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Isabel Marco

Esta semana Pornhub, Stripchat y XVideos han pasado a considerarse “plataformas en línea de muy gran tamaño”. Esto significa que están en el mismo escalafón que Facebook, Instagram, Google o X (antes Twiter). Y es que tienen más de cuarenta y cinco millones de usuarios en el mundo.

Me asusta enormemente pensar que las plataformas porno tienen el mismo número de usuarios que otras tan cotidianas como Google. Sin embargo, esta mala noticia trae otra que quizá puede abrir el camino a algo positivo: la regulación de este tipo de plataformas para evitar que entren menores; la limitación que tienen actualmente está a un “clic” de una mentirijilla sobre si ya se tienen o no los 18 años. A partir de ahora, al ser consideradas como plataformas de muy gran tamaño, van a estar controladas por algoritmos y procesos distintos más rigurosos y Bruselas va a vigilar que cumplan las normas de la Ley de Servicios Digitales entre las que se incluyen, tanto las que se refieren a la protección de menores, como a la difusión de contenidos ilegales.

Sería una gran noticia que el mundo se diese cuenta de que el porno no trae ningún beneficio a los menores. Nos llevamos las manos a la cabeza cuando leemos que actualmente la media de edad de acceso a la pornografía son los ocho años. ¿Qué pasa a los ocho años para que suceda esto? La respuesta es sencilla: la comunión. La comunión que en los años ochenta y noventa nos traía como regalo estrella la cámara de fotos, ahora trae un teléfono móvil con vía libre. Si juntamos lo fácil que es acceder a páginas pornográficas en internet, con la ineptitud e ignorancia de unos padres y madres obsoletos para las nuevas tecnologías, pues no sabemos cómo capar ese tipo de contenidos; el resultado es un consumo prematuro de imágenes pornográficas.

Los datos que recogen algunas investigaciones realizadas sobre el tema son escalofriantes: alrededor del 70% de los adolescentes acceden por accidente al porno encontrándose con ese tipo de páginas web buscando contenidos que no tienen intención sexual o reciben mensajes pornográficos que no han solicitado. Esto nos ha pasado a todo el mundo; la curiosidad hace el resto. Pero hay que pensar también que un 30% acceden con intencionalidad entre los diez y los dieciocho años. Hay que tener en cuenta la vulnerabilidad de la población adolescente ante un despertar a la sexualidad. Deberíamos pensar cómo les va a afectar en esa época de la vida en la que se produce el desarrollo sexual con todos esos cambios a todos los niveles: biológicos, cognitivos, afectivos y sexuales. Es de esperar que, en la adolescencia, etapa en la que la sexualidad tiene una importancia enorme, se esté más susceptible ante este tipo de imágenes sexualmente explícitas en comparación con cómo pueden afectar a una persona adulta. Van a marcar su manera de acercarse al sexo, en cómo van a interactuar con las personas con las que quieren practicar sexo, en su autoestima… Imágenes pornográficas que invitan a comportamientos sexuales incorrectos con la otra persona, a cosificar a la mujer y a practicar sexo de manera violenta así como a asumir que debe ser así; algo que aprenden y que querrán reproducir y encontrar en sus relaciones después. A ver si se consigue crear un sistema que verifique de manera sólida la edad de los usuarios y proteja a la vez su intimidad, y lo aplican por ley a todas estas plataformas. Y a ver si los padres y madres empezamos a ser conscientes del flaco favor que les hacemos a nuestros hijos a dejarles acceder a internet a edades tempranas y sin límites. Si no les dejamos ir a la calle así como así, sin reglas ni horarios, ¿por qué no les ponemos límites en un mundo tan oscuro como es la red?

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