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Historia del hombre que nos enseñó la diferencia entre la fotografía y la ‘postalica’, en 213 imágenes

Sara Torres y Patxi Díaz presentaron ‘Ángel J. Torres, maestro fotógrafo’, volumen editado por el IET en homenaje a uno de los fundadores de la SFT
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Algo más de 210 fotos, en realidad una mínima parte de todo el legado fotográfico que dejó el turolense Ángel J. Torres (Teruel, 1944-Teruel 2012), forman parte de Ángel J. Torres, maestro fotógrafo, un libro creado por su hija menor, Sara Torres, junto a Patxi Díaz, y editado por el Instituto de Estudios Turolenses. La obra publicada en conmemoración del décimo aniversario del fallecimiento de Torres, uno de los fundadores de la Sociedad Fotográfica Turolense en 2007 y que en un momento u otro ha sido maestro de todos los que ahora forman parte de ella, se presentó ayer en el Museo Provincial de Teruel.

Fotografía que cubre la portada del libro ‘Ángel J. Torres, maestro fotógrafo’

Desde que Ángel Torres compró en la calle de San Juan su primera cámara en los años 50, siendo un niño, nunca dejó de disparar, de aprender, de enseñar y de forjar una mirada personal y refinada que nunca entendió la realidad como algo estanco y modular, que se puede descontextualizar, aislar y encapsular en un papel de 13 por 18 cm. Sus imágenes son pura permeabilidad, las miradas entre las personas, muy habituales en sus tomas, incluso en las de paisaje o arquitectura, se cruzan y trazan diagonales infinitas, entran y salen del marco y hasta se funden con la del observador, que se mueve por la imagen siguiendo la dirección y el ritmo que Torres planificó cuidadosamente en cada una de sus composiciones.

Si un archivo vale lo que vale su organización, el que legó Ángel Torres no tiene precio. Imposible de cuantificar en número de imágenes, todas las que dejó, tanto en formato papel, como en diapositiva o en digital, están perfectamente clasificadas, ordenadas por fechas, lugares y explicaciones sobre las fotografías en cada carpeta. “Gracias a eso ha sido mucho más fácil hacer el libro, aunque el trabajo de selección de fotografías ha sido muy arduo sobre todo por la enorme cantidad de imágenes que tiene”, explica Sara Torres, que ha heredado su afición por la fotografía.

‘La cocina del convento’, una de las imágenes costumbristas de Torres

Tras una primera selección de 600 imágenes, la pareja de Sara, Patxi Díaz, profesional turolense de la fotografía (@patxidiazfotografía en Instagram), que se ha encargado de la maquetación y diseño del libro, le tocó hacer la última criba y seleccionar aquellas que resultaban más representativas. “Afortunadamente los capítulos en los que se divide el libro ya estaban definidos, porque lo hizo el propio Ángel”, explica Patxi. Las imágenes están clasificadas en las secciones Año de Nieves; Calles de Teruel, Luz de Interior, Miradas, Paisaje, Paisaje Humano, Pueblos, Reportaje, Retrato, Teruel en Blanco y Negro y Vaquilla del Ángel. Son los apartados que él mismo tenía en su cuenta profesional de Flickr, una red social especialmente dedicada a la fotografía, de la que fue prácticamente pionero en Teruel, y que su hija mantiene abierta y en crecimiento en su memoria. “En eso mi padre nos adelantó por la derecha a mí y a todos los fotógrafos de Teruel, más jóvenes que él”, recuerda Sara. “Fue de los primeros aquí en utilizar Flickr, y lo hacía a diario. Gracias a él conoció e hizo contactos con fotógrafos y aficionados de todo el mundo, con los que mantuvo una excelente relación”.

Y es que a Ángel Torres le encantaba la fotografía clásica, los virados a sepia y al azul del cianotipo, y no entendía la fotografía sin conocer los fundamentos teóricos de la caja oscura, pero nunca se quedó anticuado. “Lo único que le costó un poco fue dar el paso de la fotografía química a la digital, pero fue porque las primeras digitales tenían muy poca calidad, y no llegaban al mínimo que el quería”, explica Patxi Díaz. “En cuanto alcanzaron y superaron esa calidad, Ángel se cambió a la digital y ya nunca regresó”.

