapable (si te pones una gorda, acabarás con los pezones como cerillas) vienen a costar como un traje para una boda. Mientras sigan sin barra libre, no es mala inversión. Por seguir el símil, el cubierto lo pagas cuando te apuntas a una carrera. Entonces te das cuenta de que sin geles, sales, un chaleco de hidratación, una gorra, un reloj y un ático en la Castellana en este país no eres nadie.

El tema clave son las compañías. La primera ley general es que todo el mundo miente. Los peores son los que dicen “yo ando mal”. Con ese quedas a correr y te lleva de puto culo desde el minuto uno. A los 10 minutos ya no le hablas, a los 15, le insultas y si sigues empiezas a llamarle “el coletas”, o algo así. Yo suelo salir con un grupo. El otro día pusieron que les había perseguido un perro para atacarles, y, de primeras, dudé si era parte del entreno, no os digo más.

Diréis este tío es tonto. ¿Pero cómo voy a ir a correr? ¿Qué sentido tiene que te miren como si fueras limpio el lunes de Vaquilla, perder amigos, familia… y encima que a veces te llueve y vuelves con barro como si vinieras de robar melones? Pues lo peor es que luego no puedes dejarlo. La verdad es que no he salido hoy y ya lo estoy echando de menos. Esa sensación de libertad, como diría Ayuso, y encima la posibilidad de volver y aún poder poner la lavadora. A veces uno siente que el mundo es perfecto.

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