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No todas las opiniones son válidas No todas las opiniones son válidas

No todas las opiniones son válidas

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Fabiola Hernández

No todas las opiniones son válidas. Quizás esta no sea la mejor manera de empezar mi primera columna de opinión, pero lo creo firmemente.

Todos y todas tenemos derecho a opinar, por supuesto. Cada persona que nace en este planeta salvaje debería hacerlo siempre con sus derechos debajo del brazo, seguro que así no le faltaba pan.

Dicho esto, me reafirmo: no todas las opiniones valen lo mismo. Nunca nadie debería emprender un rescate de montaña siguiendo mis indicaciones ni intentar llevar a puerto un velero según mi criterio; por ejemplo. Pero quizás, a algunos les apetezca leer los lunes lo que pienso sobre esto o aquello; les garantizo que de esta forma no pondrán su vida en peligro. Llevo casi treinta años entrenando para no opinar, los mismos que cumplo ya en la profesión periodística.

A lo largo de mi carrera se me ha pedido, prácticamente siempre, que no haga valoraciones cuando cuento lo que creo que sucede y les aseguro que me esfuerzo muchísimo porque así sea, y no porque un periodista deba ser objetivo, sino porque debe ser honesto.

La objetividad es una cualidad de los objetos, la subjetividad, de los sujetos. Pedirle a un redactor que diga con absoluta imparcialidad si el vaso está medio lleno o medio vacío es menospreciar siglos de indagación filosófica por parte de las mentes más brillantes de la humanidad, incluida la de Einstein, que era un gran metafísico. Seamos honestos todos, entonces, no solo los periodistas.

Esto es lo segundo que les garantizo hoy:  lo que lean en esta columna no tendrá nunca intención de manipular, únicamente el propósito de invitar a la reflexión. Todos estamos convencidos de que tenemos derecho a opinar (incluida yo) sin embargo, pocos estamos dispuestos a hacer el esfuerzo que supone pensar (incluida yo) o por lo menos, no siempre.

Mi admirado profesor Rafael Calduch, de forma teórica, y mi madre, de manera práctica, me grabaron a fuego que la información nunca nos llega completa (ni en la vida ni en una redacción) La honestidad, en buena medida, es aceptarlo y completarla con sentido común. De ese, presumo a menudo. Ya me irán diciendo ustedes si con razón o no. Iremos hablando.

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