Síguenos
José Baldó

El poeta Jorge Manrique escribió en sus célebres coplas a la muerte de su padre que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Seis siglos más tarde, para la banda Fangoria “la nostalgia es una droga dura y adictiva, que te enreda poco a poco en su telaraña fría”. Ejemplos dispares, tal vez extravagantes, pero válidos a la hora de reflejar ese sentimiento ambivalente de tristeza y regocijo que nos lleva a idealizar tiempos pretéritos. Los hay que anhelan la inocencia perdida con el paso del tiempo; otros buscan llenar vacíos imposibles y ausencias dolorosas con cada recuerdo. En mi caso, me gustaría volver a ser aquel niño de siete años que, una tarde de navidad, acudió al cine de la mano de su madre y descubrió el material del que están hechos los sueños.

A finales de 1988, Willow se estrenaba en las pantallas españolas. Una fantasía producida por George Lucas que recuperaba elementos de su famosa trilogía galáctica y los mezclaba con sus lecturas febriles de la obra de J.R.R. Tolkien. No hace falta ser un genio para distinguir la alargada sombra de El señor de los anillos en muchas escenas del universo de Star Wars. Una influencia reconocida por el propio Lucas y reforzada por las enseñanzas del profesor John W. Campbell en su ensayo El héroe de las mil caras. Campbell descubrió un patrón común en buena parte de los mitos y relatos clásicos, una estructura afín a casi todas las historias, y estableció las diversas etapas que cubría el héroe en su viaje literario.

Sin perder de vista el legado de Tolkien, Lucas intentó repetir el éxito obtenido con su space opera (en puridad, Willow no deja de ser una adaptación libre y personal de la novela El hobbit). No obstante, este cuento de inspiración medieval con enanos, magos y brujas no contó con el apoyo del público en las salas y tuvo que esperar a su salida en VHS para convertirse en una auténtica cinta de culto. Treinta y cuatro años más tarde, y a rebufo de la oleada explotation de Star Wars (The Mandalorian, Obi-Wan, Andor), Disney propone regresar a un mundo fantástico donde un improbable grupo de guerreros, liderados por el mago Willow (Warwick Davis) deberán llevar a cabo un rescate y enfrentarse a temibles fuerzas oscuras.

En su momento, la incorporación de un actor con acondroplasia (enanismo) en el rol protagonista abrió el camino que después transitarían estrellas como Peter Dinklage (Juego de tronos). Hasta esa fecha, la presencia en el cine de profesionales con esta circunstancia era testimonial o funcionaba como simple alivio cómico. Muestra de ello son títulos como El mago de Oz, Todos los enanos empezaron pequeños o una rareza de nuestro cine, Gulliver  (Alfonso Ungría, 1979), pieza surrealista a medio camino entre la comedia bufa y la sátira política protagonizada por Fernando Fernán-Gómez.

En este punto, permítanme la humorada de sacar a la luz una perla catódica que, tres años antes de Willow, ya apostó por la integración de un actor enano (David Rapaport) para encabezar su reparto. La serie Wizard no pasó de la primera temporada y reconozco que, durante años, pensé que su recuerdo no era sino una invención de mi mente trastornada por el consumo compulsivo de celuloide rancio. Todavía doy gracias a Google por confirmarme que no estoy loco.

A lo largo de sus ocho capítulos, Willow garantiza entretenimiento sin pretensiones, una aventura inocente y familiar que los más pequeños de la casa devorarán con entusiasmo. En cuanto a los adultos, déjense llevar y recuerden que “echar la vista atrás es bueno a veces”… aunque, por el camino, nos demos cuenta de que hemos echado tripa, tenemos menos pelo y las penas ya no se curan con Bollycaos y Coca-Cola.

¡Maldita nostalgia!

El redactor recomienda