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La venta de La Jaquesa La venta de La Jaquesa
Estado de uno de los edificios de La Jaquesa, junto a la carretera N-234 (fotografía de 2020)

La venta de La Jaquesa

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Carlos Casas Nagore
Miembro referente del Instituto de Estudios Turolenses

El camino real de Teruel a Valencia fue el principal cauce para el tránsito de mercancías en el sur de Aragón durante siglos. Hoy es la autovía A-23, sucesora de la carretera N-234, la que conecta Aragón y Valencia por esta zona, con Sarrión y Barracas como principales núcleos próximos a cada lado de la muga. Esto no fue siempre así, pues hasta mediados del siglo XIX el camino real pasaba por Albentosa y una vez abandonada esta localidad el viajero atravesaba un bosque de encinas, pasaba junto a la venta del Barro y llegaba al caserío de La Jaquesa, ubicado en un punto estratégico, pues allí se juntaba el camino real con los caminos de Rubielos de Mora y de Mora de Rubielos, que en esa zona (desde la actual Venta del Aire) eran coincidentes. Cuando en el siglo XIX se construyó la carretera de Sagunto a Teruel se aprovechó un tramo de ese camino secundario. Por este motivo, La Jaquesa siguió estando junto a la carretera principal (coordenadas de Google-Maps: 40.059335, -0.721127).

Este lugar estratégico fue el elegido por el reino de Aragón para instalar su collida (aduana). Establecida desde el siglo XIV, la collida de La Jaquesa fue la más importante del sur de Aragón y la cuarta con mayor recaudación del reino.

En los documentos históricos figura denominado como Barracas de los Jaqueses. Su correspondiente aduana en territorio valenciano era Barracas de los Reales, coincidente con la actual Barracas (Castellón). Con el paso del tiempo el lugar turolense quedó como La Jaquesa, mientras que el castellonense se quedó con el nombre propio. Al parecer la denominación complementaria inicial provino de la moneda usual para el pago del arancel: el dinero jaqués en el lado aragonés y el real valenciano en el reino vecino.

Se conservan tres libros de esta aduana correspondientes a los ejercicios entre 1444 y 1447. Gracias a ellos, varios investigadores han podido estudiar con detalle el trasiego comercial entre Aragón y Valencia en el siglo XV.

Tanto Barracas como La Jaquesa aparecen citadas en 1360 en un texto en latín relacionado con el impuesto a pagar por el tránsito de ganado entre Aragón y Valencia. En el siglo XVI el caserío ya figura con el nombre de La Jaquesa: como aldea con ese nombre figura en la compilación del Fuero de Teruel de Gil de Luna (1565). Debido a su situación estratégica, a pesar de su pequeña entidad, La Jaquesa ha sido citada en la mayor parte de los mapas e itinerarios de viajes medievales y modernos. Es nombrada por Villuga en 1546, por Matías Escribano en 1767 y por Santiago López en 1809. Entre 1610 y 1611 Juan Bautista Labaña confeccionó el primer mapa de Aragón y de la venta de La Jaquesa escribió que “es aduana de Aragón, donde hay una casa para ella y dos hosterías”.

Laborde la describió en 1806 como “un pueblo pequeño” y Madoz la cita como venta hacia 1844. Para entonces ya no era aduana, pues Felipe V, por Real Decreto de 19 de noviembre de 1714, suprimió los puertos secos (aduanas) en Castilla, Aragón, Valencia y Cataluña. Su relación con el camino (posterior carretera) se ha mantenido desde antiguo y se la conoce todavía hoy como la venta de La Jaquesa, a pesar de que esa función desapareció hace tiempo, arrasada por la velocidad y autonomía de los vehículos automóviles.

Haber sido aduana y venta desde el siglo XIV bastaría para considerar el gran valor patrimonial de La Jaquesa. Pero un lugar tan estratégico, junto a uno de los principales caminos y en el límite de dos antiguos reinos cuya división administrativa perdura, no pasa desapercibido.

En 1711, tres años antes de ser suprimida como aduana, fueron fusiladas 21 personas en La Jaquesa en el contexto de la guerra de Sucesión. No obstante, el destino aún le guardaba un protagonismo inesperado y decisivo para la (triste) historia de España durante la primera mitad del siglo XIX, nada menos que la gestación de un golpe de Estado.

El giro radical dado por Fernando VII al abolir la Constitución de 1812 y disolver las Cortes (4 de mayo de 1814) maduró durante el viaje que realizó entre Zaragoza y Valencia. Fernando VII cruzó la frontera española desde Francia el 24 de marzo de 1814. Contra lo establecido por las Cortes, en lugar de dirigirse hacia Madrid para jurar la Constitución de Cádiz, viajó a Zaragoza invitado por Palafox y de ahí a Valencia por el viejo camino real. Llegó a Teruel el 13 de abril de 1814. El 15 de abril de 1814, en La Jaquesa, tuvo lugar un célebre discurso pronunciado por el general Francisco Javier Elío, jefe del Segundo Ejército Español y del brigadier Juan de Potous, miembro de su estado mayor. En La Jaquesa se insinuó a Fernando VII el apoyo del 2º Ejército para mantener el régimen absolutista. Ese apoyo se manifestó definitivamente en Valencia el 17 de abril de 1814.

Históricamente, los caminos reales facilitaron la expansión de epidemias. Un ejemplo fue la peripecia de la comitiva real de Pedro IV a lo largo de nuestro camino real con la epidemia de peste negra pisándole los talones (1348). Pues bien, si algo le faltaba para lucir su importante historia como caserío ubicado en la puerta de entrada a Aragón, La Jaquesa fue también lazareto con ocasión de la epidemia de cólera de 1885. El encierro lo sufrió durante dos días Polo y Peyrolón, quien describió su estancia y la venta. “Se nos fumigó y desinfectó con ácidos hiponítrico y fénico. […] Dos masadas, la una del marqués de Tosos y la otra de D. Ramón Sánchez, convertidas en horas en lazaretos, presentaban ante nuestros ojos atónitos el natural aspecto de corrales, parideras, cuadras y desvanes llenos de polvo, telarañas y otros excesos. Por ningún lado una mala silla coja, ni una mesa, ni una cama. Nuestra cárcel cuarentenaria no podía ser más limpia”.

Hoy día han desaparecido algunos de los edificios y alguna estructura de gran valía y los restos que quedan se deterioran con el paso del tiempo. Como sucede con tantos edificios vinculados históricamente a las carreteras, el abandono y el tiempo oscurecen un patrimonio que debería ser mantenido y una historia que debería ser recordada. No estamos tan sobrados.

El viajero actual ya no camina despacio e integrado en el paisaje, entonando su cuerpo en estas zonas tan frías con una buena dosis de la espirituosa y suave garnacha de Cariñena, como decía Laborde. Hoy la inmensa mayoría de los conductores circulan a gran velocidad por la próxima autovía A-23 ignorando el paisaje y sus detalles y el viajero que todavía lo hace por la carretera N-234 pasa junto a unas ruinas que apenas percibe, pero que guardan mucha historia en sus piedras, aunque muchas estén esparcidas por el suelo o manteniendo su secular dignidad en un difícil equilibrio.

La Jaquesa, S.O.S.

 

Fotografía aérea del caserío de La Jaquesa (1956)

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