Síguenos
La era Terciaria con nombre propio turolense se despliega en la Sala  de los Mamíferos del Paleontológico La era Terciaria con nombre propio turolense se despliega en la Sala  de los Mamíferos del Paleontológico
Las vitrinas de la Sala de los Mamíferos del Museo Aragonés de Paleontología exhiben cientos de hallazgos de fósiles de la cuenca de Teruel de los últimos años

La era Terciaria con nombre propio turolense se despliega en la Sala de los Mamíferos del Paleontológico

Las excavaciones en la cuenca de Teruel han arrojado fósiles excepcionales que muestran una gran diversidad faunística sin igual en otros lugares
banner click 236 banner 236

Nombres asignados a especies de animales extintos como Teruelictis, Turiacemas, Aragoral, laromae, mudejar, baturra o concudensi no llaman a engaño sobre su origen. Está claro que responden a localismos turolenses, porque es tal la riqueza que posee la cuenca sedimentaria de Teruel de la era Terciaria, la de los mamíferos, que las excavaciones llevadas a cabo han arrojado fósiles de géneros y especies nuevas. Su exhibición en el Museo Aragonés de Paleontología, dependiente de la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis, es otra de las joyas que poseen estas instalaciones, cuya Sala de los Mamíferos nada tiene que ver con la de hace un cuarto de siglo cuando abrió Dinópolis. En estos años los fósiles de Teruel expuestos también se han multiplicado exponencialmente.

En el Museo Aragonés de Paleontología pueden verse algunos fósiles singulares del registro del Mioceno y el Plioceno hallados en los municipios de Teruel y de su entorno, que son un referente de la paleontología de estos periodos geológicos a nivel nacional y mundial. Constituyen una muestra muy representativa de la gran diversidad faunística que albergan los yacimientos fósiles de mamíferos que hay en Teruel, donde se realizan excavaciones sistemáticas todos los años en colaboración con el Museo Nacional de Ciencias Naturales.

La sala se remodeló hace ya una década para dar protagonismo al registro fósil turolense frente a las réplicas de grandes mamíferos del Cenozoico, la era que siguió a la extinción de los dinosaurios. Hoy las vitrinas que muestran los hallazgos realizados en distintos pisos del Neógeno, que abarca aproximadamente desde hace 23 millones de años a hace unos 7 millones, constituyen uno de los valores más importantes del Museo Aragonés de Paleontología. Allí se exhiben fósiles de edades como el Alfambriense, el Turoliense, el Vallesiense, el Aragoniense y el Rambliense.

Fósil de un mastodonte hallado en Villalba Baja

Cuando se abrió Dinópolis en 2001, una efeméride de la que se celebrará el veinticinco aniversario el próximo año, el protagonismo lo tenían las réplicas de los grandes mamíferos que sucedieron a los dinosaurios, como el esqueleto de Eremotherium, un perezoso gigante que habitó el continente americano, o las réplicas de Megaceros, Smilodon (dientes de sable) y Panthera.

Dos piezas excepcionales, que sí son fósiles originales, son el esqueleto de un oso (Ursus) y de un mamut (Mammuthus). Los fósiles de especies halladas en Teruel, en aquella época en la que sus paisajes eran propios de una sabana africana, eran escasos cuando se abrieron las instalaciones, a diferencia de ahora, puesto que son los que predominan en la exposición museística.

Bloques expositivos

Hay tres grandes bloques expositivos relativos a la provincia de Teruel. En uno de ellos, con un gran mural de fondo que representa los paleoambientes del Alfambriense, nombre que alude a Alfambra y que data de hace 5,3 millones de años, se muestran piezas que aparte de haber dado lugar a nuevos géneros y especies, son muy singulares por ser escasas en este registro.

Entre ellas hay varios fósiles de hiracoideos, mamíferos de pequeño tamaño emparentados con los damanes africanos actuales. En concreto, se muestran un cráneo y una mandíbula de Pliohyrax, de hace 9 millones de años.

Estos animales tienen un aspecto parecido a los de los conejos de Indias y los que se muestran en el Museo Aragonés de Paleontología se excavaron en el yacimiento de La Roma 2 en Alfambra. Hace poco apareció publicado otro artículo científico con más restos de estos animales. Los fósiles recuperados en este afloramiento están considerados como el conjunto más completo encontrado en España.

La vitrina donde se muestran varios fósiles del yacimiento La Roma, entre ellos el de ‘Hipparion laromae’

El resto de materiales que acompañan a estos huesos de hiracoideos pertenecen a un yacimiento de hace 9 millones de años que está considerado excepcional, tanto por el buen estado que presentan los materiales como por la relevancia de los hallazgos. Allí se han descrito nuevos mamíferos, entre ellos una nutria que no tenía hábitos acuáticos, y una cebra con rasgos que la diferencian de otras del mismo género, y que llevó a identificarla como una nueva especie.

Son dos de las joyas que se exhiben en esta vitrina puesto que son holotipos, los huesos que sirven de referencia para identificar un nuevo género o especie en cualquier otra parte del mundo.

Son restos de una fauna muy diversa que vivió en un paisaje en el entorno de lo que hoy es Alfambra, que alternaba bosques densos con áreas de menor vegetación y el predominio de plantas herbáceas.

Entre los herbívoros que habitaron aquellos paisajes, en esta vitrina se muestra el caballo primitivo Hipparion laromae, cuya especie hace referencia al yacimiento, así como Alicornops alfambrensis o la cabra Aragoral mudejar. Sus nombres aluden a términos aragoneses. Son llamativos los fósiles que pueden verse de Alicornops, un rinoceronte que no tenía cuernos.

