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Me gusta tomarme un café mientras los leo. Me horroriza subrayarlos y detesto prestarlos. Prefiero los físicos, no me terminan de convencer los electrónicos. Leo en el sofá, en el metro, estirada en la cama y hasta montada en el coche, si voy de copiloto. Con música y en silencio. Sola, y también acompañada. Nunca empiezo uno si no he acabado el anterior. Me enorgullece que Libros sea un pueblo y que ese pueblo esté en la provincia de Teruel.

Decía Paul Auster que leer es mejor que la vida misma, que los libros son el mejor lugar donde vivir y donde estar. Que, cuando se establece la conexión entre la persona y los libros, suele perdurar a lo largo de toda la vida. Amén. Borges describía los libros como el más asombroso instrumento al alcance del hombre porque, escuchen, esto decía el genio: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.

Los dioses de la literatura tienen razón: los libros son un espacio de libertad que convierten la vida en un lugar mejor. A mí me gustan los ejemplares que me hacen reír, los que me hacen pensar y también los que me hacen llorar. Me he zambullido tanto en algunos libros, que me he llegado a imaginar que compartía mi vida con algún protagonista. También me he visto con el corazón encogido por la muerte de algún personaje porque realmente el tipo me caía bien.

Si pudiera elegir, me quedo con las obras que me atrapan muy pronto, cuando apenas he pasado de la página veinte o treinta. Me gusta lo que siento cuando coloco el libro entre las manos y, solo con el comienzo, ya sé que voy a formar parte de ese otro universo que merece ser descubierto por mis ojos, hambrientos todavía -a estas alturas- de nuevas emociones.

Hace un tiempo, la aragonesa Irene Vallejo nos recordaba que todos los lectores llevan dentro íntimas bibliotecas de palabras que les han dejado huella. Qué sabia reflexión. Particularmente yo con cada libro intento crear un diálogo con el autor del texto, entender por qué ha escrito esa historia y por qué quiere compartirla con el mundo. A veces, cuando la trama está todavía muy enredada, me apunto dos posibles finales en una libreta y, claro, luego nunca acierto. ¿Cómo se le habrá ocurrido este cierre y no el mío?

He disfrutado mucho dudando ante Ana y animándola a que me recomiende qué ejemplar llevarme. Ella siempre me ofrecía el más vendido, o me leía alguna reseña que hubiera leído esos días. Pero ese ritual de ir de cuando en cuando a la librería Pérgamo se acabó. Nunca más vamos a poder disfrutar de ese trato entre librero y cliente, porque el establecimiento de Ana, que es el que inauguraron sus padres en 1945, acaba de echar el cierre y su clausura fue lo más parecido a un funeral.

La librería, que liquidó todas sus existencias a precio de coste antes de Reyes, ha visto crecer a generaciones de chavales que, de pequeños, entraban con sus madres de la mano para comprar los libros del colegio, de adolescentes volvían solos para saciar su curiosidad y una vez ya que eran cabezas de familia acompañaban a sus propios hijos para picarles con el gusanillo de la lectura. Ese ejército de generaciones y generaciones de lectores es la mayor recompensa que quedará para siempre ligada a la familia Serrano.

Yo no compro libros por Internet porque me gusta comentar con el librero, con tantas Anas que mantienen en pie este fascinante mundo, por qué merece más la pena llevarse este ejemplar y no otro. A mí me encanta regalarlos y que me los regalen, y que quien lo hace me piense. Todavía les aguardo hueco en la estantería. Hace pocos días soñé que había una cola enorme, como las que se forman a las puertas de Doña Manolita la víspera de Navidad, para que una servidora firme ejemplares de un súper ventas que todavía no se ha escrito. ¿De qué les gustaría que fuera la trama?

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