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La inesperada La inesperada

La inesperada

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Por Maite Joven

Y su pulso se paró.

Un muro grande y oscuro se instaló tras sus ojos y, sin poder abrirlos del todo, sintió como si los tuviera completamente abiertos.

Sabía que tenía manos, pero no sentía sus dedos.

Sabía que tenía piernas, pero no sentía su cuerpo. No sentía nada.

Ni dolor. Ni rabia. Ni frio. Ni calor. Nada.

A pesar de esa falta de sensibilidad, podía esperar algo de ese espacio, de esa forma, de esa materia. Que tal vez se moviera. O volara con el aire como esa espuma que llega azorada al mar. Como esos residuos que se quedan en el fondo de un lavabo o pegados en el cubo de la basura. Eso era él.

Ahora, eso era él. Restos de minerales y nutrientes del último trago de leche que bebió a morro por la mañana. O de la tinta, todavía fresca que acristaló su piel blanquecina sólo unos días antes.

¡No lo mueva y llame a una ambulancia! - escuchó Chema mientras los gritos de alguien se acercaban

¡Espabila coño! - El golpe en la espalda fue tan fuerte que casi le tira al suelo.

No respira ¡No respira!

Uno, dos, tres, cuatro. Uno, dos, tres, cuatro.

El hombre del golpetazo en la espalda rompió violentamente la camisa del joven mientras escuchaba la concentración al ritmo de los Del Río y su macarena.

Todo había pasado en cuestión se segundos y Chema estaba tan paralizado que era incapaz de articular palabras.

Señor, ¿me está escuchando? Soy el Inspector Ramírez y éste es mi compañero el agente Salinas ¿Conocía usted a la víctima?

Eeeee. Bueno. Yo. Él. Digamos que un poco- respondió titubeando.

Tendrá que acompañarme a Comisaría para hacerle algunas preguntas. Solo es un procedimiento rutinario.

Hacía años que buscaban a un viejo conocido por la policía que, de los cuarenta y cinco años que se mantuvo vivo, se pasó treinta y tres cometiendo un delito tras otro. Haciendo quiebros a la muerte hasta el día de hoy en el que ya no la pudo engañar y prefirió dormir en su regazo eternamente.

- ¿Sabe usted que este señor es el individuo más buscado y peligroso del país? Llevamos tiempo tras su pista.  Dejó asuntos pendientes que resolver y quizá a usted pudo decirle algo.

El silencio se apoderó del tiempo durante largos segundos.

Ni idea inspector. Yo conozco a este señor de la biblioteca. Llevo semanas intercambiando conocimientos sobre Julio César porque le apasionaba la época romana, igual que a mí.

Soy profesor de un instituto y procuro estar siempre aprendiendo.

Amigo mío, le diré que este señor ha aportado a la historia bastante crueldad. No hace falta buscarla en los libros.

Pero, entonces, ¿no vivía con sus hijos y tenía una ferretería? Aparentemente era un tipo normal ¿No se habrán equivocado? Hoy en día suplantan la identidad enseguida, y…

¿Cuánto tiempo hace que lo conoce? ¿Cómo lo conoció? – cortó rápidamente Ramírez mientras entraba a la sala su compañero de guardia.

No sé. Unos dos meses aproximadamente. Nos conocimos de forma casual. Supongo que como se conoce a la gente en las bibliotecas.  Él estaba fumando en la puerta cuando yo salía y me saludó. Me dijo que se había fijado que consultaba libros sobre Roma y entablamos una breve conversación sobre el tema. Fue cordial y educado. Desde luego, ni por asomo hubiera pensado que era un criminal.

A veces las personas aparentamos ser individuos que no somos. Nos gusta camuflarnos y travestirnos en personajes continuamente.

Sí, es posible. La vida sino es bastante aburrida.

¿Está seguro que sólo han coincidido en la biblioteca? ¿Nunca se han tomado una copa o han compartido confidencias?

Comisario, no bebo y no me gusta trasnochar. Lo siento, pero me temo que no puedo ayudarle a saber más sobre él.

¿Qué hizo usted el pasado miércoles? ¿No es cierto que usted y nuestro querido amigo, salieron bastante animados de un bar?

¡Oh, sí! Es verdad, como olvidarlo. Quise invitarlo a tomar algo después de que me regalara un libro maravilloso. Me gusta corresponder a la gente que tiene detalles conmigo.

Bueno señor, voy a dejarle mi tarjeta por si recuerda algo que pueda interesar. Volveré a ponerme en contacto con usted si le necesito.

Sin problema inspector- Se levantó estrechando la mano y arrastrando la silla hacia atrás.

Cuando giró la cabeza al comprobar que el arsénico empezaba a hacer efecto, sintió una exaltación tan fuerte en su interior que casi se le salió el corazón del pecho. Contemplaba la muerte desde zona vip y sin haber pagado la entrada. Era como cuando de niño, burlaba siempre a los de seguridad en cualquier evento. Tenía una facilidad para colarse en sitios prohibidos que hasta llegó a aburrirle y tuvo que pasar a otro nivel más gamberro, como solía decir cuando alardeaba con sus compañeros de la trena.  Le excitaba sobremanera tantear al destino. Saber que era capaz de hacer lo que quisiera del mundo y el mundo con él. Sentía que necesitaba la adrenalina que la vida podía darle cada día y sin necesidad de esperarla sentado.

Llegó a casa empapado en sudor. Se quitó la barba, la dentadura y el atuendo de viejo profesor y se metió en la ducha. Supuso que tendría como unos veinte minutos hasta que vinieran a por él.

Recogió los botes de arsénico, la documentación, se colocó bien el boscoso bigote gris que esperaba para la ocasión, y salió de casa dando un portazo.

Mientras el helicóptero que le recogió ascendía hacía futuro, sonó el teléfono:

Buen trabajo querido amigo. Está noche tendremos que celebrarlo así que ponte bien guapo que cenamos en el Spencer. Invito yo.

Seguramente venga también el Comisario Montero. Está tan impresionado contigo que no se cree que seas de carne y hueso.

Me alegra oír eso,  pero ya sabes. Había que acabar con él antes o después. Demasiadas caídas en poco tiempo.

¿Alguien que se haya salido del guión?

No lo sabrás querido. La muerte preferible por todos siempre es la inesperada.

Interesante cita…. ¿Julio César?

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