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La isla volcánica de Camarena se perfila como una joya única de la paleontología mundial La isla volcánica de Camarena se perfila como una joya única de la paleontología mundial
La isla tendría alguna laguna protegida del mar por barreras. 'Palaeo 3' y autores

La isla volcánica de Camarena se perfila como una joya única de la paleontología mundial

Una nueva investigación revela cómo fue colonizada por las plantas hace 170 millones de años
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La isla volcánica de Camarena, la porción de tierra que emergió del mar hace 170 millones de años entre lo que hoy son los municipios de Camarena de la Sierra y La Puebla de Valverde, se está revelando como una joya única de la paleontología mundial por su interés científico. Hace dos años un estudio dio a conocer los restos fósiles hallados en el lugar que mostraban la interacción entre las plantas y los insectos. Ahora, otra investigación a partir de un estudio palinológico realizado con los granos de polen y esporas fosilizadas, ha revelado cómo las plantas fueron capaces de colonizar este islote surgido de fuertes erupciones volcánicas a más de 150 kilómetros de distancia del continente.

El autor que lidera el trabajo vuelve a ser Artai Santos, un joven investigador español que actualmente trabaja en el Museo de Historia Natural de Suecia. Se trata de un frecuente colaborador de la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis, donde hace una década estuvo becado para realizar sus prácticas cuando era estudiante.

El trabajo que ha publicado ahora arroja más luz sobre lo que se conoce en paleontología como la isla volcánica de Camarena, puesto que donde está ahora este municipio turolense era durante el Jurásico Medio una isla surgida en medio del mar a consecuencia de las fuertes erupciones volcánicas producidas entonces.

Leer el trabajo original, publicado en la prestigiosa revista científica Palaeogeography, Palaecoclimatology, Palaeoecology (Palaeo 3), engancha desde el primer párrafo cuando se toma conciencia de los incréibles cambios producidos en el planeta desde sus orígenes a consecuencia de la tectónica de placas y la deriva continental.

Si regresáramos en el tiempo desde la ciudad de Teruel a hace más de 170 millones de años nos encontraríamos con un serio problema, porque apareceríamos en medio del mar. Un mar no como el actual, sino poblado por gigantescos reptiles marinos depredadores a los que ha vuelto a dar vida Mar Jurásico, el último recorrido inaugurado el año pasado en el parque paleontológico turolense.

Hipotético viaje en el tiempo

En ese hipotético viaje en el tiempo estaríamos rodeados por el mar en todas direcciones y no veríamos tierra firme a lo lejos, puesto que el continente estaba situado a unos 150 o 200 kilómetros, según los estudios hechos por los científicos.

Al menos, si mirásemos hacia donde hoy está la Sierra de Javalambre, avistaríamos una isla colonizada por las plantas y podríamos nadar a ella si antes no acabábamos en el estómago de algún gran reptil marino.

Una vez en ella veríamos con claridad los perfiles dejados por la actividad volcánica tiempo atrás, y empezaríamos a sentir el molesto pulular de los insectos a nuestro alrededor. Nos preguntaríamos quién había plantado allí la vegetación existente y cómo diablos habían llegado los mosquitos, únicos animales que la poblaban de forma permanente.

A todas esas preguntas le están dando respuesta investigadores como Artai Santos con las publicaciones que están apareciendo en los últimos años, aunque la existencia de esa actividad volcánica en la zona durante el Jurásico Medio se conoce ya desde hace casi un siglo a través de los trabajos publicados en su momento por R. Martin y L. A. J. Bakx sobre la geología de Camarena de la Sierra, Cascante del Río y Valacloche.

No ha sido en cambio hasta ahora cuando ha trascendido la importancia de estos fenómenos por su repercusión paleontológica, debido tanto al hallazgo de numerosos restos de pólenes que permiten reconstruir la ecología de estas islas jurásicos, como conocer la interacción entre plantas e insectos que existió gracias al registro fósil.

