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De ricos De ricos
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Nuria Andrés

En el último verano pre-Covid, probé el Jagerbomb, una bebida que mezcla Jägermeister con bebida energética. Fue la peor resaca de mis 22 años de vida. El otro día, en una reunión de amigos, uno de ellos habló de que solía beber ese famoso cóctel y yo solo me pude acordar del ardor de garganta que me produjo cuando lo probé y del reportaje que decía que ese cubata es, para el bolsillo, carísimo, y para el cuerpo, como consumir cocaína. Mi padre lo llamó la “raya virtual”.

Acto seguido de anunciar ese atrevimiento, la misma persona dijo, orgulloso de sí mismo, que él no estaba vacunado. “Porque de momento no lo necesito”, “porque no lo veo seguro”, “porque prefiero esperar a ver qué pasa”. Este último argumento es mi favorito porque me parece el culmen del egoísmo humano. Yo no cabía en mi asombro de que un joven se atreviera antes a tomarse una “raya virtual”, que a ponerse una vacuna que ha evitado millones de muertes. Cuando mostré mi incredulidad, los demás solo respondieron: “Bueno, que cada uno haga lo que quiera”, en un alarde más de patriotismo de esa supuesta libertad que ahora todos defendemos a capa y espada.

En ese momento, me acordé cuando, años atrás, una de mis amigas nos dijo que se iba de safari a Kenya. Todas preguntamos, entusiasmadas: “¿Te tendrás que poner un montón de vacunas?”. Y así era, solo que en ese momento, la vacuna era vista como la cima de lo exótico. Lo que todas querríamos hacer en algún verano de nuestra vida.

Ahora, a un tenista le retienen en Australia porque se niega a vacunarse. La teoría es tan fácil como que a ese país nadie puede entrar si no tiene la pauta de inoculación completa. No hay nada más que discutir. No hay recorte de libertades porque es una norma que hay que cumplir para que este virus no te mate.

La gente dice que todo forma parte de una conspiración mundial y cada uno tiene sus razones para creerlo. Yo, por ejemplo, pienso que el único plan malévolo que hay es el de la panda de personas privilegiadas que, viviendo en el hemisferio que acapara las vacunas, se niega a ponérsela en un acto revolucionario. Un acto revolucionario que demuestra que ser antivacunas es, solamente, una pijada de ricos.

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