‘Enamorados’, una enigmática fotografía incluida en el libro

Ángel Torres tenía muchas frases de cabecera siempre en la boca. Una de ellas era “no hagas postalicas”, recuerda Sara. Es una manera elegante de decir que la narrativa lo es todo. “Conocía perfectamente todas las reglas de la fotografía ortodoxa”, explica Patxi Díaz, “y de hecho muchas de sus fotografías, de las que se ven en el libro, son auténticos tutoriales de composición, del dominio sobre la línea, el punto, el contraluz, las perspectivas, los tercios...” Y precisamente por eso, matiza Sara, “también sabía saltárselas de forma creativa y deliberada. Cuando lo hacía salían fotos muy rompedoras”.

A lo largo del libro queda manifiesto el manejo de la narrativa visual que tenía Torres. Todas sus imágenes, incluso las más estáticas, cuentan alguna historia. “Le gustaban especialmente las imágenes costumbristas en las que se veía a gente hacer lo cotidiano, limpiando una alcantarilla, al kiosquero con los periódicos, a los abuelos mirando una obra... pero su forma de mirar las cosas hacía que esas fotos, aparentemente sin nada especial, fueran muy especiales”.

Patxi Díaz y Sara Torres, hija de Ángel, son los creadores del libro presentado

La habilidad de Torres para reflejar con su cámara el mundo también tenía mucho que ver con lo vinculado que se sintió a ese mundo. “Conocía a todo el mundo, y todo el mundo le conocía, y eso hacía que pudiera hacer grandes retratos, que la gente se sintiera a gusto con él, se relajara y dejaran ver su esencia en cada imagen”, explica Sara Torres. Patxi Díaz recuerda que durante una charla con Alberto García-Álix, uno de los grandes retratistas españoles de la Movida madrileña, Ángel Torres le preguntó que cuál era su secreto para conseguir esos retratos frontales tan cercanos, casi violentos, con unas expresiones tan naturales. “Él tenía esa curiosidad y siempre estaba dispuesto a aprender. Y Alberto le respondió que el truco consiste en meterse en la vida de la gente”. Y de algún modo lo aplicó, porque su serie de retratos es excelente. Sus contrastes, su calidad técnica y plástica, y la confianza que bulle entre el fotografiado y el fotógrafo, y que este último cede en depósito al observador mientras se sitúa frente a cada imagen, hacen de cada retrato una foto memorable.

La anécdota de la compra de su primera cámara fotográfica, que aparece en la biografía del libro, también define algunas de las cosas que le definieron como fotógrafo. “A mi padre le costó mucho tiempo reunir el dinero suficiente para comprársela. Pero tenía muchas ganas, así que en cuanto pudo lo hizo. Y siempre contaba que le daba mucha pena que se pudiera romper, así que no paró de ahorrar hasta que pudo comprarse la funda, y así tenerlo todo completo”.

José Miguel Meléndez, Sara Torres, Patxi Díaz, Diego Piñeiro y Juan Villalba

Y es que como artista Torres tenía siempre a mano la espita que abre el gas y deja escapar lo más loco, bohemio y creativo que alguien es capaz de imaginar para plasmarlo sobre el papel, ya sea con letras o con luz. Pero su andamiaje artístico se basaba en un talante absolutamente escrupuloso, sistemático, y también testarudo cuando se trataba de cumplir objetivos. Era fácil verlo a cualquier hora del día enfocando con su cámara a quién sabe qué, a un punto que para cualquiera no era otra cosa que una farola, un buzón de correos o un edificio sin mayor interés para el común de los mortales, pero que él sabía que escondía alguna historia maravillosa que debía contarse. Y con la paciencia del escultor que pica la piedra siguiendo un plan predeterminado, y dejándole solo su justa parcela al azar, iba desgranando los disparos, los ajustes y de nuevo los disparos. No importa que el frío castigara sus dedos o que el tráfico rugiera en torno a él. No se movía de allí hasta no tener la imagen que había ido a buscar, hasta no tener la historia que las cosas cuentan a quien sabe preguntar.

Una exposición itinerante, entre los proyectos de futuro

Ángel J. Torres, maestro fotógrafo, es uno de los grandes libros sobre fotografía que se han editado en Teruel. Ha sido publicado con el sello del Instituto de Estudios Turolenses, siendo el segundo de una serie dedicada a la fotografía local, y que se inauguró con Teruel, vestigios de resistencia, de Guada Caulín, el año pasado. Queda por ver si el patrimonio fotográfico y documental que legó a su familia el turolense sigue divulgándose de algún modo. Su hija Sara admite que en más de una ocasión han pensado en producir una exposición con sus imágenes que pudiera itinerar por Teruel o Aragón, y que quizá cuando llegue el momento tome forma. Por el momento toca disfrutar de la acogida de este libro, homenaje a Ángel Torres diez años después de su fallecimiento, y que ha llevado año y medio largo de trabajo.

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