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El colapso El colapso
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Javier Silvestre

Toda gran civilización humana acaba en colapso. No lo digo yo, lo dice la Historia. Las plagas egipcias, la corrupción de la sociedad griega, la barbarie romana, la destrucción climática en la isla de Pascua, las hambrunas mayas o la guerras calientes y frías que moldearon la civilización moderna, en la que vivimos relativamente estables desde el siglo XVI. Un modelo que se apoya, casi siempre, en tres pilares fundamentales: una economía industrial favorecida por el capitalismo; una política donde los ciudadanos ejercen el poder a través de un régimen de partidos y organizados en estados; y una cultura marcada por el cientismo materialista basado en diferentes ideologías.

El mayor salto cualitativo de nuestra civilización ha sido la globalización: ese concepto que acuñó sin ser consciente de ello el propio Fernando de Magallanes hace 500 años, pero que se ha convertido en la piedra angular de nuestro mundo con la aparición de los medios de transporte transoceánicos hace medio siglo. Los cargueros, los camiones, los trenes de mercancías y los aviones borraban las fronteras del mundo y permitían comer naranjas de Valencia en Ciudad del Cabo en noviembre y aguacates dominicanos en Moscú en cualquier época del año.

Se estima que en este momento hay más de 20 millones de contenedores viajando de un lugar a otro del planeta. Los más habituales, seguro que los ha tenido que adelantar en más de una ocasión sobre un trailer en una carretera, son los de 20 pies (6 metros) y los de 40 pies (12 metros). Con uno de los pequeños podríamos llevar el equivalente al peso de 350 personas. Así que tirando por lo bajo, mientras usted lee estas líneas, se mueve por el planeta el peso equivalente a todos los seres humanos juntos: más de 7 mil millones de personas.

Sin embargo, este modelo de negocio y de transporte, basado en fabricar lejos abaratando costes para vender aún mas lejos (y mucho más caro) podría tener los días contados. La pandemia no sólo se ha llevado por delante la vida de 4,5 millones de personas en todo el mundo sino que además, ha paralizado un engranaje productivo sobre el que se asienta nuestra civilización del bienestar basada en el consumo de bienes perecederos.

Al parar China paró el mundo. Pero no lo estamos notando hasta ahora. La falta de componentes electrónicos, el aumento de precio de las materias primas -como el petróleo o el cobre por encima del 35%- e incluso la sorprendente escasez de mano de obra cualificada indican que algo no va bien. Los Gobiernos saben el pánico que puede generar el desabastecimiento de productos. Tan sólo hay que recordar cómo reaccionamos los días antes del confinamiento arrasando todos los supermercados del país o lo que está ocurriendo más recientemente en las gasolineras y mercados de Reino Unido por culpa del Brexit.

El presidente estadounidense Biden teme que la campaña navideña sea el inicio del fin de nuestra civilización y se ha puesto manos a la obra. Ha permitido que el puerto de Los Ángeles (por donde entra el 40% de las mercancías por mar a Estados Unidos) opere las 24 horas del día, los siete días de la semana. ¿El motivo? Evitar que los insaciables consumidores entren en pánico con la llegada del Black Friday o la posterior campaña navideña. Eso sí, pagando a precio de oro cada regalo que Papa Noel nos traiga made in China. Y es que poner un contenedor en movimiento cuesta hoy tres veces más que hace un año… un coste que, no lo dude, se repercutirá en usted: el consumidor final.

Así comienza el fin de nuestra civilización. La falta de bienes de consumo será el desencadenante de una revolución en la que el miedo irracional de los ciudadanos acostumbrados al ‘lo quiero, lo tengo’ se impondrá a toda razón. Y donde imperará la ley del más fuerte empujando a nuestro estado de bienestar a un irremediable colapso. Al tiempo. Esto promete.

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