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Javier & Javier en el puente de Bolshói Kámenny con el Kremlín al fondo, Septiembre de 2003

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Javier Hernández-Gracia

He tardado dos años en poder escribir estas líneas, pese a ello soy muy consciente y así lo ratifico que hay tristezas que no nos abandonan nunca. Dos años dan para pensar mucho, para dejar lo superfluo a un  lado y centrarse en lo concreto, hace dos años que Javier Atienza nos dejó y hoy me atrevo a escribir desde los buenos recuerdos desde los momentos vividos, poniendo en primer plano la conexión de alegría que que hubo en tantas y tantas jornadas, viajes, trabajo, ferias, ideas, amigos comunes y esas cosas de las que quiero hablar; en parte porque son los buenos momentos los que construyen el mejor recuerdo.

Con Javier Atienza viajar era constructivo, interesante pero sobre todo divertido, da igual que fuera Oviedo para ver Museos Mineros, o Ferias de productos naturales, que Roma, para campar por el Vaticano y asistir a una celebración del Papa por aquel entonces Juan Pablo II; en Roma tuvimos la inmensa suerte de poder cenar en casa de Paloma Gómez Borrero, un encuentro inolvidable con una periodista cuya impresionante experiencia daba vértigo, una velada donde hablamos de periodismo, marketing y todo lo que se venía encima, con una sensación ya por aquel entonces de que iba a primar más el resultado de los dividendos que la veracidad de la noticia, recuerdo una rotunda unanimidad  cuando allí se dijo que el periodista tiene que leer libros muy por encima de la media, y significar que de ese encuentro la presencia de la madre de Javier, Noli, debo confesar que me emociono al pensar en esa gran mujer, creo que soy afortunado contando en mi lista de maravillosas personas conocidas con una persona tan buena e increíble con Noli.

Pero en este anecdotario de viajes una se eleva por encima, no dejo de pasar cuando en San Feliu de Guíxols, levanto la vista en aquel salón del Hotel Hipócrates y veo en el sofá a la médico del Hotel, a Javier y a Isabel Sartorius viendo la boda del heredero al trono de Noruega, esa a la que Felipe entonces príncipe fue con aquella Eva Sannun modelo rubia; evidentemente pensé que la prensa depredadora del corazón matarían por estar sentados ahí, una boda real en la que por primera vez se veía Felipe de Borbón con la modelo noruega y comentar las imágenes con otra ex del hijo del Emérito, cada vez que recuerdo la instantánea en mi mente sonrío y mucho, no es para menos.

Con las perspectiva de los años, me quedo con esa idea de emprendedor que siempre asocié a Javier, de ideas tenaces algunas de ellas incluso adelantadas al tiempo, no debemos olvidar que en las sociedades pequeñas los cambios cuestan más que levantar un obelisco en el antiguo Egipto. Pero si es cierto que propuestas que fueron realidad como la Feria de la Madera o modernizar la comunicación de productos tan importantes como el Jamón supusieron actualización y avance. Hoy se habla con cierta normalidad de la necesidad de la imagen,  aunque en unos sitio más que en otros todo sea dicho, no es lo mismo lo que se hace en Málaga que lo que se hace en alguna otra parte no muy lejana que es parafraseando a Javier “Gran cantidad de nada”.

Y a todo esto han pasado dos años, donde el recuerdo es la fuerza con la que afrontamos el día a día, donde sigue amaneciendo si, pero lo cierto es que si bien cualquier tiempo pasado no fue del todo mejor, si que tuvo importantes dosis de alegría, porque con Javier hablar de libros o de películas era un placer de los grandes y mentando de nuevo los viajes, lo de Rusia ya fue elevar el listón a la máxima potencia, yo que ya había estado en la estepa soviética y en las ciudades emergidas en el imperio de los Zares recuerdo ese viaje con nostalgia, con la alegría que destiló en cada visita, en cada ciudad, con esos desayunos en el Hotel Rossia moscovita y ese “Buenos días Tovarisch”. Al final Alberto Cortez lo dijo bien y fue como siempre certero: “Cuando un amigo se va una estrella se ha perdido, la que ilumina el lugar donde hay un niño dormido”.

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