 

Algunas de las esporas fósiles y polen identificados. La escala son 10 micras. 'Palaeo' y autores


El primer trabajo de relevancia apareció en 2021 en la misma revista que lo ha hecho el de ahora, Palaeo 3. En aquella ocasión se estudiaban fósiles de hojas en los que se veía la interacción de los insectos con las plantas. El nuevo lo que hace es indagar cómo la isla fue colonizada por las plantas después de que cesó la actividad volcánica.

El título de esta nueva publicación es Plant colonization of isolated palaeoecosystems: Palynology of a Middle Jurassic extinct volcanic island (Camarena, Teruel, eastern Spain), que en castellano se traduciría como Colonización vegetal de paleoecosistemas aislados: palinología de una isla volcánica extinta del Jurásico Medio. La Isla de Camarena en el este de España.

El equipo de investigación tiene pendiente de publicar próximamente otros dos trabajos, uno sobre los hongos, puesto que también han encontrado una gran diversidad en esta porción de tierra emergida del mar y han estudiado cómo llegaron hasta allí. El cuarto trabajo que saldrá después tratará sobre la macroflora.

Santos comenta que en el  artículo actual aparecido en Palaeo 3 se han identificado 1.891 palinomorfos en el conjunto de lo que era la isla, es decir, fragmentos microscópicos de materia orgánica fosilizada correspondientes a pólenes y esporas de plantas. Los mismos corresponden a 47 especies fósiles y 36 géneros fósiles.

Con esa cifra, el paleontólogo asegura que “estamos en buenas condiciones de caracterizar la isla”, que es a lo que se dedica esta publicación y a explicar cómo las plantas pudieron colonizar una isla que estaba a más de 150 kilómetros del continente.

Colaboración

Junto a Artai el trabajo lo firman Iván Rodríguez-Barreiro, del Instituto de Geología de la Universidad Nacional Autónoma de México en Hermosillo; Nacho Valenzuela, del Departamento de Botánica y Geología de la Universidad de Valencia; José Bienvenido Diez, de la Universidad de Vigo; Denise Pons, de la Universidad de la Sorbona y del Museo de Historia Natural de París, ya retirada; y Stephen McLoughlin, del Departamento de Paleobiología del Museo Nacional de Historia Natural de Suecia, al que también pertenece el autor principal.

Santos recalca la colaboración e implicación del doctor Luis Miguel Sender cuando fueron a muestrear a Camarena, y el apoyo de la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis, “que nos echó una mano y siempre contamos con todo su apoyo para hacer nuestro trabajo y nos facilitaron mucho las cosas para poder hacer esta publicación”. Un reconocimiento que también viene recogido en el capítulo de agradecimientos del artículo publicado.

El trabajo de Palaeo 3 surge de uno anterior publicado en 2018 por Eduardo Cortés y José Gómez, que Santos califica de “absolutamente delicioso”. En el mismo se hablaba de la sedimentología y la estratigrafía, “y por primera vez planteaban esta idea de la existencia de esta paleoisla, basándose más en datos geológicos”. Desde entonces, el equipo al que pertenece Santos se ha dedicado a intentar ver cuál fue la historia natural del sitio.

“Las paleoislas bien entendidas y bien contextualizadas son muy raras”, reconoce el paleontólogo, puesto que no son fáciles de encontrar en el registro fósil, y esta “es una oportunidad única para ver las estrategias de colonización y la dispersión de las plantas en este caso”.

Los estudios científicos publicados hasta ahora permiten visualizar con claridad cómo era esta isla, que según Santos “sería el resultado del elevado vulcanismo que hubo durante el Jurásico Medio” en un mar epicontinental, es decir, que estaba situado sobre una plataforma continental cubierta de agua.

