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El origen de la peineta (y no la del pelo) El origen de la peineta (y no la del pelo)

El origen de la peineta (y no la del pelo)

Javier Sanz

El lenguaje de los signos es un sistema de expresión gestual que permite a los sordos comunicarse entre ellos o con cualquiera que lo conozca. Eso sí, reconozco que, dadas mis limitaciones a la hora de expresarme en otros idiomas (en castellano me defiendo y en inglés, siempre que sea nivel iniciación), he tenido que recurrir a esta forma de comunicación en alguno de mis viajes. Lógicamente, no al sistema de signos oficial que no conozco, sino al “vulgar” reconocido en casi todas las partes del mundo, incluso en la Antigua Roma.

Creo que casi todos en alguna ocasión hemos regalado a alguno de nuestros interlocutores el gesto de significado obsceno y ofensivo que se hace levantado el brazo con el dedo corazón extendido y la palma hacia dentro (lo que viene siendo la peineta de toda la vida), recreando, aunque no nos hayamos parado a pensarlo, una figura que representa el pene y los testículos. En Roma, con este gesto, hecho con el digitus impudicus o digitus infamis (dedo impúdico u obsceno), podíamos querer decir “que te den...” (lo mismo que hoy en día), pero también representaba la protección contra el mal de ojo. Nada raro, ya que el falo está presente en la cultura romana como símbolo protector. De hecho, era habitual que los niños portasen amuletos fálicos colgados al cuello o incluso pintar falos sobre las puertas de las casas. Un pequeño inciso para el que haya viajado a Pompeya y haya visto falos grabados en el suelo y se pregunte si protegían a los que pasaban por la calle: no, en este caso indicaban la dirección de los lupanares.

Hay varias referencias a la peineta en los Epigramas del poeta bilbilitano Marcial (siglo I).

Ríete Sextilo, de quien te haya llamado maricón, y levántale el dedo de en medio.

Enseña el dedo, pero el obsceno, a Alconte y a Dasio y a Símaco.

En el siglo VII, ya lo recoge también San Isidoro de Sevilla en su obra Etimologías cuando habla del nombre de los dedos...

Tertius impudicus, quod plerumque per eum probri insectatio exprimitur (El tercero, impúdico, porque con frecuencia se expresa con él alguna burla infame)

Es curiosa la descripción que hace del anular:

Quartus anularis, eo quod in ipso anulus geritur. [...] (El cuarto, anular, porque en él se lleva el anillo).

Según el santo, el anillo (de compromiso o de casado) se pone en el cuarto dedo de la mano (anular) porque hay en él una vena que desde allí lleva la sangre directamente (sin pasar por Pinto ni Valdemoro) al corazón. Y aunque a fecha de hoy los anatomistas todavía no la hayan encontrado, como explicación romántica mola. Y, además, son palabras de un santo. Respecto al meñique...

Quintus auricularis, pro eo quod eo autem scalpimus  […] (El quinto, auricular, porque con él nos rascamos el oído).

Hay otro versión más antigua que sitúa su origen en la antigua Grecia, concretamente en  la obra Las nubes (423 a.C) del dramaturgo Aristófanes. En esta comedia, un labriego poco instruido queda sorprendido al conocer la existencia de los versos dáctilos que explica Sócrates –en la métrica grecolatina, el dáctilo es una sílaba larga seguida de dos breves–.

El campesino, que estaba convencido que si tuviese que trabajar no tendría tiempo para filosofar, piensa que al hablar de dáctilo Sócrates se refería a dedo, y mostrando su animadversión levanta el dedo corazón y pregunta: ¿éste tal vez? Y, realmente,  dáctilo viene del griego dáktylos, que significa “dedo”. Si pensáis en las articulaciones de los dedos, la definición de dáctilo es fácil de recordar: el hueso más largo de un dedo es el primero, seguido de dos huesos más cortos.

Yo, personalmente, me quedo con el origen romano.

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