Síguenos
Miguel Rivera

Dicen que las comparaciones son odiosas. Una semana ha pasado entre las finales de las Supercopas masculina y femenina de fútbol, ambas organizadas por la misma entidad, la Real Federación Española de Fútbol. La imagen, este último domingo, de las ganadoras recogiendo ellas mismas las medallas de una mesa situada a ras de césped, contrasta vivamente con la de los campeones masculinos, del mismo club, recibiendo en el palco de autoridades del estadio Rey Fahd de Riad, capital de Arabia Saudí, las preseas de manos del presidente de la RFEF.

La imagen ha sido tan vista y comentada que ha trascendido a la prensa generalista, saltando desde los programas y tertulias deportivos. En los tiempos que corren, una entidad como la Real Federación Española de Fútbol no puede permitirse cometer semejante agravio comparativo. La imagen es bochornosa y atenta contra cualquier mínimo atisbo de igualdad. En esta columna hemos hablado en varias ocasiones del poder evocador de las imágenes en el deporte, pero en este caso, todo lo que evoca la imagen es negativo y profundamente recriminable.

El protocolo de autocoronación de los campeones ha sido bastante frecuente en los últimos años, para evitar el contacto directo entre personas durante la pandemia. Recoger una medalla o un trofeo de una fría mesa era la alternativa para evitar saludos, apretones de manos e incluso besos. Pero ese protocolo parece ya lejano, por suerte, gracias al esfuerzo común de la sociedad, que nos ha sacado de esa pesadilla llamada covid.

Hay quien apunta a que el presidente de la Federación quiso evitar la fotografía con las jugadoras del FC Barcelona, club campeón en ambas categorías, con quienes tiene un enfrentamiento abierto por la renuncia de estas a acudir a la Selección Nacional. Si esto fuese cierto, sería aún peor, ya que un presidente electo es un cargo representativo y debe dar la cara y aparecer en la foto, tanto en las buenas situaciones como en las malas.

En cualquier caso, e independientemente del motivo real, parece claro que hay un evidente gesto de menosprecio por parte de la RFEF hacia el trofeo femenino, algo que, desde luego, deben subsanar inmediatamente. Yendo al ejemplo que mejor conozco, el del voleibol, en este caso tenemos que sentirnos orgullosos de formar parte de un deporte que, lejos de diferenciar torneos por género, tiene exactamente los mismos protocolos, organización y, sobre todo, premios, tanto en categoría masculina como femenina. Los clubes campeones de la Champions League reciben la misma cuantía económica en ambos géneros; sucede lo mismo con las Selecciones Nacionales que ganan cada año la VNL, el torneo anual más prestigioso del voleibol: misma cantidad para masculino y femenino. Quizá en otras cosas el vóley deba mirar y aprender de otros deportes, pero, en este caso, me siento orgulloso de formar parte de este.

Para cerrar la reflexión, quiero volver sobre el tema principal. Coincido con el entrenador del FC Barcelona femenino en una cosa: en cualquier torneo lo más importante no es la ceremonia de entrega de premios, sino lo que sucede en el mismo. Sin embargo, y como decíamos en otras columnas, las imágenes en el deporte son tan potentes que, en este caso, una institución de la envergadura de la RFEF solamente tiene un camino: rectificar. Al menos, les dieron medallas.

El redactor recomienda