Igual de singular es uno de los carnívoros que se muestran en esta vitrina, la nutria Teruelictis riparius. Lo singular de este ejemplar es que si bien la dentición la emparenta con las nutrias actuales, el esqueleto de su cuerpo es más parecido al de las martas, que tienen hábitos arborícolas. Su hallazgo se produjo en las campañas de excavación de los años 2010 y 2011, y su estudio permitió identificar este nuevo género cuyo nombre alude a Teruel.

Conservación excepcional

Es un fósil de conservación excepcional que incluye el cráneo y distintas partes de su organismo, entre ellas el hueso del pene, que por sus características es muy difícil que se conserve porque no es habitual que fosilice.

En 2023, el mismo equipo que definió esta nutria publicó el hallazgo de otro ejemplar del mismo género cuyo fósil se conocía pero no había sido identificado como tal. Se encontró durante una revisión de los materiales de la Colección Adrover que se encuentran conservados en el Museo Aragonés de Paleontología. Los restos en este caso se hallaron en el yacimiento de Los Aguanaces, con lo cual se amplía el rango temporal de esa especie en el registro turolense.

Otra de las joyas que se exhiben en esta vitrina es el montaje articulado de gran parte del esqueleto de un ejemplar de Hipparion laromae, un caballo que hasta el momento solo se ha encontrado en los yacimientos turolenses.

Ya en el año 2001 cuando se abrió el Museo con Dinópolis, en un reportaje publicado en este periódico el paleontólogo Alberto Cobos, hoy director gerente de la Fundación Paleontológica, apuntaba que la intención era poder contar con el esqueleto montado de un mamífero del Terciario de Teruel.

Paleoambiente

Eso se hizo realidad en 2014 y aunque algunos de los visitantes se lían y lo identifican como un rinoceronte porque en la ilustración que recrea el paleoambiente de la época aparecen esos animales, rectifican al ver la cartela que hay en la parte inferior del esqueleto.

Es un caballo del Vallesiense de Alfambra y aunque en un principio se pensó que la especie era similar a los encontrados en yacimientos europeos de la misma edad, se vio que eran más grandes en comparación con los descritos hasta la fecha. De hecho, se estimó su peso corporal en torno a los 349 kilos, similar al de las cebras actuales. El resto de Hipparion de esa edad pesaba prácticamente la mitad, lo que llevó a definirlo como una nueva especie y se le puso el nombre de laromae, en referencia al yacimiento La Roma de Alfambra.

En otra vitrina con más de 200 fósiles se muestra toda la variedad faunística del Mioceno que se ha encontrado en la cuenca de Teruel, que abarca desde grandes félidos dientes de sable, a hienas y todo tipo de animales propios de un paisaje africano actual.

En la dedicada al yacimiento La Roma también hay un fósil de félido que merece una especial atención por su singularidad. Se trata del radio de un ejemplar de Promegantereon ogygia, un dientes de sable de gran tamaño, que presenta una patología ya que muestra una lesión. Pero el animal no murió a causa de esa herida, porque se aprecia una osificación posterior del tendón del músculo, lo que indica que siguió vivo. Eso sí, tendría sus problemas para la caza porque estos depredadores inmovilizaban a sus presas con las patas.

Otra singularidad de estas espectaculares vitrinas es que en una de ellas se muestra la evolución de los équidos a través de siete especies distintas de Hipparion, colocadas de forma consecutiva y que permiten ver su evolución en el tiempo desde hace unos 9 millones de años. Entre los ejemplares expuestos llama la atención el pequeño tamaño que adquirió una de las especies, Hipparion periafricanum, que alcanzó apenas los 40 centímetros de altura. Con posterioridad en el Plioceno se introdujeron especies de mayor tamaño.

Es tal la diversidad de fósiles del Mioceno turolense que se exhiben en el Museo Aragonés de Paleontología que alberga Dinópolis, que el visitante puede recrearse durante mucho tiempo por la variedad de materiales que se exhiben, entre ellos el de un mastodonte asignado al género Mammut borsoni que, pese a su nombre, nada tiene que ver con el mamut lanudo.

El fósil muestra en un bloque los restos de cráneos y hemimandíbulas de al menos un ejemplar adulto y otro juvenil. Hallado en la primera década de principios de este siglo en el yacimiento de Las Casiones de Villalba Baja, estos animales se estima que alcanzaron una altura de 3 metros y una longitud de 5 metros.

Espectacular

El fósil es espectacular, pero lo más llamativo es que este mismo verano un equipo de paleontólogos de la Fundación Dinópolis y del Museo Nacional de Ciencias Naturales volvieron al mismo yacimiento y dieron con dos defensas (colmillos) gigantescas al lado de donde apareció el material antiguo expuesto. Son piezas que podrían corresponder al mismo ejemplar y este nuevo hallazgo visibiliza la magia de la paleontología y en particular del Museo Aragonés de Paleontología.

Si el filósofo y periodista de principios del siglo XX Gilbert Keith Chesterton se cuestionaba por qué las sociedades se interesaban más por las cosas que estaban mal que por las que estaban bien, el Museo Aragonés de Paleontología es un ejemplo de que Teruel posee un recurso sin igual en otros sitios y que bien merecería la pena prestarle más atención y abrir los ojos; ver que en la provincia hay cosas muy buenas como esta que requieren de un apoyo constante e incondicional porque funcionan como un motor de desarrollo, por más que existan otras carencias que deberían subsanarse. A veces lo que tenemos a nuestro lado acabamos invisibilizándolo, en lugar de darnos cuenta de que es lo que nos diferencia de otros. Y el Museo Aragonés de Paleontología es un hecho diferencial de la riqueza patrimonial turolense.