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Roca Rey o cómo ser un recuerdo inmortal Roca Rey o cómo ser un recuerdo inmortal
Derechazo de Roca Rey. Bykofoto/Antonio García

Roca Rey o cómo ser un recuerdo inmortal

Obra de arte del peruano a Jarenero, de Luis Algarra, que es premiado con la vuelta al ruedo
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El cartel en el que venía anunciado Morante de la Puebla junto a Juan Ortega y Andrés Roca Rey había generado máxima espectación entre la afición turolense, y la noticia de la no comparecencia del de la Puebla del Río caía como un jarro de agua entre quienes albergaban esa ilusión. No obstante, el público contestó a la pérdida de la presencia del astro sevillano, que sería sustituido por Pablo Aguado, sin dar un paso atrás. En torno a seis mil quinientas almas se dieron cita en la plaza de toros de la capital turolense.

El pan y toros sonaba como suenan las ilusiones en los corazones de aquellos que llenaban los tendidos, y es que, a la postre, mereció la pena acudir a la cita. Una cita que comenzaba con retraso puesto que el torero limeño Roca Rey llegaba pasadas las siete, hora de inicio del festejo, al patio de cuadrillas.

Saltó a la arena el primero de la tarde, Mazaquito, de  Luis Algarra. Suave recibimiento de Juan Ortega en los primeros compases de la lidia, ante un animal que protesta pronto, echando las manos arriba. Un solo puyazo decide el sevillano que reciba el astado, recibiendo una sonora bronca el
picador por enganchar al Algarra pisando el tercio. Tras el puyazo, que es duro, se denota la falta de fuerza del animal, que pierde todo su recorrido, dificultando la suerte a los banderilleros, que ejecutan un buen tercio  poniendo todo de su parte. Se hace el silencio en Teruel cuando Juan Ortega coge la muleta, con una plaza expectante de triunfo. el torero, que desciende de Checa, trata de mecer, doblándose con él, la embestida de un animal sin fuerza, fundamentando su faena en muletazos sueltos pero templados, dándole al de Algarra el tiempo que necesita. El toro, que agarra sentido por momentos, cada vez recompone su embestida más rápido, defendiéndose más que embistiendo. Trasteo por lo bajo del torero sevillano, para aligerar una faena en la que no ha habido movilidad, ni transmisión ni materia prima. Estocada en lo alto. Palmas

Otro son de salida tenía el segundo de la tarde, el primero de la ganadería titular de Loreto Charro. Descafeinado el saludo capotero de Andrés Roca Rey que, toreando sobre los pies, deja a penas un par de buenas verónicas y una despaciosa revolera como remate. Buen puyazo de Sergio Molina, no pegándole mucho al de Charro. Traseros los seis garapullos, allá donde no molestan, Roca Rey inicia la faena en los medios, toreando con la mano derecha, buscando alargar las embestidas de un toro que tiene calidad y movilidad, pero al que le falta un punto de fuerza. Más calidad derrochaba por el izquierdo, con una gran serie de muletazos que levantan a un público que, en lugar de resentirse por lo que no está, se congratula con lo que tiene. Una arrucina ajustadísima, pasandose al  gran toro de Charro muy cerca, arranca un olé que nace del alma de la plaza turolense, y el peruano, que lo siente dentro, se entrega a la afición aragonesa, dejando claro lo que viene siendo: el referente taurino de la actualidad. Por redondos acaba una faena que llega y llena los tendidos, vaciando lo que queda de un toro al que se deja llegar, rozándose con los pitones la taleguilla. El runrún que dejan las buenas faenas contrasta con el silencio sepulcral que recibe la muerte de un toro Bravo (así, com mayúsculas) antes de estallar en el júbilo del torero, torero que inunda el ambiente tras la gran estocada que despide a un magnífico toro, animal que merecía una vuelta al ruedo por la calidad que atesoraba.

Transmisión es la palabra que define el inicio de faena de Pablo Aguado al tercero de la tarde, de Loreto Charro, transmisión de toro y torero que llega a los tendidos. Se viene el toro al caballo con facilidad para recibir un único puyazo. Por abajo le empieza a hacer las cosas Pablo Aguado, despacio y con suavidad, dándole tiempo a un astado que necesita tiempo para recuperar un motor que es su principal virtud. No lejos de esta, acompaña la calidad en la embestida, y el diestro sevillano embebe de temple el recorrido de un animal. Nerva suena, suenan los olés, y Aguado, firme, aprieta al toro por el pitón izquierdo, en tres buenas tandas que calientan el ambiente. Remata la faena por el derecho, yendo a la par la perdida de fuerza con el inicio de la brusquedad de un buen burel que ha dado todo lo que tenía dentro cuando Aguado se perfila para matar. El pinchazo y la estocada tendida enfrían los ánimos de un público que le premia con una ovación que recibe en el tercio.

