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Compañeros del alma

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Nuria Andrés

Miguel Hernández nació hace 111 años. Él era el poeta “del pueblo” que de pequeño se encerraba en su cuarto para leer libros. Se exponía, así, al castigo de su padre, quien siempre le reprendió al encontrarlo con una obra entre las manos en su habitación. Eso era “perder el tiempo”, le decía. Su hijo tenía que ser pastor, como el resto de la familia. Si esto hubiera pasado hoy, alguna jueza se hubiera atrevido a decir, quizá, que un niño no puede vivir así y que el pequeño Miguel debería vivir en una ciudad cosmopolita y no en un pueblo. El poeta fue pastor desde muy joven, pero nunca dejó de leer ni de escribir.

Por eso, en este día en el que recordamos a todos los que han sido víctimas de la “muerte enamorada”, los versos de la Elegía a Ramón Sijé retumban más que nunca. Probablemente, pocos poetas han conseguido describir tan bien la orfandad que uno siente cuando tus días pasan esperando que esa persona, que ya no está, vuelva a tu huerto y a tu higuera. Y Miguel Hernández también murió. Y murió “con los ojos abiertos”, porque no quería dejar de ver a esa España en la que creció y que, no obstante, tanto daño le había hecho.

Ya se preguntaba Luis Cernuda en su poema Birds in The Night: “¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?” Pues si es verdad que oyen, Miguel Hernández ha tenido que oír de todo: Desde aquellos que lo elogian y hablan de él como el poeta universal, hasta aquellos otros que intentan ocultar su memoria.

Y si Miguel Hernández escuchara lo que dicen de él en Teruel se quedaría sordo de tanto silencio. Miguel Hernández estuvo en Teruel, soportó sus gélidas temperaturas y hasta dedicó a la ciudad uno de sus poemas. En él compara a la capital con un cadáver sobre el río. Pero Teruel parece que no quiera saber nada de Miguel Hernández y ni un memorial o un simple recordatorio de su paso por la ciudad mudéjar tiene.

Me acuerdo cuando me preguntó un profesor de la universidad por qué en Teruel apenas hay reconocimiento a todos los personajes de la Guerra civil que pasaron por aquí. Yo no supe bien qué contestar y él se respondió: “Supongo que porque hay que olvidar el odio y el dolor de la Guerra civil”. Y sí, hay que enterrar el odio, pero no los hechos. Hechos que hacen de Teruel la ciudad de las mil batallas y las mil figuras.

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