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Javier Sanz

Cuando una persona se muestra nerviosa e inquieta, le decimos que parece que tiene el baile de san Vito, una expresión cuyo origen hay que buscarlo en una epidemia un tanto curiosa ocurrida en la Edad Media.

En 1518 Estrasburgo, en el centro de Europa occidental, era una población de unos treinta mil habitantes. Aún no pertenecía a la corona de Francia, sino que era una ciudad libre (lo seguiría siendo hasta finales del siglo XVII), ni tampoco se llamaba todavía Estrasburgo, sino que era conocida como Argentina, nombre derivado del campamento romano que supuso el origen de la ciudad: Argentoratum. Pero hacía ya más de un milenio del final de la época romana y desde Estrasburgo se propagaban, gracias a la imprenta, nuevas ideas que revolucionarían la historia de la religión en Europa. Precisamente ese mismo año de 1518 comenzaron a publicarse en la catedral de esta ciudad los escritos y tesis de Martín Lutero, y pronto las iglesias de la ciudad serían de las primeras en consagrarse al culto protestante. Quizá el movimiento religioso y el fervor de las nuevas ideas humanistas tuvieran que ver en esta historia. La cuestión es que, aquel verano de 1518, una mujer llamada Frau Troffea comenzó a bailar de forma convulsiva por las calles de la ciudad. No había ninguna música ni un motivo aparente para aquel frenesí danzador, pero la tal Troffea no cesó de bailar en todo el día… ni en los posteriores. Poco después un vecino se unió a aquel baile sin sentido, y después otro, y otro… Una semana después, una treintena de personas bailaban junto a Frau Troffea, y en un mes eran más de cuatrocientas los “contagiados” que danzaban por las calles de la ciudad sin causa alguna y sin poder detenerse. No tardaron en darse las primeras muertes entre los bailarines: los infartos, derrames cerebrales o simplemente el agotamiento comenzaron a hacer estragos.

Lógicamente, para los “no afectados” aquello era un misterio, nadie sabía qué estaba pasando. Los médicos no encontraban una explicación a este comportamiento, y el único remedio que las autoridades civiles fueron capaces de encontrar fue construir un gran entarimado de madera para habilitarlo como “zona de baile” y contratar músicos, pensando que si alimentaba su actividad mejorarían con el tiempo. Y mientras, aquellos bailarines desesperados por su situación suplicaban ayuda. ¡Ellos no querían bailar! Tampoco sabían qué era lo que les estaba pasando, pero no podían detenerse. Y mientras seguían muriendo debido al cansancio o los ataques al corazón, nuevos vecinos caían víctimas de aquella extraña epidemia de baile, uniéndose a los desesperados danzantes. Los bailes y las muertes continuaron hasta que dos meses después, a principios de septiembre, la plaga de baile terminó tan súbitamente como había comenzado. Nunca se conoció su causa, no hubo explicación oficial, ni se aplicó cura alguna, aparte del ya mencionado remedio de alimentar las ansias danzantes de los afectados.

El médico y alquimista Paracelso (1493-1541) dejó una curiosa explicación para estas danzas patológicas:

Existía en cierta ocasión una mujer llamada Trofea de tan singular carácter, tal orgullo y tan empecinada obstinación en contra de su marido que cada vez que éste le ordenaba cualquier cosa o la importunaba de cualquier manera comenzaba a bailar, achacando que estaba impelida de una fuerza sobrenatural. Gestos y actitudes, saltos, gritos, contorsiones y cantinelas asustaban al marido, que inmediatamente la dejaba en paz. Y como tal estratagema no fallaba nunca, fue adoptada por otras mujeres, siempre con el mismo éxito.

Estos episodios epidémicos de baile psicótico no fueron exclusivos de Estrasburgo, simplemente es el más documentado gracias al testimonio escrito que dejaron diversos testigos, entre ellos varios doctores. De hecho, el episodio más antiguo del que ha quedado constancia ocurrió en el siglo VII, y fue reapareciendo de forma periódica. Y la mayoría de ellos tuvieron lugar en el centro de Europa, como la ocurrida en 1374 que comenzó en Aquisgrán (Alemania) y pronto se extendió por todo el país, Colonia, Frankfurt, Metz… y por los países cercanos, llegando a Flandes, Luxemburgo e Italia.

¿A qué se debieron aquellas plagas de bailongos compulsivos? Pues tenemos diferentes explicaciones:

Versión religiosa: algún tipo de culto herético.

Versión química: por los efectos del cornezuelo, un hongo con efectos psicotrópicos que en ocasiones contaminaba el pan.

Versión psicológica (la más plausible): un tipo de histeria colectiva como respuesta a la angustia y desesperación causados por las épocas de hambruna y enfermedad.

¿Y qué tiene que ver todo esto con el bueno de San Vito? Pues también tenemos diferentes versiones.

La primera tiene que ver con uno de estos episodios ocurrido en 1278, cuando unas doscientas personas en Alemania comenzaron a bailar, sin causa aparente, en un puente sobre el río Mosa. El asunto acabó con el puente derrumbado, muchos bailarines ahogados, y los supervivientes llevados a una cercana capilla dedicada a San Vito (¿intercedió por ellos?). De ahí su denominación más popular de baile de San Vito. Retomando la explicación del suceso de Estrasburgo narrado por Paracelso, “el fervor popular achacó tan estupendos resultados a San Vito, pero parece que un día el Santo se enfadó y todas acabaron bailando a la fuerza (hombres y mujeres)”. Otras versiones relacionan esta plaga directamente con la vida del santo. Según la tradición católica, desde el momento de su conversión, Vito, hijo de un prohombre de Roma, comenzó a realizar milagros, hasta el punto que fue llamado por el emperador Diocleciano para curar su hijo que se creía poseído por un demonio debido a los ataques que sufrían que le provocaban movimientos anormales e incontrolables (¿epilepsia?). No había ningún tipo de tratamiento disponible en ese momento para este tipo de dolencia, pero el joven santo curó milagrosamente al hijo del emperador. Poco tiempo después se descubrió que Diocleciano le ofreció la oportunidad de convertirse al paganismo y cubrirle de oro, pero se negó. Fue condenado a muerte en el 303. Cuenta la leyenda que, justo antes de ser torturado, el santo dijo que todos los que conmemoraran su día estarían protegidos de aquella danza maníaca. Luego metieron al bueno de Vito en un caldero lleno de aceite hirviendo. Quienes presenciaron esta espantosa y tortuosa ejecución vieron como antes de morir parecía estar bailando enérgicamente provocando estupor y gran sorpresa (quizás al grito de ¡que me quemo, leche!). Se creía que esta danza era milagrosa y sobrenatural ya que, habiendo curado al hijo del emperador, los movimientos atribuidos a estas condiciones habrían pasado al cuerpo del santo. Sea como fuere, San Vito quedó ligado a este mal y su nombre sería invocado como remedio para los contagiados.

Aunque esta epidemia cesó repentinamente a mediados del siglo XVII, época en que se produjeron los últimos brotes, si conocéis algún caso (no valen los que bailan reggaeton)  le podéis recomendar viajar a Ulm (Alemania), donde se conservan algunas de las reliquias de San Vito, a ver si milagrosamente los cura. Las autoridades sanitarias recomiendan contratar un tour por la ciudad para no hacer el viaje en balde.

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