El cuarto también fue de Loreto Charro. De nuevo un toro con mucho motor de inicio, pero también con calidad. Brega Ortega, tratando de enseñarle el camino al toro, que solo choca con el caballo de picar, sin meter los riñones. Lo quita el torero sevillano por chicuelinas, y remata con media Verónica. Ortega, que tiene un vínculo especial y familiar con Teruel, llega al centro del ruedo, muleta en mano, para brindar una faena que comienza, en el tercio, por ayudados. Muy vertical, va metiendo al toro en la faena, a la vez que va atrayendo a un público que, ya lo sabemos, en el cuarto toro está más pendiente del bocadillo que de lo que pasa en la arena. Busca fundamentar la faena en la base de la suavidad y el temple, dándole aire al toro, sin atosigarlo, buscando la durabilidad del animal que ha ido perdiendo fuerza por momentos. Cruzado al pitón contrario, consigue sacarle algunos buenos naturales, siempre de uno en uno, a un astado que no permite la ligazón, por la falta de fuerza, pero si la posee la calidad. Resultó prendido al entrar a matar, quedándose enganchada la chaquetilla en el pitón, siendo zarandeado durante algunos segundos. Sin consecuencias, le pega un estocadón que, de nuevo, hace rodar al toro. El público premia la disposición del sevillano con una oreja.

Cuando se abre la puerta de chiqueros, aún no lo sabíamos, pero se acababa de abrir, con ella, las puertas del éxtasis taurino en Teruel. El quinto toro, de nombre Jarenero, negro burraco de 445 kilos, de Luis Algarra, caido en suerte para Roca Rey, acudía a los cites de punta a punta de la plaza con la misma presteza que lo hizo después al capote del peruano, que lo paro con temple y con encaje. Buen primer puyazo el que recibe el astado, que pelea en varas y tumba al caballo. Recibe un segundo castigo, también duro, antes del cambio de tercio, por parte de José Manuel Quinta. Antonio Chacón dejo los dos pares de banderillas de la tarde, quizá de la feria, asomado al balcón, saliendo andando de la suerte, y recogiendo una ovación del público turolense. Brindió a esta misma afición el torero de Lima, un público que ya estaba a los pies del Rey de los toreros. Vertical, quieto, poderoso, citando a toro de largo, luciendo la bravura y calidad del de Algarra, Roca Rey se mete (más si cabe) al público en el bolsillo. El toro, que tiene mucho motor, repite con celo las embestidas a la muleta del limeño. Acompaña la eterna predisposición del diestro, que, de nuevo, no deja nada de su repertorio por dar a la afición turolense, alternando momentos de toreo de calidad con otros tremendistas de mucha emoción, buen toreo al natural con arrimón de los de valor seco, consiguiendo que el ambiente sea de una tensión que rompe en júbilo en cada remate de cada tanda. Da igual la condición, da igual la ganadería, da igual la plaza o la repercusión que pueda tener: los cojones de este tío están por encima de cualquier circunstancia. Acaba el toro, entregado como se entregaban las bestias a San Pedro Regalado, por algo patrón de los toreros, viviendo con los pitones en los muslos del torero, sabiendo que su vida ya pertenecía al inca. Vi escenas que no había visto nunca en la plaza de toros de Teruel, vi momentos de pasión verdadera, vi gritos, vi gente fuera de sus casillas disfrutando de una fiesta que es eterna por eso, por los sentimientos que desata, por la borrachera de la gente que resuda tauromaquia, ya sea en las gradas o en el albero, por los cuatro costados. Pidió el indulto la afición, (demasiado premio, en mi opinión) y dio un aviso la presidencia, que creo que acertó en la decisión. Mató Roca Rey de un estocadón, a un toro que fue premiado con la vuelta al ruedo, algo que no pasaba desde 1997, en la corrida del jamón, cuando las mulillas arrastraron alrededor del albero, y al paso, a un toro de Cebada Gago. Y Don Andrés Roca Rey, paseando otros dos trofeos alrededor del ruedo turolense, volvió loca a una afición que llevaba décadas esperando que un fenómeno así pasase por su pequeña pero digna plaza.

Sonreía Pablo Aguado antes de enfrentarse al de Luis Algarra, un toro que protestó en el primer puyazo, echando la cara arriba, y que no acabó de pelear de verdad en el segundo. Se fue achicando el animal, pero no Aguado, que trató de componer buenos y hondos muletazos a pesar de tener poca materia prima que exprimir. Protestón y con poco recorrido, echando las manos por arriba detrás de cada muletazo, no fue un toro que se acoplara a las demandas de un torero que necesita recorrido para poder lucirse. No tardó en tratar de liquidar al astado, pinchando en cuatro ocasiones, sufriendo porque el toro se acabó de rajar. Media estocada y dos descabellos acaban con una tarde en la que la gente salió toreando de la plaza.
A hombros, Roca Rey cumplió la tradición de brindar la apertura de la puerta grande al matador Victor Barrio. Es el espectáculo de la tauromaquia. La vida y la muerte. Hoy ganó la vida, y la ilusión.
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