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Nacho Navarro Asún

Texto de Chema López Juderías / Fotografía de Nacho Navarro Asún
 

3,5 millones de euros. Para no mentir, 3.511.481 euros, que lo acabo de mirar en la aplicación bancaria del móvil. No es que yo sea uno de esos avariciosos que se excitan observando cómo crece su dinero; que disfrutan más sumando pasta a su cuenta corriente que comiendo con los dedos. De eso, nada, pero de vez en cuando lo hago para confirmar que todo lo que me ha pasado en el último año no es uno de esos sueños felices que se desbaratan cuando suena el jodido despertador.

Y eso que la cosa no empezó del todo bien. Llamé aquí y allá, envié correos electrónicos e incluso supliqué en persona, en una oficina detrás de la otra, para que alguien me recibiera y escuchara lo que se me había ocurrido.

El caso es que ya había perdido la esperanza cuando me entró un privado por el LinkedIn. Que sí, que me daban una cita. Que dos días después me recibiría el adjunto al jefe de proyectos. El adjunto, no el jefe. O sea, que me recibiría uno de esos que ponen de cortafuegos para que no se moleste al mandamás. En el mensaje me dejaban claro cómo sería la cosa: ”Tendrá usted un tiempo máximo de exposición de 5 minutos y deberá hacerla a través de una presentación visual”. En resumen: cinco minutos con un mindundi y que lo lleve todo bien explicado en un power point.

Dediqué los dos días previos a ensayar. Repetía una y otra vez ante el espejo lo que quería contar, la idea genial que había tenido. Lo hacía moviendo las manos, con pausas dramáticas y siempre mirando de reojo el cronómetro para no pasarme de tiempo.

El adjunto al jefe de proyectos no tendría más de 30 años. Pelo corto, imberbe y vestido con vaqueros y una camiseta con la lengua de los Rolling Stones. Mal rollo, pensé. Había dedicado mucho tiempo al vestuario y aposté al final por traje y corbata, pensando que transmitiría seriedad. Ahora me sentía un imbécil.

La presentación fue bien. Logré no farfullar, ni hablar deprisa y vi, desde el primer momento, que el mindundi me escuchaba con atención. Cuando acabé, se levantó de su silla y me pidió que esperara un momento, marchándose de la sala de manera resuelta y tecleando algo en su teléfono.

No se si pasaron 10 ó 15 minutos o media hora, pero el caso es que no se me hizo largo. Me bebí el botellín de agua que llevaba en la maleta del portátil, escribí un tuit que pensé que era gracioso (hoy, un año después, sigue sin tener ni un solo me gusta) y me dediqué a observar, a través de la enorme cristalera de la sala de reuniones el ir y venir de la gente que trabajaba en la empresa.

El mindundi con la camiseta de los Stones volvió acompañado de una atractiva mujer de unos 50 con falda de tubo y camisa blanca y otros dos hombres algo más jóvenes, los dos con caros trajes hechos a medida y sin corbata. Me volví a sentir un imbécil como mi traje del Zara y la corbata que solo uso en las bodas.

La mujer se presentó como el jefe de proyectos, en masculino, y a los otros dos les adjudicó cargos que olvidé tan pronto como los pronunció. Eran algo de chief y de technology, o eso creo recordar ahora con el paso del tiempo.

Ella llevó la voz cantante. Me pidió que repitiera la presentación y, aunque esta vez sí que me atolondré y estuve muy lejos de la brillantez demostrada ante el mindundi, la mujer no pudo ser más contundente: nos encanta tu idea, estamos entusiasmados y ahora mismo va a venir el abogado -que resultó ser abogada- para firmar un preacuerdo.

Después de meses intentando vender lo que se me había ocurrido, todo se precipitó. Medio millón cuando el acuerdo sea firme, te desentiendes de todo y tres millones el día que lancemos el asunto, me dijo la que cortaba el bacalao. Yo a todo dije que sí.

Seis meses después de aquello, mientras disfrutaba de mi medio millón, sin grandes lujos porque soy un sibarita de gustos sencillos, la de la falda de tubo me llamó para decirme que en una semana estaría todo listo y me harían el ingreso del dinero acordado.

Era imposible esos días ver la tele, leer un periódico, navegar por internet o poner la radio sin encontrarte con un anuncio de lo que yo había ideado en mi cabeza.

“¿Estás en el aeropuerto y quieres saber quién es esa mujer que va sola con dos niños y cuál es su destino? ¿Estás cenando en un restaurante y te pica la curiosidad sobre la pareja que hay dos mesas más allá y que parece discutir? Llega TODO LO SABE, la app definitiva. La que te permitirá, a través de tu terminal, conocerlo todo del resto de personas y sin que ellos lo sepan. totalmente confidencial”.

Sí, ya sé que el nombre es claramente mejorable, pero yo no tengo nada que ver. Yo solo vendí por 3,5 millones, que crecen gracias a los intereses, la idea de una app que, simplemente apuntando a una persona con la cámara del móvil, te da información detallada.

Cómo se llama, dónde trabaja, todo su historial amoroso, dinero que tiene en el banco, gente a la que odia o sus gustos musicales. También dónde está pensando pasar sus próximas vacaciones o si fantasea con alguien del trabajo.

De dónde sacan la información, cómo han conseguido hacer una app con datos que, supuestamente, salvo uno mismo nadie debería conocer y a quién han sobornado para no acabar entre rejas ya no es problema mío. Yo solo tuve la idea y, de hecho, mi nombre no aparece por ningún lado.

El exmindundi, al que ahora han ascendido a Chief Research and Development Officer, según me ha contado, me ha mandado hoy un correo para contarme que tengo un porcentaje de beneficios de la aplicación y que a final del año me va a llegar una cantidad obscenamente elevada sin moverme de la silla.

Y aquí estoy, celebrando ese indecente pastizal que me va a caer del cielo tomando un vino en esta terraza mientras miro a esas dos travestis (o esos, que nunca se lo que es políticamente correcto a la hora de referirme a ellos/ellas).

Tengo curiosidad por saber que hacen paseando por esta calle, un martes a mediodía, con tan poca ropa, elegantes, con taconazos y medias. Y de qué coño están hablando con ese señor calvo que parece un camarero.

Podría pinchar en la app TODO LO SABE, la que yo inventé, y me daría información completa, pero se me ha acabado la puta batería.



*Chema López Juderías (Teruel, 1971). Periodista, ha trabajado en la Cadena Ser, Radio Nacional de España, Televisión Local de Teruel, Valencia Te Ve y actualmente en DIARIO DE TERUEL. Además, ha sido asesor de comunicación del Gobierno de Aragón y Jefe de Prensa de la Corporación Aragonesa de Radio y Televisión. 

* Nacho Navarro Asún. Gerente cine Maravillas – Miembro de la Sociedad Fotográfica Turolense* 

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