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Laborda, Buñuel y Kurosawa, el encuentro sin fin de tres artistas unidos por una pasión común Laborda, Buñuel y Kurosawa, el encuentro sin fin de tres artistas unidos por una pasión común
El artista zaragozano Eduardo Laborda posa junto a una de las obras de la serie sobre Buñuel y Belchite. Kiko Ostalé

Laborda, Buñuel y Kurosawa, el encuentro sin fin de tres artistas unidos por una pasión común

El pintor zaragozano bebe del universo buñueliano en una serie de gran formato inspirada por el japonés
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El pintor zaragozano Eduardo Laborda y los cineastas Luis Buñuel y Akira Kurosawa se acaban de encontrar en el imaginario artístico de la mano del primero con su serie de dibujos titulada El Ángel Exterminador o viaje apócrifo de Don Luis a Belchite, parte de los cuales pudieron verse el pasado fin de semana en el festival de cine que acogió dicha localidad. En sí mismo, la serie es como una película plasmada en imágenes en blanco y negro con dibujos de gran formato, que imagina un viaje del cineasta turolense desde París a Belchite, donde el realizador sufre un accidente con un Citroën y eclosionan todos los fantasmas de su particular universo creativo, con los que comulga Laborda.

Frente al uso y abuso que se hace de la figura de Buñuel, y con motivo de la celebración este año del 125 aniversario de su nacimiento, Laborda rescata con devoción y respeto sin dejar de ser subversivo el imaginario creativo del cineasta, que ha plasmado en una serie de veinte dibujos de gran formato en torno a una historia apócrifa sobre un viaje que bien pudo haber hecho el cineasta.

Este pintor zaragozano de 73 años es devoto del calandino. Su figura ha estado muy presente en su obra. Ha colaborado con el Centro Buñuel de Calanda y con Cabiria. Cuadernos Turolenses de Cine. Además de ser uno de los mayores exponentes de la pintura realista de los últimos tiempos, lo que no está reñido con el surrealismo (muchas de las escenas del cine de Buñuel estaban tomadas de la realidad que le circundaba), es un exponente sin igual de la cultura aragonesa, alejado de cualquier moda, honesto y coherente; y de las pocas personas que no han sido seducidas por las tecnologías. Que siga sin tener móvil no lo convierte en raro sino en genuino, además de envidiado, porque nadie es consciente de lo que ha ganado su vida y su temperamento así. La sonrisa y el buen ánimo que transmite parecen consustanciales a él.
 

(I) Cuatro de los dibujos que conforman la serie que ha realizado el artista zaragozano Eduardo Laborda en torno a un historia apócrifa sobre Luis Buñuel y Belchite, cuya reproducción en papel prensa no hacen justicia a la belleza plástica y evocadora que transmiten los originales. Dibujos de Eduardo Laborda fotografiados por Kiko Ostalé


Menos conocida que la pintura es su faceta de cineasta, porque su forma de expresarse es visual y en eso entronca tanto con Buñuel como con Kurosawa, realizadores en las antípodas que tuvieron en común un mismo productor, Serge Silberman, aunque en sus últimas etapas, las que podrían considerarse más convencionales que no por ello comerciales. Si los universos buñuelianos han estado presentes de por vida en Laborda, coleccionista vocacional que no deja de maravillar con sus adquisiciones tanto artísticas como de toda clase, Kurosawa irrumpió como inspirador de la serie de dibujos que ha hecho ahora en una exposición que vio hace años en el Museo de ABC en Madrid.

En Internet es posible disfrutar de esos dibujos en el catálogo en pdf de la exposición Los dibujos de Akira Kurosawa. La mirada del samurái. Verlos es un auténtico descubrimiento, porque evidencian cómo en la obra de este realizador nipón primero fue el dibujo y después la película en títulos como Rashomon o Los siete samuráis. “Era una exposición impresionante”, recuerda Laborda, tanto por las dimensiones de los dibujos al no ser los propios de un storyboard, como por la técnica mixta con acuarela y óleo empleada.

“Eran fantásticos porque contaban la historia de la película y empecé a darle vueltas a esa idea y pensé que tal vez podía hacer algo parecido”, afirma el artista zaragozano. Ese fue el detonante y Buñuel no tardó en aparecer al estar tan presente en su universo creativo. “Buñuel decía que a él le hubiera gustado ser pintor o escritor antes que cineasta, porque al hacer cine dependías de un equipo y era terrible, mientras que en cambio el escritor y el pintor trabajan solos y no tienen que aguantar a nadie”, explica.

La idea eclosiona así y de esa manera surge la serie El Ángel Exterminador o viaje apócrifo de Don Luis a Belchite, en el que aparece retratado el propio cineasta inmerso en un mundo onírico en blanco y negro con el pueblo de Belchite de fondo, que Laborda había trabajado ya anterioridad en su pintura realista y superdetallista.

En total la serie se compone de veinte obras, catorce de ellas en blanco y negro con la técnica del dibujo con grafito de diferentes durezas sobre una aguada de tinta china diluida, que son las que llevó a Belchite. Con anterioridad había hecho cuatro en sepia, pero vio que “no funcionaba”. Eran de un tamaño más pequeño, mientras que las posteriores las hizo de 90x60, que son los dibujos con los que desarrolló la historia de Buñuel. Más tarde hizo obra más grande como un desnudo femenino hecho en acrílico sobre lienzo con calidad de dibujo.
 

