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El José El José
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Víctor Guiu

Hace unos días me volví a acordar de él. De cuando en cuando alguien lo nombra y recuerdo aquellos días en los que aprendí lo que era perder a alguien cercano. Yo tenía unos 11 o 12 años, pero la imagen del José en el suelo de la piscina, después de que su corazón se rompiese, se me quedó grabada de por vida.

Murió con 28 años, mientras preparaba un viaje con sus amigos para hacer el camino de Santiago.

Cuando, años después, cumplí 28 años, lloré como una magdalena en el cuarto de mi casa. Me di cuenta que la vida es un camino que se corta en cualquier momento, sin avisar.

No tengo ni puñetera idea de cuál hubiese sido mi relación con él pasados los años. Mi visión es la de un hombre al que yo admiraba. Crecí en el bar de mi padre, en Híjar. Entonces se salía a tomar café al mediodía… y por la tarde, después (y antes) de cenar.

Allí aprendí juegos de cartas, nombres y apodos de los parroquianos, jotas, rancheras, y vi ganar al Madrid o perder al CAI en Ginebra.

Al José le encantaba el ciclismo y Marino Lejarreta. Era un tipo con gustos e ídolos curiosos. Tenía una memoria prodigiosa. Se sabía la geografía de Europa por sus clubs deportivos y leía novelas del oeste. Tenía una especial obsesión por Kim Basinger y, a veces, se le iba la pinza y se ponía de mala hostia.

Cuando comulgué me regalaron él, la peña de los Cirineos y algunos jugadores de basket del equipo local, una bici de carreras. Llevaba tres marchas y era preciosa. Luego corrí unos años, aunque no tuve ni la capacidad ni la paciencia para llegar a ser Lejarreta. Durante veinte años jugué de portero con la camiseta de la peña Skorpios que “el almejero” me regaló de bien pequeño.

Cuando recuerdo aquella barra cuadrada, los botellines por las mesas, el olor a roslis y caliqueños, veo a un niño que aprendía lo que podía de la vida despejando incógnitas y mitos. Y en esos recuerdos siempre aparece el José, con cara de malas pulgas, disimulando un poco, hablando con mi padre, que le apreciaba como a un hermano pequeño, mientras toda una vida nos quedaba por delante.

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