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Ay, nena Ay, nena
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Raquel Fuertes

“Ay, nena”. Me lo escribe así. Sin exclamaciones, para que sepa que arrastra las palabras como en un lamento. Leo y es como si la estuviera oyendo. Con esa mezcla de quejido y desconsuelo que, sin embargo, no le hacen dejar de hablar como si tuviésemos apenas 20 años y los problemas fueran otros.

Pero los 20 quedan lejos. Quizás demasiado para seguir llamándonos “nena”, pensarán los de 20 e incluso los de 30. Poco saben de cómo evolucionan los problemas, o la percepción que tenemos de ellos, a lo largo de la vida. Y que a veces una se siente tan perdida alrededor del medio siglo como se encontraba en aquel rincón del patio del colegio cuando su mejor amiga de pronto no le “ajuntaba” o cuando lo que pudo ser el primer amor se convertía en la primera gran decepción.

Sé que se encuentra mal.  Anda varios años jugando a la contra. Sacando fuerzas de reservas con los que la mayoría no contamos y, por tanto, aguantando más que cualquiera. Pero ni con ese ánimo, ni con su proverbial optimismo tiene suficiente para pasar el día cuando todo se le viene encima.

Este invierno de calendario, que no de frío ni de nieve, hasta ahora, solo hubiera sentido que era invierno por lo tempano del anochecer y por la soledad de cada noche después del último adiós. Porque, otra idea que no tienes a los 20, a los 50 puedes seguir solo, o quedarte solo, o alternar periodos de compañía y soledad.

Ahora me escribe ese lamento porque se siente sola. Porque, aunque llegue marzo, aunque no haya pasado frío, no tiene a quién contarle que pronto cambiarán la hora y alargará el día. Y que cualquier día se sentirá la primavera. Y que se siente feliz, o preocupada, o anhelante.

Claro, me tiene a mí. A la gente que le quiere. Pero hoy le quema la soledad de un corazón demasiadas veces roto y le puede la añoranza. Quizás hasta se sienta culpable por lo que ha perdido, sin darse cuenta de que no podía retener lo que quizás nunca tuvo. Y busca una explicación más a lo inexplicable. Como aquel día a la hora del recreo, como aquella tarde de juventud cuando supo que él nunca la miraría como ella deseaba. Sí, juega con los 50, pero, como todos, siempre será, en el fondo, aquella nena.

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