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Rijoso Rijoso
EFE/Brais Lorenzo

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Raquel Fuertes

Hay palabras que por su escasa (o chirriante) sonoridad bien merecen titular una columna. En las lecturas a vuelapluma sobre la cumbre de la OTAN he leído este desafortunado adjetivo aplicado al que algunos consideran el hombre más poderoso del mundo. Aunque, tal y como está el panorama, ya no sé si ese título de corresponde más al ruso que nos hace chichinas o al chino que nos vende hasta la gomilla de la ropa interior.

Anda Madrid revuelto (o paralizado) ante un encuentro entre los hombres que dirigen los destinos del bloque occidental y las (en su mayoría) mujeres que los acompañan. Por el contenido y por las formas, bien podría ser esta una crónica de los 60 (con España fuera del tablero).

En lo político, resulta lamentable volver a un mundo dividido en bloques. Bien es cierto que desde la caída del muro hasta este nuevo sobresalto los bloques también existían, pero era más una división entre gobiernos y terroristas. Ahora, con el terrorismo sin extinguir, volvemos a pensar en un Este-Oeste, señal de que no hemos aprendido nada.

En lo humano, las señoras se pasean y acaparan titulares por sus outfits (o modelitos) y por sus compras de alpargatas. Algún esposo consorte hay, pero si no le sientan al lado de Orban (homófobo) estando casado con otro caballero, ni una línea.

En este punto en el que el mundo se mueve por tantas intensidades, tantas crisis correlativas, sucesivas y concurrentes, siempre lo he dicho: menos mal que nos queda lo superficial. Traje sastre, vestido midi, sobriedad sajona, estampado primaveral, brilli brilli… Todas esas cosas que ni ayudarán a que se acabe la guerra ni a frenar la subida de materias primas y energía. Pero nos da tanta vidilla…

Eso sí: las ‘señoras de’ pasan a formar parte de un escaparate apto para rijosos de diferente grado y condición. El mundo cambia, pero aún no nos atrevemos a dar el paso (o no nos dejan) para colocarnos en los puestos de mando. Cuando lleguemos, que no nos quiten el cuidado de nuestros outfits. Que elegancia y poder no tienen por qué estar reñidos (aunque ahora circulen con agendas separadas).

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