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El pájaro que vuelve  a casa es el que vuela El pájaro que vuelve  a casa es el que vuela
Pedro Blesa. Nacido en Escucha. Cámara de Informativos en Aragón Televisión. Aficionado a la fotografía y a la astronomía. Miembro de la Sociedad Fotográfica Turolense y Monitor Starlight. Le gusta observar y fotografiar el cielo nocturno turolense.

El pájaro que vuelve a casa es el que vuela

Por Ana I. Gracia *

No pienso pedir perdón. Ni a mi padre ni a mi marido ni a mis hijos. Solo a ti, Ramón, que fuiste y siempre serás el amor más puro y honesto que ha pasado por mi vida.

Tuvimos una relación brutal. Me sabías de memoria. Contabas mis lunares, uno a uno: el ombligo, el empeine, el pezón. En cada encuentro furtivo aprovechabas para repasar mis curvas, para acariciar las arrugas que aparecían en las orillas de mis párpados.

A mi padre lo movieron de las minas de As Pontes a Utrillas de un día para otro. La democracia se abría paso y, junto a ella, las minas de lignito eran el presente y el futuro del sector energético en España. O cogía eso o se quedaba sin nada.

Junto a mi padre, nos trasladamos mi marido, los críos y yo. Al fin y al cabo, preparó durante toda su vida a la única heredera de toda aquella fortuna precisamente para eso: para convertirme en la dueña de una empresa con 250 trabajadores.

El día que el presidente, mi padre, me presentó ante vosotros como vuestra nueva directora general me penetraste con la mirada. Tú superabas los cincuenta, yo ya alcanzaba los cuarenta. Eras el representante de los trabajadores y pronto me buscaste para hablar de las condiciones laborales. Tú siempre luchando por un reparto más justo para los más débiles. Nunca te dio miedo mirar a los ojos a los de arriba.

Eras tremendamente observador y aquel silencio a mí me aterraba. “¿Sabes cómo se conoce a alguien, Margarita? Escuchando. Uno nace oyendo y, con el paso del tiempo, aprende a escuchar a los demás. Así es como se conoce a las personas”.

Parece sencillo, cariño, pero no lo es. Porque uno termina por escucharse demasiado a sí mismo y, ante tanto ruido, se olvida de lo que dice… y también de lo que hace. Me acostumbré a hacer siempre lo que el mundo -básicamente, mi padre- esperaba de mí. Estudié lo que debía. Me casé con el hombre que me convenía. Y nunca hice caso a lo que sentía. Hasta que llegaste tú, para enseñarme que riqueza no es ser la heredera de una empresa de minas. Riqueza son los recuerdos que creas. Riqueza es sentirse libre para hacer aquellas cosas con las que el corazón late, con las que el corazón se desboca.

Yo no soy valiente, Ramón, Ramoncico mío. En mi casa no queda hueco para mí. Yo ya no quepo entre tantos metros cuadrados, abro las ventanas pero me asfixio. En la sociedad existe el firme y falso convencimiento de que hay que saber la dirección del lugar al que vamos, pero ¿qué ocurre cuando no encajamos en nuestro sitio?

Enamorarse de alguien con quien solo buscabas compartir cama es más sencillo de lo que parece. Nunca me obligaste a nada ni me recriminabas que nos viéramos los domingos en misa. Tú, siempre ibas solo. Yo, siempre acudía escoltada por mi marido y mis hijos. “Eres libre”, me decías, “de ir y volver cuando quieras. El pájaro que vuelve a casa es el que vuela”. Era la única manera que encontré de asegurarte mi amor, que siempre fue real y auténtico. “Haz tu camino y encuéntrame en él”. Eras tan tozudo...

Esperaste paciente en el umbral de mi vida, haciendo frente a mis fantasmas, amándome solo a escondidas, como si tú no fueras merecedor de pasear con la mujer que deseas por las calles de tu pueblo. Siempre me abrías las puertas de tu masico, un año sí y, al siguiente, también. Te escribía cartas que te leía allí, en voz alta, y tú después las guardabas en tu casilla, la número 42, para que nadie las encontrara. Allí, en una de las taquillas de mis 250 empleados, sepulté a mi verdadero yo.

Yo escapaba de nuestro refugio, me llenaba los pulmones de aire y te cerraba la puerta una y otra vez. “Ser valiente no es no tener miedo, Margarita. Ser valiente es aquel que tiene miedo y lo asume”.

Valiente, tú, mi torerazo. Porque un minero es lo más parecido a ponerte delante de un morlaco de 500 kilos. Buceabas por las entrañas de la tierra en turnos de doce horas seguidas y taladrabas la tierra con tus propias manos. Te gustaba el bocata de mortadela y no te asustaba la humedad ni la dureza del trabajo a mano. “Me divierto como los maestros”, repetías. Ser minero y agrandar el camino de aquel subterráneo te producía una satisfacción que te iluminaba la cara.

Subiste a pulso a Paco, tu querido amigo, cuando una piedra le amputó el pie derecho. Se salvó por la rapidez de tu respuesta, que no esperaste a que bajara ninguna camilla porque sabías que se desangraba.

Tú no corriste la misma suerte, vida mía. La caída te mató en el acto. Costó subirte del pozo muchísimas horas, en un rescate sin precedentes. Aquel día aprendí que el verdadero dolor no se cura con analgésicos ni con la persiana bajada. La pena del alma solo se espanta con el perdón.    

Tuviste que irte para darme las respuestas que necesitaba. Tus compañeros hicieron una fogata con todas tus cosas porque creían que no tenías familia y yo sin atreverme a decir que familia ¡claro que tenías! Que era yo. Solo se guardó tu casco…

Al prender la lumbre, todos estábamos alrededor, y alguien echó una bolsa entera con las cartas manuscritas de tu amada. Nunca confesaste que era yo, la jefa de todos, ni siquiera a los más íntimos. Fuiste leal hasta la sepultura, mi amado Ramón. Y yo allí, callada, viendo cómo nuestro amor se reducía a escombros. Lo que más quería era sólo ceniza.

Nadie sabe del valor de los momentos vividos hasta que se convierten en recuerdos. Cuando dos personas se enamoran, se vuelven una, pero yo no fui capaz de verlo hasta que nunca más se abrió la verja de tu masico. Cuando alguien falta, ese espacio se convierte en un pozo inmenso, infinito, aterrador. Se llama ausencia.

Hoy he vuelto al mismo sitio de siempre por primera vez. Pero ya nada es igual.


* Estudió Periodismo en la Universidad de Navarra y ha desarrollado toda su carrera profesional en medios de comunicación nacionales (Expansión, El Confidencial, El Español). Recibió el premio Mejor Periodista del Año, por la Asociación de Periodistas de Madrid (2014). Actualmente, escribe dos columnas mensuales en DIARIO DE TERUEL. 

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