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La cofradía La cofradía

La cofradía

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Javier Lizaga

Me pregunto si están las frases hechas o nos hacen a nosotros. Podéis ir en paz, cierra el cura, y, bien pensado, no es la Trinidad, lo inexplicable es que alguien se siga arrogando el poder de dejarte marchar tranquilo. En mi caso, venía ya feliz de casa, de la mano de mi abuelo cada primer domingo tras Todos los Santos. Él se vestía como para una boda y yo con camisa. La calle San Francisco parecía cuesta abajo y las maderas de San Andrés crujían para confirmar a todos que llegábamos puntuales: veinte minutos antes.

Mi abuelo me dejó en herencia una procesión y una fiesta, igual que otros te obligan a lidiar con Hacienda para ponerte a tu nombre una casa. Una cofradía de 50 hermanos, todos agricultores, reunidos para honrar a los que les precedieron, para asegurarse que alguien pagaría alguna misa por ellos. Eso lo he entendido después. De niño, iba porque se podían coger todos los pasteles que quisieras. Esta vez no eran para las visitas, ni había que escatimar.

Con los años, hablo más que como, y, modernidades, ponen más jamón que pasteles y mistela. Ha habido más cambios: nos dijimos a la cara (en una asamblea de pie y en corro) que las mujeres iban a entrar por derecho. Aunque la cuota de una peseta, que ya ni se paga, sigue dando derecho a recordar que valen más amistades, que muchos reales.  Por vez primera, hace unos días me vi en ese banco, donde me sentaba con mi abuelo, con mis hijos. Con la misma sonrisa que uno encuentra las anotaciones que dejó en un libro. Escéptico, de pocas tradiciones y más ratón de biblioteca que de campo, soy, paradójicamente, parte de quien sostendrá esto. Y le veo sentido.

Los juguetes modernos, se quejaba Barthes, convierten a los niños en adultos en miniatura. Les muestran un catálogo de lo que ha dejado de asombrarnos: de la guerra a un bebe. Repetir mejor que crear.  Mi abuelo en cambio pocas veces me dijo lo que tenía que hacer o ser. Mucho peor. Confiaba en mí. Y ahora no puedo defraudarlo. Incluso tendré que transmitirlo. Ya dicen que las tradiciones nos recuerdan de donde venimos.

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