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Isabel Marco

Hace muchos años que no escribía una carta a los Reyes Magos, no soy monárquica, pero empiezo a pensar que hay cosas que sólo se pueden cambiar a golpe de magia, así que este año no he querido perder la oportunidad. Cuando escribía la carta, allá por finales de los ochenta, solo me dejaban pedir tres cosas, una por rey mago y luego ellos hacían lo que podían, claro. Este año, pensé que, como hacía tantísimos años que no escribía la carta, igual podía hacer una con efecto retroactivo. Solo espero que no me hagan devolver los regalos de cortesía que me han ido dejando cada año en el balcón.

El primer punto de mi carta a los Reyes Magos en el que me he detenido, es en los tan manidos propósitos de año nuevo. Hay algunas cosas que por mucho que me lo proponga no voy a ser capaz de alcanzar a no ser que venga Melchor y haga magia con el oro que lleva en el cofre, quizá a golpe de lingote sea más fácil que con fuerza de voluntad. Así que le he pedido que me ayudase a dejar completamente el azúcar, ya solo me echo media cucharada en el café, pero llevo así varios años y se ha convertido en mi metadona. El objetivo sería desintoxicarme del azúcar del todo, pero no demasiado rápido, que el roscón me gusta mojarlo en la leche. Y ya que nos ponemos, le he escrito que si me toca la sorpresa que supone comprar el siguiente roscón, me gustaría comer un buen pedazo ya que lo voy a pagar yo. Por si acaso le he puesto que si eliminar el azúcar de mi dieta no es posible ni con magia, puede ordenar mi trastero al más puro estilo Mary Poppins, eso sería fantástico.

A Gaspar, ya no le he pedido por mí. Le he pedido que los niños y niñas de hoy no crezcan entrenados para ser los militares de mañana. Que se eliminen los juguetes bélicos de las estanterías de las tiendas, que dejen a los niños desarrollar una imaginación sana, de juegos en los que se entrenen para mantener la paz y no crear la guerra; que el tiempo de juego no sea un entrenamiento militar. Tal vez así, con juegos imaginativos, el entrenamiento a través del juego sea en resolución de conflictos de una manera pacífica. Tal vez así, los adultos de mañana sean mejor que los de hoy. A ver si ese incienso que lleva Gaspar hace algo más que el del botafumeiro.

A Baltasar le podríamos hacer nosotros un favor antes de pedirle nada, a ver si aprendemos ya de nuestros errores y empezamos a ser algo menos racistas; dejémonos ya de pintar la cara con betún a la persona que representa ese papel. Los niños creerán que es Baltasar cualquier persona que actúe como tal, del mismo modo que creen que a los Reyes Magos les da tiempo a repartir regalos a todos los niños del mundo, o del mismo modo que creen que esa estrella de bombillas es la estrella fugaz que les guía. Dicho esto, a mi querido Rey Baltasar, que siempre fue mi preferido; le he pedido nada menos que acabar con el sufrimiento de los niños y las niñas que viven en países en guerra (Palestina, Ucrania, Siria, Burkina Faso, Sudán...), de los que viven con un maltratador, de los que sufren abusos sexuales, de los que les hacen bullying en el colegio o instituto, de los que se han quedado sin madre porque su padre es un asesino... Por favor, que no sufran más.

Se me han quedado muchas cosas en el tintero, pero no me parecía bien abusar. Supongo que muchos de ustedes habrán escrito en sus cartas algunas de las peticiones que me he dejado: que empiece a respetarse la naturaleza, que el capitalismo no enriquezca más a los ricos ni empobrezca más a los pobres... en fin, esas pequeñas cosas que harían realidad una utopía.

Ya sé que no se lo he puesto nada fácil, por ahora me han dejado un paquete con medias y calcetines.

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