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Letrinas de aquí y letrinas de allá Letrinas de aquí y letrinas de allá
Letrina romana en la que los usuarios utilizaban una esponja de mar a modo de papel higiénico

Letrinas de aquí y letrinas de allá

Javier Sanz

Muchos, entre los que me incluyo, tenemos la costumbre —sana o insana, que cada uno decida— de hacernos acompañar por algún tipo de lectura cuando nos retiramos al excusado. Es una suposición mía, pero bien podría haber nacido este ritual en los tugurios donde hace años el papel higiénico brillaba por su ausencia, y como sustitutivo colocaban hojas de periódico insertadas en un gancho. Mientras aliviabas los intestinos, cogías el periódico y le echabas un vistazo antes de utilizarlo para limpiarte. Parece lógico, ¿no? Pues creedme si os digo que en el siglo VI los chinos ya reciclaban el papel con fines «sanitarios». Según el erudito chino Yan Zhitui:

[…] papel en el que hay citas o comentarios de cinco clásicos o los nombres de sabios, no me atrevo a utilizar con fines sanitarios.

Pero los testimonios de papel en blanco para usos sanitarios ya existen en China desde el siglo II. Está claro que el día que China se abrió al exterior, hubo que revisar la paternidad de cientos de inventos. Es curioso que, siglos más tarde, durante la dinastía Song, el emperador fijase el tamaño oficial —lógicamente para su uso personal— del papel higiénico en «sábanas» de 50 cm de ancho por casi un metro de largo. Lógicamente, en el medio rural las cosas eran muy diferentes. Además de la ausencia del papel, los pozos negros o la propia naturaleza eran las que hacían las veces de letrina.  Y en China, volvían a ser diferentes, reciclando los excrementos humanos desde el siglo III a.C. con las letrinas de cerdo.

Animales omnívoros

Cuando hablamos de animales omnívoros, como los humanos o los cerdos, nos referimos a animales que comen toda clase de sustancias orgánicas. La gran diferencia es que en el caso del cerdo el prefijo omni– (todo) se refiere a “todo” literalmente: plantas, lombrices, insectos, cortezas de árboles, animales muertos, basura… y excrementos. Las letrinas se construían sobre las pocilgas de los cochinos, de tal forma que todo lo que se «evacuaba» desde la letrina caía por un agujero directamente hasta la porqueriza donde los marranos daban buena cuenta -recordemos que se lo comen todo-. Lo que para los humanos era la llamada de la naturaleza, para los cerdos era la llamada a comer. De hecho, el ideograma chino 猪圈 significa tanto pocilga como letrina. Y la historia todavía puede ser más escatológica si pensamos que, aunque las autoridades sanitarias hayan prohibido su uso, en pleno siglo XXI todavía hay poblaciones rurales en China e India donde se siguen viendo letrinas de cerdo. Del destino de esos cerdos… mejor no pensar.

En China se reciclaban los excrementos humanos desde el siglo III a. C. con las letrinas de cerdo

¿Y qué ocurría al otro lado de la Gran Muralla, por ejemplo, en Roma? Pues que cada uno se apañaba como podía, hasta que se pusieron a trabajar en el campo de la arquitectura e ingeniería hidráulica. El agua que llegaba a la ciudad de Roma a través de los acueductos se almacenaba en grandes depósitos desde donde se distribuía a las panaderías, las casas o los baños, y el agua sobrante de estos usos prioritarios terminaba en la red de alcantarillado: la cloaca Máxima, una de las redes de drenaje más antiguas del mundo. Se inició su construcción en el siglo VI a. C. por el rey Tarquinio y fue ampliada en varias ocasiones en los siglos posteriores. Esta red, que lógicamente no cubría toda Roma y mucho menos las zonas de las clases bajas, recogía las aguas residuales de las casas y de las letrinas públicas (latrinae publicae) para llevarlas hasta el río Tíber. El problema era cuando las aguas residuales volvían a su origen por las crecidas del Tíber… (mejor borrar esta imagen de vuestro cerebro). En la ciudad de Roma se distribuían estratégicamente decenas de letrinas públicas para satisfacer las necesidades fisiológicas de los ciudadanos (en el siglo IV, por ejemplo, había 144 con más de 4000 plazas). Estas letrinas consistían en un banco de frío mármol con varios agujeros en los que sentarse a evacuar y bajo ellos la corriente de agua arrastraba la materia fecal. A modo de papel higiénico, en las letrinas públicas los romanos utilizaban un palo que llevaba en un extremo una esponja de mar (spongia). Pero había ciertos peligros al usar este tipo de habitáculos:

Como no había separación entre los agujeros, tenías que compartir aquellos momentos de intimidad con desconocidos, y no os digo nada si eran de los que daban conversación.

En teoría, después de usarse la spongia debía enjuagarse y limpiarse para el siguiente, y cada cierto tiempo cambiarse. Sentarse a aliviarse y comprobar que la spongia se debía haber cambiado hace tiempo… Y la más peligrosa para la integridad física: existía la graciosa costumbre de algunos gamberros de echar una pelota de lana ardiendo en las alcantarillas que si te pillaba con el culo en el agujero…

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