(II)

Mandamientos sagrados

Ahí es donde irrumpe el universo creativo de Buñuel. Como buen buñueliano, uno de los mandamientos sagrados en torno al cineasta calandino establece que no utilizarás el nombre de Buñuel en vano, y Laborda no lo ha hecho sino que ha impregnado sus dibujos y la historia que cuenta del imaginario del turolense, de ahí el título de la serie.

“Para mí, la obra más redonda y buñuelesca es El Ángel Exterminador”, afirma rotundo. En esta película, hecha durante la etapa mexicana, un grupo de burgueses queda atrapado tras asistir una cena dentro de una mansión. No pueden salir y desconocen el motivo. Tras involucionar conforme pasa el tiempo, logran abandonar la vivienda, y cuando se disponen a celebrar un tedeum como acción de gracias, vuelven a quedar atrapados sin causa aparente en la iglesia donde lo ofician.

De alguna forma, esta película es la síntesis de toda la temática de la filmografía de Buñuel, pues sus personajes viven atrapados en sus convenciones o condicionantes sin poder escapar de ellos, sumidos y sometidos por una religión católica cuya represión es a su vez la que impregna de rebeldía tanto a Buñuel como a Eduardo Laborda.

La historia, que a modo de relato acompaña la serie de dibujos, ubica a Buñuel a finales de los años 50 o principios de los 60, “cuando ya piensa un poco, me imagino, en Viridiana y en venir a España, que es cuando me monto ese viaje clandestino en un Citroën francés”.
 

(III)


“En su matinal paseo por la ribera del Sena, en busca de escenarios para un futuro proyecto, Don Luis se detuvo para escuchar al músico callejero cantar la balada de Jamie Foyers, brigadista inglés que, tras combatir en Belchite y Gandesa, perdió la vida en el frente del Ebro”, arranca el argumento del guion de esta serie de Laborda.

“Espoleado por la nostalgia, el director de cine se propuso hacer una visita fugaz a su tierra, anhelo que sólo confiaría a Carmencita, la inolvidable amiga de la infancia”, continúa la historia, que concluye así: “De viaja a Calanda en un Citroën prestado, la cabra de Las Hurdes se cruzó de nuevo en su camino, provocando un accidente a la altura del Arco de San Roque en Belchite. Del extraño suceso, Don Luis no olvida el encuentro con el niño que fue alertándole de la inminente llegada del Ángel Exterminador y de ciertas presencias vagando entre las ruinas, como aquella Piedad que tanto le recordaba a su madre”.

Laborda recuerda haber leído que en Calanda había un personaje al que llamaban el Matacabras, que Buñuel debió tener presente de anciano, mientras que de joven es célebre la escena en la que una cabra se precipita al vacío en la película Las Hurdes, aunque en realidad le habían disparado con una escopeta para que cayese durante el rodaje.

“Eso me llevó a imaginar que tuviera un accidente atropellando a una cabra que, puesto que lo insinuó, se le aparecía de vez en cuando y le complicaba la vida por su mala conciencia teniendo en cuenta que a él le gustaban los animales”, comenta el pintor, que se imagina a Buñuel tal vez pasando por Belchite de camino a su pueblo.

Regresión a la infancia

El accidente provoca una especie de regresión a la infancia del cineasta, como cuando se empieza a ver la vida rápidamente hacia atrás en situaciones de grave peligro y aparece “la madre, los espíritus que pululan por los lugares, porque yo creo mucho en esas historias, de que las energías están por ahí”, cuenta Laborda.

Los cráneos de las cabras, presentes en los dibujos, parecen evocar también a esos carnuzos de las películas de Buñuel, lo mismo que la imagen del sueño de Los olvidados en la cama, que para el dibujante es también uno de los momentos cumbre de la filmografía del calandino.

La imagen del niño sugiere la mala conciencia, la advertencia de que se acerca el Ángel Exterminador, con un Buñuel que mira hacia abajo. Es uno de los dibujos que conforman el tríptico en los que aparece retratado el calandino. En otro de los dibujos, la cabeza de Buñuel aparece en la parte inferior, de forma parcial, mientras en las alturas de la parte superior se erige la iglesia semiderruida de Belchite.
 

(IV)


La tercera, inspirada en una fotografía de rodaje de Viridiana, Buñuel hurga en una especie de maleza entre las costillas descarnadas de la cabra; de nuevo los carnuzos tan característicos del calandino.

Antes de abordar estos dibujos, Laborda se ha documentado muchísimo como es habitual para retratar al cineasta en ese marco contextual de Belchite. “Para mí Buñuel en realidad supone como una especie de espejo en el que yo me identifico en muchas cosas, como persona de una generación que todavía arrastrábamos los complejos y la educación que tuvo él”, manifiesta.

Es una delicia contemplar esos dibujos, algunos de los cuales se reproducen con este reportaje para disfrute del público, con las limitaciones que supone su impresión en papel de periódico, pero que merece la pena para darlos a conocer dada la vida efímera que han tenido en Belchite.

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