“El resultado de esa elevada actividad volcánica y las posteriores fragmentaciones es que se formaron posiblemente algunas islas, entre ellas la de Camarena”, comenta el investigador, que al encontrarse a unos 150 o 200 kilómetros de la costa, como han calculado otros autores, supondría “una barrera biológica importante”, como así sucedió a la vista del registro fósil que se está estudiando.
 

Artai Santos, el primer autor de la investigación


“Tendríamos un ecosistema aislado geográficamente”, afirma el investigador, puesto que algunas plantas lograron llegar hasta allí y establecerse en la isla. El polen y las esporas puede ser transportado a través de las corrientes de aire y las marinas, así como en los cuerpos de animales voladores como los pterosaurios, pero en el registro fósil estudiado se ha visto “que ciertas esporas y ciertos pólenes tenían que haber crecido o haberse formado y producido necesariamente en la isla”.

Flora nativa

Eso indica que en la isla había flora nativa, es decir, que la vegetación había crecido en ella tras haber cesado la actividad volcánica y que no todos los pólenes encontrados habían tenido que llegar necesariamente del continente por diversos vectores.

Santos se refiere en concreto a las cicadófitas y las bennettitales, estas últimas extinguidas a finales del Cretácico. Aparecen en grandes cantidades en el registro sedimentológico, lo que indica que estaban asentadas en la isla. Lo confirma la macroflora aparecida, en estudio ahora y que será publicada próximamente.

Además, el investigador precisa que si bien hay restos de esporas que sí pueden viajar bastantes kilómetros hacia el interior del mar, no lo harían en esas cantidades. A ello se suma igualmente que algunas aparecen como pegadas, por lo que estarían muy cerca del medio de sedimentación, “y eso nos revela que alguos helechos son nativos de la isla”. Esto indica que en un momento dado algunos helechos pudieron alcanzar con éxito la isla “y crear un linaje que sobrivivió en ella”.

Así se dio el caso, como apunta el registro fósil, de algunas coníferas arbóreas de la familia Araucariaceae, uno de los palinomorfos más abundantes que aparece en el afloramiento. Las Cyatheaceae son otro de los registros importantes. Algunos de estos helechos serían de poca altura, rastreros, pero otros eran arbóreos, “helechos ya de cierto tamaño”.

“Había bastante diversidad botánica”, comenta el paleontólogo, que en el caso de las coníferas tuvieron que llegar mediante la dispersión de semillas. El proceso pudo ser “por vía aérea o acuática, ya que algunas semillas pueden desplazarse en corrientes marinas y colonizar islas bastante alejadas”, puesto que el polen no puede generar plantas por sí solo. También pudo llegar, observa el científico, “alguna parte vegetativa, como algún tronco con capacidad de enraizarse, aunque lo más probable es que fueran semillas las que alcanzaron la isla”.

Una tercera vía que no descartan los investigadores es que también las semillas pudiesen llegar en las patas de vertebrados, como los pteroasaurios al ser animales voladores, o incluso al defecar si la habían tragado en el continente.

Los helechos, la avanzadilla

Los helechos tuvieron que ser los primeros en llegar por su capacidad para sobrevivir en ambientes perturbados y adversos como una isla volcánica en medio del mar. A partir de ellos otros grupos pudieron ir llegando e instalándose, después de que las primeras plantas fuesen formando suelo. Eso explicaría que los helechos sean también los más abundantes.

La isla de Camarena es de gran importancia científica por su singularidad, al no ser frecuente casos de este tipo en el registro mundial. Santos considera que su valor reside en que “nos brinda una muy buena oportunidad para ver primero cómo se produce esta colonización de ambientes postvolcánicos, y después cómo las plantas fueron capaces de sobrevivir con estrategias exitosas”. El hecho de hallarse en Teruel y la proyección internacional que tiene esta investigación es una nueva evidencia del valor incalculable que tiene el patrimonio geológico y paleontológico turolense, uno de sus grandes recursos de desarrollo que hay que preservar y potenciar en la provincia.

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