No soy muy dado a irme de vacaciones. El periodismo es una profesión demasiado itinerante como para acumular más de una semana libre al año. Pero este 2022 ha habido suerte y estoy descansando unos días lejos del ruido informativo. Y es increíble ver lo ajena que vive la mayoría del planeta respecto a la actualidad.
Donde estoy pasando unos días no hay crisis. No hay escaparates apagados, ni termostatos por encima de 22 grados. Si me apuran, la mitad de los que comparten chiringuito conmigo en este momento ni saben cuánto vale el litro de gasolina respecto a hace un año, ni si la inflación ha hecho que la tapa de calamares esté un 30% más cara que el verano pasado.
Nos ha sorprendido que las cervezas sigan costando lo que cuestan… más caras que en casa pero… “en la playa ya se sabe”. También es alucinante cómo los jóvenes se han pasado al cigarro electrónico y no paran de echar humo en todas las discotecas sin que nadie les diga nada. Las familias parecen igual de felices que antes, los británicos siguen luciendo su look que roza lo delictivo, mientras los alemanes ingieren litros en jarras de cerveza con sus cuerpos pidiendo a gritos un litro de Aftersun.
Diría cualquiera que la vida sigue igual. Aunque son muchos los que pronostican que se trata de una forma de autodefensa del individuo, que tras casi tres años de pandemia no quiere cargar con más noticias negativas. Al menos, hasta que se acabe el verano. Quizás sea ese el secreto: evitar que pensemos en el futuro. ¡Ya se verá cómo capeamos el temporal! Es una buena estrategia para afrontar las dificultades a la que nos llevan acostumbrando durante la vida: posponer la realidad.
¿Quiero una tele de 55 pulgadas? Tengo una tele de 55 pulgadas. Tiro de la tarjeta de crédito y ya veremos cómo se paga. ¿Quiero irme de vacaciones un mes a Denia? Me voy a todo trapo. Ya veremos si en septiembre no me fallan los ingresos. ¿Quiero cerrar los ojos y negar que vienen momentos complicados que hay que prever? Apago la tele o la radio y me voy al cine de verano. Porque muchos de los agoreros que advierten del frío invierno económico que se nos viene encima han pasado de ser reputados expertos a enemigos del pueblo (o al menos del Gobierno de turno).
Entre el discurso apocalíptico de Niño Becerra, diciendo que esté será “el último verano tal y como lo hemos conocido”, y el líder de UGT, Pepe Alvarez, clamando que los empresarios querían robarnos el poder “disfrutar” las vacaciones, hay un término medio.
Ni ser negacionistas, ni ser apocalípticos. Se trata de aplicar el sentido común con el que acabamos saliendo de todas las crisis que vamos encadenando. No hay que vivir atemorizado por el fin del mundo (es algo que llegará irremediablemente), ni negar tampoco que en cuatro semanas se acabó la fiesta y llegan curvas.
Así que disfruten del verano, en la piscina o en la playa, y no duden en darse ese pequeño capricho que se merecen. Saboree la horchata helada, untese de crema al sol y salga de cena con sus seres queridos. Y recuerde que lo peor de estar de vacaciones es que siempre se acaban. Pero que antes o después, vuelven otra vez.