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Luis del Romero presenta 'Donnafugata’, versión novelada de la historia del patrimonio industrial de las sierras de Teruel Luis del Romero presenta 'Donnafugata’, versión novelada de la historia del patrimonio industrial de las sierras de Teruel
Luis del Romero, en el patio de su casa de San Agustín

Luis del Romero presenta 'Donnafugata’, versión novelada de la historia del patrimonio industrial de las sierras de Teruel

“En pequeños pueblos el pensamiento individual no tiene sentido, necesitas la ayuda de los vecinos”
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Cruz Aguilar

Luis del Romero Renau es doctor en Geografía y autor de numerosos artículos de investigación sobre el patrimonio industrial de Teruel y también acerca de la despoblación. Ahora se lanza con su primera novela, Donnafugata. Historias de mujeres que no salen en la historia, en la que busca dar visibilidad a esas mujeres rurales, fuertes, que fueron capaces de sacar adelante a sus familias pero que han sido invisibles a lo largo de los siglos.

-Ha dado el salto a la novela. ¿Le ha resultado fácil?

-Estoy acostumbrado al lenguaje científico y técnico, con citas, estructuras y anexos, esto es algo más libre, tiene sus pros y sus contras.

-No tiene que documentarlo todo, hay más libertad. ¿Cómo surgió esta novela compuesta de relatos cortos?

-Cuando hicimos el trabajo sobre patrimonio industrial y entrevistamos a entre 60 y 70 personas, hubo muchos antiguos molineros y molineras que nos contaron anécdotas y leyendas que no cabían en un libro técnico. Algunas de esas historias me las guardé y están en este libro, que es como la versión novelada del patrimonio industrial de las sierras orientales de Teruel.

-Empecemos por el título. Ha titulado con el nombre de una finca siciliana un libro sobre historias de mujeres de las sierras de Teruel que no salen en la historia. ¿Por qué?

-Es un juego de palabras, una de las cosas que tienen en común es que son mujeres que por diferente avatares tienen que huir, por guerras, del marido, de la familia... Por otro lado, Donnafugata es el palacio de la novela El Gatopardo de Lampedusa, es un guiño a esa novela que es importante para mí. Es un poco para hablar de que el patrimonio industrial de Teruel acabó totalmente olvidado, al igual que las mujeres, ambos tuvieron su papel en la historia.

-Las mujeres han sido siempre las grandes olvidadas de la historia, pero en el medio rural todavía más, si cabe, ¿no es así?

-Sí, y además otra de las ideas que me hizo escribir este libro es que cuando íbamos a entrevistar a los pocos molineros que quedan, la titularidad, el oficio y el nombre era del marido, pero eran muchas las mujeres que molían o usan la maquinaria de textiles, de luz… Había casos que no pasaban por los molinos, estaban de tratantes o en las tabernas y eso no lo he visto una o dos veces, sino bastantes. Las mujeres son las grandes olvidadas de los acontecimientos de la historia, pero también del patrimonio industrial.

-Y usted novela precisamente esas cuestiones que eran una realidad en muchos hogares del medio rural, como el trabajo callado de las mujeres mientras algunos maridos echaban chatos en el bar.

-Sí. Son historias totalmente reales, la historia de un molinero que llegaba a casa gracias a que la burra se sabía el camino y mientras la mujer estaba moliendo, que es un trabajo de mucha fuerza, pero como más vale maña que fuerza, muchas veces lo hacían las mujeres. Ellas son además las que conservan el patrimonio genealógico de los pueblos, la memoria. En todos los trabajos que he hecho la mujer es la que te cuenta las historias, son las verdaderas cronistas e los pueblos. Los hombres es más difícil que te cuenten historias.

-Una de las críticas que se esconden en el libro es el gran desconocimiento hacia cuestiones básicas para la humanidad, como cultivar el trigo. ¿Qué consecuencias tiene en la sociedad actual ese desapego por aspectos que antaño se daban por hecho?

-La sociedad actual ha de valorar y asumir que está empezando una multicrisis global con el cambio climático, la extinción masiva, la pandemia, los problemas con alimentos… y tarde o temprano, a las buenas o a las malas, no digo que tengamos que volver a una sociedad campesina ni feudal, pero sí hacia soberanía alimentaria donde predominen los mercados locales y haya un menor consumo. Esto se ha visto con los precios de los cereales. Nos hemos dado cuenta de que la mayor parte del trigo que se consume en España se importaba de Ucrania, algo que llama la atención teniendo tantos y tantos campos medio abandonados en esta provincia.

