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Pedro Salvá y Mallén, el ilustre bibliófilo  que descansa en el cementerio de Sarrión Pedro Salvá y Mallén, el ilustre bibliófilo  que descansa en el cementerio de Sarrión
Imagen de Pedro Salvá y Mallén

Pedro Salvá y Mallén, el ilustre bibliófilo que descansa en el cementerio de Sarrión

La Sociedad Bibliográfica Valenciana Jerónimo Galés programa un homenaje a su figura
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Jorge Civera Porta (Valencia)
Miembro de la Sociedad Bibliográfica Valenciana Jerónimo Galés


Los libros, con los años, se convierten en monumentos de la cultura y el conocimiento, siendo los más antiguos los capaces de trasmitir, más allá del texto que contienen, un bagaje de historias y vivencias que hacen de ellos algo excepcional.

Cada ejemplar guarda con él cicatrices de la historia que por ellos ha pasado, marcas de sus propietarios, dibujos o anotaciones marginales, incluso algún elemento extraño que oculto entre sus hojas nos hable de su origen o final.

De su vestido, la encuadernación, podemos saber de la estima que su primer propietario tuvo por él, así como su procedencia. Si se acompaña de las armas heráldicas sobre sus cubiertas, supralibris, lo está identificando como algún personaje de la nobleza.

Su antigüedad le añade valor, pues su uso, las múltiples lecturas, lo desgastan y envejecen, condenándolos en muchos casos a ser pasto de las llamas en estufas y chimeneas.

Los libros se pierden, se hurtan, arden, se mojan, sirven de alimento a insectos y hongos, se amarillean por oxidación y su papel se debilita hasta la extenuación. Pero hay personajes, altruistas, apasionados por los libros viejos, conocedores profundos de su existencia, que los compran, disfrutan, cuidan y aman; son los bibliófilos. Ellos nacen a la par de los primeros libros.

Códices

Al principio, cuando solo existían los códices, conventos y reyes los atesoraban conscientes de su poder, al nacer la imprenta, poco a poco, los libros se generalizan y también los bibliófilos. El siglo XIX se convierte en una época de oro de la bibliofilia y aparecen librerías especializadas en libro viejo.

En Valencia, un padre y su hijo, Vicente y Pedro Salvá se convierte en el mejor ejemplo de una vida entregada al libro y a su amor por ellos, perpetuado para siempre en El Catálogo de la Biblioteca Salvá que vio la luz en 1872 detrás del Teatro Principal de Valencia, en la imprenta de Ferrer de Orga, tras el fallecimiento de Pedro en 1870 en Sarrión.

La tumba de Pedro Salvá y Mallén en el cementerio de Sarrión

Un catálogo que fue modelo para otras grandes bibliotecas, como la del rey de Portugal o la de los banqueros Rothschild o Henry Huth.

Vicente Salvá y Pérez (1786-1849), manifestó de bien joven su capacidad intelectual, empezando a estudiar Filosofía en la Universidad de Valencia a los trece años. Su inquietud intelectual, su visión liberal y su matrimonio con la hija del librero francés, Diego Mallén, Josefa, le hizo llevar una vida muy activa como librero, entre Valencia, Londres y París, así como un férreo compromiso liberal, ya durante la invasión francesa, como lo muestra su colaboración con el turolense Isidoro de Antillón.

Trienio Liberal

Más tarde, el Trienio Liberal lo llevó al exilio y ese afán liberal plasmado en alguna de sus ediciones le llevó a recibir ataques de la Inquisición.

A través de su actividad como librero consiguió reunir una importante biblioteca que continuó su hijo, un amor por los libros compartido que queda expresado en el supralibris de las encuadernaciones de los libros de su librería, que diseñó el propio Vicente y que dando instrucciones precisas a su hijo Pedro quedó expuestos en sus libros como seña de su identidad; dos manos estrechándose, enlazadas, con el lema Biblioteca Salvá, una V y una P, de los nombres de ambos, pues nace del proyecto inicial del hijo y de la realización del padre.

El amor paternofilial entre ambos lo describe emotivamente Pedro en el prólogo del catálogo al hablar de la muerte de su padre, diciendo:

“Apenas comenzado Catálogo, marchó a París, en cuya capital murió en 5 de junio, cuatro después de su llegada. Si a los bibliógrafos y bibliófilos fue indudablemente sensible esta pérdida, de mí sé decir que la llaga que abrió en mi corazón jamás se cicatrizará, pues con él dejó de existir no sólo mi venerado padre sino mi idolatrado amigo” Aun tardó dos años en atreverse a mirar siquiera el índice que había empezado su padre y finalizó su labor en junio de 1869.

El año de 1870 le sorprendió la muerte en Sarrión, habiendo empezado la impresión del primer volumen de la obra, terminándola sus hijos, Gonzalo y Enrique en 1872.

Otro hijo de Pedro, Vicente, muere una semana antes que su padre, tenía 27 años. No se sabe con certeza el motivo de la muerte de ambos, pero es cierto que en aquel año la ciudad de Valencia padecía una epidemia de fiebre amarilla, regimientos de la ciudad se mandaron a Requena y muchas familias salieron de Valencia.

Sierras de Teruel

La sierra turolense fue refugio de salud de muchos de sus habitantes, los tratamientos de aguas y termales eran muy habituales en la época, algo que venía de antiguo como manifestó el médico turolense Tomás Ferrer de Esparza en su obra sobre los baños de Teruel de 1634. Así que las aguas de Manzanera y Sarrión (La Escaleruela) eran los puntos más cercanos a la capital de Turia en tierras turolenses.

La muerte le sorprendió allí, su mujer e hijos le dedicaron un sencillo monumento funerario provisto de los elementos simbólicos típicos de la época, dos antorchas invertidas y unas adormideras rodeando la frase “A la memoria de Pedro Salvá y Mallén, su esposa e hijos. 1870” y rematado por una corona de laurel y unas palmeras egipcias.

La biblioteca, finalmente, fue vendida por sus herederos en 1873, comprada por Ricardo Heredia y Livermoore (1831-1896), conde de Benahavis, estando actualmente dispersa entre bibliotecas de todo el mundo y colecciones de bibliófilos.

Ahora, ciento cincuenta y tres años después, redescubierto el lugar de su reposo eterno, la Sociedad Bibliográfica Valenciana Jerónima Galés, representante de la bibliofilia valenciana le rendimos un sencillo homenaje en recuerdo de su inmortal obra y legado familiar, el próximo domingo, 24 de septiembre, en Sarrión a las 11:30 de la mañana, con la imposición de una placa conmemorativa del acto y la ofrenda de una corona de la laurel.

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