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Esas personas

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Raquel Fuertes

“De la felicidad también se sale”. Como la mayoría de sentencias brillantes, no es mía sino del escritor Edgar Cabanas. Una vez ahuyentada cualquier sospecha de plagio, vuelvo al principio. ¿Por qué alguien dice una frase así, en teoría antitética y, sin embargo, somos muchos quienes la entendemos y sabemos a dónde quiere ir a parar?

Estamos rodeados de anhelo de felicidad. Todo lo que no sea un estado de felicidad absoluta es sinónimo de fracaso. Un fracaso del que, además, somos culpables: “estar feliz está en tu mano”, parece estar escrito por todas partes, seguido de la siguiente apostilla: “y, si no, eres un pringao”.

Definir qué es ser feliz conllevaría más páginas de las que tiene este periódico y esto no es más qué una columna. Pero si hay algo a lo que te enseña la vida es que la felicidad no es un estado sino un camino. No es la meta sino el viaje. Y, como en cualquier viaje, por placentero que sea, hay contratiempos, desencuentros, malas experiencias y, por supuesto, goce.

En esta era en la que casi parece obligado saber las diferencias entre la serotonina y la oxitocina, cuánto buscamos la gratificación inmediata y cuánta desazón deja después, cuánto condiciona nuestra vida el cortisol y la función de la adrenalina, muchas veces se nos olvida que lo importante es el trayecto. Como decía aquel, “la vida es eso que pasa mientras haces planes” que hoy bien podría ser “mientras buscas la felicidad”.

Una felicidad quimérica, superlativa, inalcanzable, estereotipada. Que no entiende de quiénes somos, de cómo somos ni de qué necesitamos realmente. Mientras, por el camino, entre los sucesos del viaje, vamos encontrando gente. Y, precisamente, son esas personas las que van a permitirnos disfrutar de la alegría de los buenos momentos, compartir los malos tragos haciéndolos más llevaderos, encontrar consejo, consuelo, apoyo o compañía. Incluso en el silencio.

Que la vida ponga en nuestro camino a las personas correctas, con sus perfectas imperfecciones, es la mejor manera de vivir momentos únicos, de esos en los que sentimos que se toca la esquiva e indescriptible felicidad con los dedos. Y de superar las frustraciones. Y de reír. Y de pasar las malas rachas. Y de hallar la serenidad. Que, al final, todo es vida.

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