-En su libro deja patente que la misma superioridad que tenían los habitantes de la ciudad hacia los de los pueblos la tenían los de los pueblos con respecto a los masoveros. ¿Por debajo de ellos solo estaban los huérfanos?

-Pues sí… por debajo estaban las personas que no pertenecían ni a una comunidad ni a otra. Sobre todo lo que intento explicar en alguno de los capítulos es la relación a veces conflictiva entre los masoveros y los del pueblo, principalmente en ciertas épocas porque el masovero era más rico, tenía tierras, tenía animales, a veces eran familias aristocráticas los propietarios, mientras que la gente del pueblo era más humilde. Por supuesto cuando esa sociedad entra en crisis empieza en todas las clases sociales del medio rural un odio hacia lo propio, hacia el medio de vida rural, que lleva aparejado el olvido de las generaciones siguientes, que no saben ni el bancal que han heredado. Hemos pasado de saber muchísimo de oficios tradicionales, de predicciones meteorológicas, de reparar cosas… a no saber nada de historia, de cultivos… Ahora somos mucho más dependientes como sociedad.

-En su libro tienen un gran peso los molinos. ¿Le ha servido para esta novela la ardua investigación desarrollada para el libro La Ferté?

-Sí, esta novela es otro resultado del trabajo de campo que hicimos durante cinco años, visitando 150 municipios. Toda la información recogida y visitas realizadas no cabían en un solo libro. Es una forma de darle un tono más divulgativo como narración a ese patrimonio que sigue abandonado. Me da bastante rabia la situación de algunas fábricas de luz abandonadas y con turbinas en municipios donde están intentado implantar parques eólicos y fotovoltaicos. Podrían intentar poner de nuevo en marcha el salto y luego ya poner los aerogeneradores si hacen falta.

-Su libro permite conocer algunas costumbres rurales como el jornal de villa. ¿Ha sorprendido a sus lectores este trabajo comunitario en un tiempo de individualismos?

-Sí, completamente, sorprende mucho. Hemos olvidado mucho y a veces pensamos que eso que llamamos Estado ha existido siempre y no es así. Desde caminos, a los antiguos molinos o los pastizales han sido fruto del trabajo comunitario, sin caer en romanticismos, con todas sus contradicciones y conflictos, pero es como se ha modelado el paisaje turolense. Deberíamos volver a ello porque el Estado o no quiere o no puede llegar a todo. Es otro tema de reflexión interesante, en pequeñas aldeas y pueblos el pensamiento individual no tiene ningún sentido, no encaja, necesitas ayuda de los vecinos.

-“Somos masoveras, pocas veces hacemos cosas voluntariamente. Aguantar hijas como siempre hemos hecho, pero con dignidad”. ¿Esta frase de su libro resume la situación de penuria en la que se encontraban las mujeres masoveras?

-El problema que tuvieron las mujeres fueron las herencias, que hasta el Antiguo Régimen iban al primogénito varón , por lo que la mujer siempre estaba subordinada a lo que dijera el padre, el hermano, el marido o el suegro. Por eso las mujeres de las masías son las primeras en salir a servir a la ciudad y las primeras en decirles a sus hijas que se vayan, que no se queden ahí.

-En muchas de las historias de Donnafugata aparece esa idea de dignidad. ¿Por qué se repite tanto?

-Por un lado está esa situación de violencia y desigualdad, pero que hubiese carencia y conflictos no significa que la gente de pueblos o masías viviera de forma mísera, algo que sí ocurría en algunas ciudades durante la revolución industrial. Todas esas sociedades tenían un patrimonio inmaterial inmenso, unos modos de organización social capaces de suplir gran parte de sus necesidades básicas, lo cual al poder no le gustaba nada. Por eso tenía sentido hablar de una vida digna, con todas las distancias temporales que podamos poner con respecto a la actualidad, con mucho trabajo y obediencia, pero satisfacían sus propias necesidades, tenían acceso a una cultura, no ilustrada y culta, pero sí satisfacían sus necesidades en ese sentido, y también en cuanto a ocio. Por eso la gente hablaba de una vida digna, luego cuando empieza ese proceso de denostar la vida en el campo como algo salvaje y atrasado es cuando se pasa de hablar con orgullo de mi pueblo a sentir agobio hacia ese medio rural y marcharse. Hay una anécdota que me contaron hace poco y es cómo se ha perdido el interés por la arquitectura en los pueblos, una muestra del sentimiento que hay hacia al pueblo. Se empiezan a poner puertas de metal, a hacer chapuzas porque es la casa del pueblo en tu casa de la ciudad no lo harías, es como si allí todo diera igual.

