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Diego elige morir de amor, en una nueva edición de Las Bodas de Isabel que recuperan todo su esplendor Diego elige morir de amor, en una nueva edición de Las Bodas de Isabel que recuperan todo su esplendor
Los labios de Diego e Isabel se rozan, pero ya es tarde para los Amantes. Bykofoto/Antonio García

Diego elige morir de amor, en una nueva edición de Las Bodas de Isabel que recuperan todo su esplendor

La recreación histórica deja atras las estrecheces de la pandemia y miles de personas se emocionan en las calles
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“Durante cinco años esperé este instante sin sospechar que sería el más amargo de mi existencia”. Lo dijo este sábado Diego de Marcilla (Elías Hernández), instantes antes de expirar de amor, por el beso no recibido de Isabel (Sandra Grijalba). Es un bonito y edificante resumen de la historia, de una bonita aunque triste historia, que en el fondo habla de tomar decisiones, de hacer más caso al corazón que a la razón, y mucho más que a la costumbre, y de aprovechar el tiempo y las oportunidades. Los labios de Diego e Isabel llegaron a barruntarse a milímetros en el balcón de la plaza del Torico, donde miles de turistas y turolenses aguardaban en completo silencio. Algunos incluso quisieron escuchar el chasquido de un ósculo -terrible palabra para algo tan dulce, pero busquen, busquen sinónimos de beso- que anoche no debía producirse. Ya no había tiempo. Tarde y mal. Los Amantes de Teruel se equivocaron hace cinco años y ayer por la noche empezaron a pagar las consecuencias.

El acto central del sábado de las Bodas de Isabel 2023 se desarrolló entre las 19.30 y las 21 horas, con normalidad y enmedio de la habitual espectación. Los actores y actrices que participaron en las tres escenas que forman el nudo de la Leyenda, siempre de forma voluntaria y altruista y pese a que la mayoría de ellos llevaba ya varias escenas a sus espaldas, se emplearon bien a fondo y obtuvieron el reconocimiento del público.

El veterano actor de Los Navegantes, Jesús Pescador, introdujo en el papel de bufón la escena, desde el escenario del Torico. Con un divertido speech anticipó la llegada de Diego a Teruel, cinco años después de su partida, por la tradicional entrada de la Andaquilla.

Lo primero que hizo Diego al llegar a Teruel tras cinco años de guerra fue irse de putas, visitando la Casa Tolosa con su fiel escudero Esteban (Asier Fraile), donde no le aguardaban más que problemas. Antes incluso de conocer que el jolgorio que reinaba en Teruel era por la boda de su amada, Isabel, con otro hombre, supo que Alonso de Fuenmayor, otrora viejo amigo de Diego y convertido ahora en un desecho humano, borracho, oportunista y traidor, había extendido el rumor en la villa de que el capitán de una de las compañías almogávares, nada menos que Diego de Marcilla, había muerto en la guerra. “Porque el honor no da de comer, pero sí lo hace la pena”.

Refriega

La refriega era de esperar, y Ara de Azagra, emparentada con el marido de Isabel, la resuelve de una cuchillada que hiere al Marcilla. Antes, y para quien le extrañe que una mujer se maneje con armas de filo, se asegura de que se entere que tuvieron que ser ellas, las mujeres, quienes aprendieran a ser diestras con el metal, so pena de perder el control de Teruel ante enemigos, bandidos o desertores. Por si fuera poco, las fuerzas de orden acuden al bullicio y se llevan, detenido y ensangrentado, a un Diego de Marcilla que empieza a olerse la tostada.
 

 Diego de Marcilla, derecha, y su escudero Esteban a su entrada en Teruel, cinco años después de partir a la guerra. Bykofoto/Antonio García


La acción pasó entonces a la plaza de la Catedral, donde Sancho (Israel Bujeda), Guillermo (Gonzalo Sánchez) y Blanca (Carmen Latorre), hermanos de Diego, y sus padres (Luis Berzosa y Ana Rosa Moreno), comprobaron incrédulos que su hijo seguía con vida. “¡Santa María, que también es madre, ha escuchado mis plegarias!”, lloraba ella, sin sospechar que la llegada a Teruel del segundón no era sino nadar para morir en la orilla.

Sancho intercedió para que los hombres del alguacil liberasen a Diego, que no dejaba de ser el hermano del alcalde de la parroquia de San Martín. “Así se arreglaban las cosas en el siglo XIII”, susurra alguien del público. “Y así se siguen arreglando hoy”, le contesta otro”.

Diego y su familia vivieron allí sus últimos instantes de júbilo y felicidad, tras un reencuentro que creáin imposible. Pero duró lo que duró, porque de lo que no pudieron convencerle, por desgracia, fue de que marchara a casa a descansar y curar la herida, y en su lugar el capitán se encaminó a casa de Pedro de Azagra, donde aquella noche iban a yacer -y de hecho yacieron- por primera vez los recién casados.

Balcón

Allí, en el ya tradicional balcón de la casa modernista del Torico, se desarrolló el principio del final del drama. Diego llegó y se las apañó, con ayuda de su fiel Esteban, para entrar en la casa y protagonizar el épico diálogo con Isabel. Lo que eran las cosas en el siglo XIII -más bien en la visión que de él nos han transmitido los escritores del Romanticismo-; tras cinco años de batallar para lograr fortuna y hacerse merecedor de ella, a Diego no se le ocurre pedirle otra cosa que un beso.

Quizá le faltó gallardía o decisión, a todo un capitán, para proponerle lo que realmente Isabel quería escuchar. Pero por un simple beso, que encima no hubiera hecho sino empeorar las cosas -”somos leña seca y el beso es la chispa que nos prenderá”, la de Segura lo puede decir más alto pero no más claro-, nadie se condena. Así que Isabel decidió negarle tan pequeña recompensa por semejante sacrificio, el de condenarse a los ojos del Altísimo, único testigo de aquel encuentro carnal. Bueno, el Altísimo y los miles de personas que se reunieron ayer en la plaza, a quien les hubiera faltado tiempo para subir a Instagram una foto con semejante exclusiva, con la esperanza de hacerla viral.

El caso es que Diego se separó por segunda vez en cinco años de su amada -y última, porque la vida no concede terceras oportunidades-, y, en compañía de sus hermanos varones y Esteban, el escudero con peor suerte de la historia, se sintió morir y, de hecho murió.

Ya lo había dicho Isabel de Marcilla, antes de que Pedro de Azagra se la llevara para adentro del cuarto. “Los hombres sois bien medrosos. Os morís de cualquier cosa”. Una verdad como un puño.

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