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Javier Lizaga

Un verano, unos niños y la idílica Toscana. Así nos despista Gabriele Salvatores en Io non ho paura, algo así, como Yo no tengo miedo. En pleno juego, uno de los niños cae, descubre un enorme agujero, medio tapado, en medio del campo. Allí, entre la oscuridad, algo se mueve. Lo que parece un monstruo es un niño. Lo que parece una peli de terror es un relato sobre los secuestros de niños. Salvatores, magistral, sitúa la disyuntiva entre obedecer a los padres (secuestradores) o a su propia conciencia. La escena es de las que se graba a fuego: un grupo de niños recitando canciones infantiles en plena noche para refugiarse, para no tener miedo, por lo que van a hacer.

Con la misma fascinación descubrí hace unos días al Coro Arcadia de la Fundación Agustín Serrate. Era el Foro de asociaciones de salud mental en Teruel, esos actos con tanto titular que, a veces, nadie lee la letra pequeña, y se quedan en una frase bienqueda del político de turno. Pero esta vez la música empezó a sonar pronto. Un grupo desgarbado, un coro decían, un tipo con una guitarra y gente de diversas edades con poca pinta de nada. A los 20 segundos me dí cuenta de que había algo raro en ellos. Era su actitud. Les importaba una mierda lo que pensaramos de ellos. Entiéndanme. En el buen sentido. En el mejor sentido. Quiero decir que no habían venido a cumplir. Habían venido a cantar People have the power con todas las consecuencias. No querían sonar perfecto, no querían pronunciar perfecto en inglés, querían hacernos cantar y bailar. Y todavía se me ponen los pelos de punta. Lo juro. Si no fuera así, no estaría escribiendo esto.

El estereotipo, dijo Barthes, es la palabra fuera de toda magia. El coro Arcadia es una demostración de que se puede: una asociación que ofrece trabajo (viveros, carpintería, huerta, confección,…) y alojamiento a personas con enfermedad mental grave. Revolverse contra los estereotipos es también desobedecer por bien, como esos niños. Exige valentía porque se trata de asumir que estábamos equivocados y aprender que una enfermedad mental es algo tan común como un esguince y que ni imposibilita, ni califica, al igual que no vamos por ahí señalando quien tiene problemas de corazón. Igual el problema es nuestro pensé, porque a mí, me alegraron el día.

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