-Su libro navega entre la actualidad y el pasado y entre las páginas se cuelan personajes carlistas y grandes pintores, como Sorolla y Picasso. ¿Cuánto hay de cierto y cuánto de invención en Donnafugata?

-Hay muchas cosas que no se pueden saber con exactitud, lo que sí que es cierto es que los personajes carlistas sí existieron y algunos episodios, como el ataque liberal a Forcall, están documentados. Es cierto que Picasso pasó algunos veranos en Horta de Sant Joan y le cambió la forma de pintar y los padres de Sorolla eran comerciantes textiles de Cantavieja que emigraron a Valencia. Es una invención que Sorolla pasara por allí, pero es posible que así fuera para conocer la tierra de sus padres.

-¿Y las historias que cuenta tienen algo de verdad?

-Hay fragmentos de verdad. Sabemos por ejemplo que en el Batán de Cantavieja había una mujer que se encargaba de los tintes, era un trabajo terrible por el tipo de sustancias que se mezclaban. El papel de la mujer fue importante en la guerrilla y es verdad que varias masoveras hicieron de enlace con la guerrilla, entre ellas una molinera de Manzanera, que colgaba prendas y, en función de cuál ponía, transmitía un mensaje u otro para la guerrilla. También fue verdad que hubo a algunas mujeres que las torturaron. La desaparición de una moza en el Barranco de San juan me la ha contado mucha gente, había miedo entre los masoveros. Otra cosa cierta es que había una mujer en Mirambel que ponía el retrato de Carlos o de Isabel II en función del ejército que venía y a veces llegó a tener un bando en cada piso.

-Su libro es un recorrido entre las sierras del Maestrazgo de Teruel y Castellón, el Matarraña y la de Gúdar. ¿Pretende que sea un gancho para que la gente llegue hasta estos pueblos?

-Sí, me gustaría que la gente llegara para conocer otra parte de esos territorios que vale la pena recorrer. A veces soy crítico con la manía de instalar miradores, parques de aventura y senderos y pasarelas, es que igual no hace falta gastarse ese dinero, hay historias y lugares que están, son accesibles y pueden atraer a cierto público y generar interés. No estoy de acuerdo con esta visión del medio rural como parque temático. Que están muy bien los recorridos en BTT, pero hay muchas cosas que se pueden enseñar que son mas baratas de poner en valor y pueden tener su público.

-También es un viaje al lenguaje de esas zonas, donde los vulgarismos se entremezclan con los catalanismos. Usted pone en cursiva esas palabras, pero en la mayor parte de los casos no las traduce. ¿Da por hecho que se van a entender?

-En algunos casos de diálogos en catalán sí los traduzco, pero me parecía importante para el lector aragonés dejarlos en su forma original, porque en algunas zonas de aragón sigue habiendo una lengua propia que estaría bien conocer.

-Leyendo su novela una se queda con la imagen de dignidad de los masoveros, pero sobre todo con la de sufrimiento. No entran muchas ganas de irse a vivir a un pueblo.

-De entrada lo que se muestra es que son dos siglos de historia en las que Teruel no se ha perdido ni una sola guerra, incluida la violentísima posguerra, pero al mismo tiempo en esta época de tanta violencia y confrontación se produjeron los máximos demográficos del territorio rural, nunca ha habido tanta gente como a finales del XIX y principios del XX. Es importante ver que ha habido mucho sufrimiento, pero hoy este territorio para bien o para mal es otro, tiene un patrimonio enorme y toda una identidad por construir. He intentado reflejar algo que me parece muy importante como profesor de universidad y es cómo se ha alejado el conocimiento científico del popular. Las instituciones científicas como las universidades se han apropiado de la palabra, el conocimiento y la ciencia, lo han empezado a imponer desde hace años, han denostado y olvidado todos los saberes populares, sobre animales, meteorología, botánica…. Esto tiene que cambiar. Debe de haber una reivindicación desde la propia Universidad, ser ingeniero agrónomo no pone a nadie por encima de una persona que ha cultivado la tierra, no son voces más autorizadas que otras para hablar de determinados temas.

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